El Buda
El pesado buda de alabastro* que adornaba el antepecho de la buhardilla* fue el principio* del fin*,
pues al asomarme torpemente y sin pudor para ver las gracias altaneras de sus andares,
el susodicho y maldito trasto se deslizó suavemente tejado abajo arrastrando a su paso unas cuantas tejas, con tanto malaje que fue todo a caer como chuzos sobre su cabeza y cuerpo, lo que por añadidura, le ocasionó una grave esnafradura al caer de bruces. Desde aquél momento asumí plenamente el axioma* de su evidente rechazo a mis tejos amorosos.
Fernando de Arnáiz Núñez.
03/05/2017
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