martes, 3 de agosto de 2010

IN MEMORIAM.-ABC (Madrid) - 19/10/1956, p. 44 - ABC.es Hemeroteca,fallecimiento de Rafael Estrada de Arnáiz.

ALBERTO AGUDO LUENGO.
ALMIRANTE ESTRADA ARNÁIZ.




CAMILO JOSÉ CELA.












-AL FALLECER OCUPABA EL CARGO DE PRESIDENTE DELEGADO DEL INSTITUTO SOCIAL DE LA MARINA.
-FUÉ VICEPRESIDENTE DE LA ACADEMIA HISPANOAMERICANA DE LAS ARTES ,CIENCIAS ,Y LETRAS DE CÁDIZ.
-ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA DE CÓRDOBA Y DE LA DE SEVILLA.
-PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN ESPAÑOLA PARA EL PROGRESO DE LAS CIENCIAS ,DE CUYAS SECCIONES DE HIDROGRAFÍA,GEODESIA Y GEOFÍSICA FUÉ ANTES JEFE DE SECCIÓN.
-DE LA RAE,RAG,Y OTRAS INSTITUCIONES Y ORGANISMOS INTERNACIONALES CIENTÍFICOS .
-DIRECTOR Y EL MAYOR COLABORADOR EXISTENTE DE LA RGM Y PARTICIPÓ EN OTRAS DE CARÁCTER NAVAL-NÁUTICO-MARÍTIMO.
LA MULTITUD DE ARTÍCULOS EN LA RGM ,SON DE VÉRTIGO,INNUMERABLES Y DE ALTA CALIDAD Y PRESTIGIO.
-HA DEJADO UNA RETAHILA DE OBRAS QUE PUEDEN SER CONOCIDAS EN CUALQUIER ENCICLOPEDIA ,COMO LO HACÍAMOS ANTES EN EL ESPASA AL CONSULTAR SU BIOGRAFÍA.EN SU MOMENTO CITARÉ SU INVENTARIO DE OBRAS RELEVANTES,aunque trás la siguiente curiosidad ,y en boca de CAMILO JOSÉ CELA,se adelantan algunas.
PATRONATO.
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Como curiosidad contaré que :
La ciudad de San Fernando, La Isla, fue testigo durante muchos años de su memoria,en su día el Humanista " Alberto Agudo Luengo" que forma parte de la historia educativa de San Fernando, en gran manera debido a sus excelentes relaciones con su alcalde, el marino,Francisco García Ráez, impulsa la creación de un patronato municipal que promoviera el primer instituto de enseñanza media de San Fernando. En 1958 Alberto Agudo inaugura el Patronato “Rafael Estrada Arnáiz”en homenaje al almirante-ilustrado e ilustre-, en el edificio que hoy alberga el colegio Almirante Laulhé. Su labor educativa en este “Instituto antiguo” fue muy importante, lo que favoreció su rehabilitación en la enseñanza pública. Hasta 1969, fecha en la que crea el actual Instituto Isla de León, Alberto Agudo junto a otros profesores, en su mayoría isleños, consiguió que muchos hombres y mujeres de San Fernando tuvieran acceso a una enseñanza media.
Alberto Agudo fue casi siempre el director “provisional” del Patronato, pero en 1969 , al integrarse muchos de sus profesores en el nuevo instituto Isla de León, consiguió ser elegido el primer director del centro. Don Alberto, como se le llamaba en el instituto con respeto, pidió años más tarde su traslado a Cádiz en donde se jubiló poco después.
El escritor isleño Enrique Montiel Sánchez,casado con Mª del Carmen (Macamen ) de Arnáiz Núñez,sobrina nieta del Almirante y una de mis 5 hermanas, en el 25º aniversario del Instituto Isla de León le expresaba su agradecimiento al segoviano Alberto Agudo,que tanto hizo por La Isla.
REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA (RAE).
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COMO PROMETÍ TRAIGO A COLACIÓN LAS PRINCIPALES OBRAS DEL ALMIRANTE Y QUIEN MEJOR QUE YO QUE LO HAGA SINO SU DIGNÍSIMO SUCESOR EN LA SILLA "Q",DE LA REAL ACADEMIA DE ESPAÑA DE LA LENGUA-RAE-,EL EXCMO SR.D. CAMILO JOSÉ CELA,NUESTRO CERVANTES Y NOBEL DE LITERATURA.ACOMPAÑO PARA MEJOR ILUSTRAR ESTA ENTRADA,PARTE DEL DISCURSO DE TOMA DE POSESIÓN DE ACADÉMICO DEL INSIGNE ESCRITOR.
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SEÑORES ACADÉMICOS:
CONVOCADO POR VUESTRA GENEROSIDAD, que es mayor, sin duda alguna, que mi derecho y aun que mi osadía, heme aquí, ante vosotros, a la espalda mi flaco mérito, mi ruin bagaje. Los guardiaciviles del camino se quedarán atónitos cuando, en mis andaduras por venir, a su pregunta de si llevo o si traigo papeles responda alargándoles una tarjeta en la que, con letra de bulto, se diga: Camilo José Cela, de la Real Academia Española. Lo más probable es que, de momento y por lo que sí o por lo que no, me detengan.
Me trae a esta Casa —declaro lo que todos sabeis— más vuestra liberal dádiva que mi escurrido merecimiento......................................
Y aquí estoy —obligado— en vuestra presencia y dispuesto, con harta preocupación, a hacerme acreedor a la confianza —y en vuestra confianza anida el peligro que correis y al que antes aludí— que en mi depositais llamándome a suceder, en su misma silla Q, al Almirante Rafael Estrada Arnaiz, gallego como yo lo soy, marino como yo no llegué a serlo, ¡ay, las remotas vocaciones y aficiones, y cómo se las llevó la mar!, y hombre ilustre por tantos conceptos que yo jamás alcanzaré.
Toda una baraja de próceres —baraja compuesta, a diferencia de la del jugador, de naipes, todos, de la misma alta valía— me atemoriza. y preocupa, con sus doce gloriosas sombras que son ya carne de historia, pasto de la misma historia, desde el respaldo de la silla que vuestra magnanimidad —y también, en cierto modo, vuestra crueldad— me ha destinado.
Desde el 21 de febrero, fecha en que me votasteis, la letra Q baila ante mis ojos la mareadora danza de los doce ángeles fantasmas de mi temor.
Apiadaos de mí, que no sé ni cómo comenzar. Quizás suceda que mi cuerpo de vagabundo no da para el chaleco del académico. Pero ya es tarde para volverse atrás. Que los manes del Capitán General don Mercurio Antonio López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona y Embajador en París, y del Teniente General don Juan López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona y Comendador de la Orden de Santiago, mis dos más antiguos abuelos académicos, me sean propicios. Ambos fueron directores de la Corporación en los tiempos en que, vinculada a tan noble familia, la Corporación nacía, y ambos fueron figuras señaladas en el libro de las mil páginas siempre abiertas de España.
Que don Martín de Ulloa —perito en sedas, en duelos y desafíos, en lenguas, en razas y en jurisprudencias— y don Antonio Porcel, a caballo de los siglos XVIII y XIX, testigo de excepción de las ilustraciones y las independencias, velen por mí, desde su alto cielo de los sabios.
Que don Juan Nicasio Gallego, clérigo patriota y liberal, y don Antonio Ferrer del Río, prologuista de la edición académica de La Araucana e historiador del reinado de Carlos III, vean con los buenos ojos del alma esta humildad, máscara de mi desnudez, con que me apresto a sucederles.
Que don Antonio Arnao, el fecundo poeta de Las melancolías, y don Francisco Fernández y González, miembro de cuatro Academias, Rector de la Universidad de Madrid y, aún mozo de veinte años no cumplidos, catedrático de Retórica y Poética, hombre de vastos conoceres, y sólida formación humanística, sean indulgentes conmigo en lo mucho que mi atrevimiento necesita.
En este punto, señores académicos, en que me refiero, siquiera tan de pasada, al octavo sillón Q, mi quinto antecesor, mi retatarabuelo en esta Casa, permitidme una alusión familiar, traída de la mano de los apellidos, a mi pariente Modesto Fernández y González, autor de La hacienda de nuestros abuelos y de un ameno Viaje a Portugal, que no fué académico de la Española, ciertamente, aunque sí de la de Jurisprudencia y Legislación, pero que pesa en mi agradecido ánimo por haber firmado múltiples artículos en los periódicos y revistas de fin de siglo con el seudónimo Camilo de Cela. Disculpad mi licencia en atención a ser el único antecedente literario de mi sangre.
Tras don Francisco Fernández y González, a quien don Antonio Maura dedicó un penetrante estudio en el Boletín de esta Academia, ocupó la silla que me brindais el Rvdo. P. Fidel Fita y Colomer, S. J., filólogo, historiador y arqueólogo, del que Menéndez y Pelayo, en el prólogo a la segunda edición de los Heterodoxos españoles, dice que es, sin disputa, el español de su tiempo que ha publicado mayor número de documentos de la Edad Media. El ilustre jesuíta que, conociendo doce o catorce idiomas, alternó el literario —y más que cumplido— uso del castellano con el del francés y el de su noble y sonoro catalán materno, publicó en el habla de Racine las Tablettes historiques de la Haute Loire y escribió en la flexible lengua de Ramón Llull, entre otros textos, sus bellas páginas de Los Reis d'Aragó i l'a Seu de Girona y de Lo llivre vert de Manresa. Hombre de tanta virtud como conocimiento, fue, asimismo, académico de Bellas Artes y director de la de la Historia. La muerte, que jamás perdona, se lo llevó de este bajo mundo para que su sillón lo ocupase don Javier Ugarte y Pagés, Auditor General del Ejército, diputado, senador, Ministro de la Gobernación y de Gracia y Justicia, Consejero de Estado, académico de la de Ciencias Morales y Políticas, presidente de la Real Sociedad Geográfica Española, jurisconsulto, periodista, poeta y comediógrafo. Fueron tantos y tales —y tan justos y merecidos— los cargos, actividades, condecoraciones y honores de don Javier Ugarte, que su sola enumeración nos llevaría hasta lindes remotas y muy alejadas de nuestro propósito.
Con don Manuel Linares Rivas, natural de la provincia de La Coruña como sus dos sucesores, el Almirante Estrada y yo, se abre el cielo gallego en la historia de este sillón Q. Linares Rivas fué un carácter muy compostelano, hombre vario y de amable pluma satírica que llenó, con su teatro de avisada técnica, muchas jornadas de nuestra escena. Sus comedias Mal año de lobos y Todo Madrid lo sabía y sus adaptaciones de las novelas de Pérez Lugín La Casa de la Troya y Currito de la Cruz, todavía son recordadas y comentadas.
Y henos aquí ya, señores académicos, en el año 1945 y ante el doceavo sillón Q: mi ilustre antecesor el Almirante don Rafael Estrada Arnaiz, el hombre cuyo recuerdo y alto ejemplo aún flota —y que siga siéndolo para lección de todos— en el sereno ámbito de esta Casa. El Almirante Estrada fue un poco el vivo arquetipo de la cálida fusión, del siempre soñado y cantado maridaje de las armas y las letras. José María Pemán nos lo describe como «de no sobrada estatura, cabello ceniciento, modales cortesanos y habla suave. Se ve que sus ojos puntiagudos y vivos —añade—, detrás del cristal de sus gafas, están prestos a todo». Wenceslao Fernández Flórez nos lo pinta «de mediana estatura, horro de carnes, fácil a la sonrisa». Don José Ortega y Gasset, al hablarnos, en sus Notas de andar y ver, de don Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, nos hace la apologética descripción del soldado de cultas aficiones: esa aparente antítesis. «Es guerrero de oficio —nos dice Ortega ante la bella y anónima escultura del sepulcro de don Martín—: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío bravamente. La historia nos garantiza su coraje viril. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la dialéctica?». Releyendo, días atrás, estas líneas del llorado maestro, me saltó a la memoria la imagen del Almirante Estrada. Son pocas las palabras que tendríamos que cambiar —que actualizar, mejor— para que el retrato nos resultase exacto. Es guerrero de oficio —podríamos decir de nuestro Almirante—: lleva uniforme azul y la coca del Cuerpo General de la Armada luce en su bocamanga. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas tras el cristal de sus lentes declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, navegó en el transporte Almirante Lobo, en los cañoneros Delfín y Canalejas, en los cruceros Baleares y Canarias bravamente. La historia nos garantiza su coraje viril. El recuerdo —y, si el recuerdo fallare, la fotografía— ha conservado su sonrisa dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la dialéctica? Nos atreveríamos a responder afirmativamente a ambas preguntas. Estrada, marino e hijo de marino, escritor e hijo de escritor —recordemos respetuosamente la pluma que trazó los delicados Recuerdos del tiempo viejo y el sabio texto Astronomía y navegación—, nos autoriza a nuestro doble sí.
No se limitó el Almirante Estrada, considerado desde su ángulo de escritor, a los estudios que por su profesión pudieran resultarle más familiares, sino que, con brillo y con lozanía muy dignos de encomio, cultivó la biografía, la literatura viajera y el discurso académico en páginas que son un modelo de precisión y de bien decir. Su aportación técnica al oficio del navegante quedó plasmada, entre otras, en sus obras La nueva navegación astronómica, De náutica astronómica y El progreso científico a bordo de los buques y en su ensayo La moderna navegación astronómica, marítima y aérea que publicó, allá por el 1926, en la Revista de Marina, como su tributo a los preparativos para el vuelo del Plus Ultra. En El Almirante don Antonio de Oquendo, Estrada, con rigor histórico y gracia de la mejor ley literaria, nos traza una semblanza tan viva y emocionada como aleccionadora y precisa. La novelesca y casi mítica figura de Oquendo, el hombre que se quedó solo con su capitana real frente a una escuadra holandesa de ciento catorce bajeles con el argumento de noble flamenquería de torero antiguo de que nunca el enemigo le había visto las espaldas, cobra, en las páginas de Estrada, unos estremecidos perfiles de poética hondura y de crecida y humana emoción. En Una visita a las islas de la Madera, Azores y en Un crucero por Argelia y Túnez nos enseña el Almirante Estrada su fiesta de escritor viajero, que me es tan especialmente grata, y en La mar, su discurso de recepción en esta Casa, y en los de contestación a los de las recepciones del Duque de la Torre y de Julio Palacios, nos muestra la mesurada e inteligente esquina académica de su personalidad. Todo esto unido a su, por todos conocida, hombría de bien, a su acrisolado temple, a su noble carácter y a su trato afable, hace que resulte para mí un placer —que me honro en declarar y pregonar— el cumplimiento de esta plausible y acostumbrada norma académica de recordar al hombre al que se sucede.
Y quiero hacer hincapié en esta voz que empleo: sucede, tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo suceder. La extraña ley que rige la marcha de los mundos ha dispuesto —sin caer en blasfemia, me atrevería a asegurar que con manifiesto error— que sea yo, ¡pobre de mí!, quien suceda al Almirante Estrada. En ningún caso, quede claro, confundo los verbos suceder y substituir. Nuestro diccionario dice que suceder es «entrar una persona o cosa en lugar de otra» y que substituir es «poner a una persona o cosa en lugar de otra». Cuando, después del año que pienso guardar silencio para ir haciéndome, poco a poco, a vuestra compañía, me permita decir, amparado en vuestra tolerancia, más de dos palabras seguidas en las juntas académicas, quizás sugiera, muy tímidamente, que se distingan con mayor precisión ambos conceptos que, sin serlo, a mi modesto juicio, aparecen casi como sinónimos. El ejemplo de mi sucesión es harto palpable y, en este sentido, cabría sospechar —y lo digo con todos los respetos y lleno de remilgos— que si suceder queda bien como está, substituir, en su primera e inmediata acepción, ya que puede haber, por lo menos, otra —y hablo no más que en principio, muy aproximadamente y sin olvidar que también se substituye lo gastado o estropeado, precisiones que es a la Academia y no a mí a quien corresponde señalar—, substituir, digo, en esta acepción en que la quiero usar, quedaría mejor por «poner a una persona o cosa de idénticas o análogas condiciones en lugar, de otra». Y así, cuando se dice «Fulano de Tal es insubstituíble», no se quiere dar a entender que «Fulano de Tal no tenga sucesión» sino más bien que «Fulano de Tal no tiene sucesión digna de él». Soy, bien lo sé, el sucesor del Almirante Estrada. Pero no soy, también lo sé, ni me considero su substituto. Entre otras razones porque el Almirante Estrada, en esta Casa, era insustituible....................................................
Fdo.- Fernando de Arnáiz Núñez. Coronel Intendencia Armada, en Reserva.

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