Dejando a un lado Mein Kampf de Hitler y el Libro Rojo de Mao Zedong, porque sus cifras hay que ponerlas en cuarentena y, además, era obligatorio adquirirlos, hoy nos ocuparemos del libro más vendido de toda la historia: la Biblia. En ningún caso voy a juzgar su contenido, simplemente me ocuparé de los errores de traducción o interpretación que han llegado hasta nuestros días y algunas erratas de edición que dieron lugar a textos graciosos o incluso blasfemos.
Comenzaremos con Adán y Eva y la manzana de la discordia.
Según el Génesis, Dios puso a Adán y Eva en el Jardín del Edén (paraíso) y les dijo que podían comer el fruto de todos los árboles excepto del llamado Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Llegó la serpiente (el Diablo) engañó a Eva y comió del fruto prohibido (pecado original). Pero en ningún sitio dice que el fruto fuese una manzana. Para encontrar la manzana tenemos que ir a la Vulgata, una traducción de la Biblia hebrea y griega al latín de finales del siglo IV hecha por San Jerónimo de Estridón por orden del Papa Dámaso I. La primera Biblia oficial. Se llamó Vulgata porque está escrita en latín vulgar (el latín de estar por casa que hablaba todo el mundo). En esta Biblia se tradujo malum (mal) como manzana, porque malum en latín también significa manzana. Desde este momento es identificó el fruto prohibido con la manzana. Siglos más tarde, los pintores ayudaron colocando una manzana en la mano de Eva.
Otro error de traducción se refiere al camello y la aguja.
En el evangelio de Mateo, Jesús dice: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Evidentemente, es imposible que un camello pase por el ojo de una aguja, pero no os parece que el camello en esta frase está fuera de lugar.
Si volvemos a la Vulgata de San Jerónimo encontraremos el error. Se identifico kámilos (en griego es una maroma, cuerda gruesa) con kámelos (en griego camello). Y aunque también sea difícil que una maroma pase por el ojo de una aguja, tiene más sentido que un camello.
Tengo sed, y le dieron vinagre.
En el Evangelio según San Juan, en su capítulo 19 dice así:
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Sin entrar en la intención de quienes se lo ofrecieron o el significado de las palabras de Jesús más allá del literal, esta historia tiene que ver con el vinagre o, mejor dicho, con el supuesto vinagre. ¿Qué hacía allí un “recipiente lleno de vinagre”? La respuesta a esta pregunta es mucho más sencilla si pensamos que aquello no era vinagre, sino posca. La posca era una bebida que se elaboraba mezclando agua y vino picado o avinagrado. Normalmente, era el vino consumido por los ciudadanos que no podían permitirse uno de calidad superior y, sobre todo, por las legiones de Roma en sus múltiples campañas de conquista por todo el mundo conocido. Y aun teniendo un sabor nada agradable, tenía varias ventajas sobre el vino: era muy barata, no se corría el peligro de que se estropease -ya estaba picado- y era la forma más segura de beber agua (los egipcios utilizaban el vino como antiséptico y los persas como germicida). Así que, como Jesucristo estaba custodiado en la cruz por soldados romanos, es más fácil situar en esta escena un “recipiente lleno de posca” que un “recipiente lleno de vinagre”.
Y pasando a las erratas de edición, tenemos la coma blasfema.
La coma blasfema: en varias ediciones de la Biblia del rey Jacobo de Inglaterra, una traducción al inglés de la Biblia que se publicó en 1611 y que ha sido el referente sobre posteriores traducciones, dice: “Y también hubo otros dos malhechores [crucificados junto a Jesús]” debería haber sido “Y también hubo otros dos, malhechores” para no incluir a Jesús en ese distinguido grupo.
La Biblia de los pecadores o de los malvados: se refiere a la Biblia publicada en 1631 por Robert Barker y Lucas Martin en Londres. El nombre que se le dio a esta Biblia es por la omisión de la palabra “no”: en los Diez Mandamientos, aparece “Cometerás adulterio” en lugar de “No cometerás adulterio“. Los editores de la Biblia fueron multados con £ 300 y privados de su licencia de impresión. Hoy en día, existen 11 copias de esta edición.
La Biblia de los injustos: se llama así a una edición de Cambridge en 1653. En la primera carta a los Corintios dice: “¿No sabéis que los injustos heredarán el reino de Dios?“, en lugar de “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios?“. Los editores multados con tres mil libras.
La Biblia de los camellos: es esta edición inglesa de 1823 se incluye “se levantaron Rebeca y sus camellos (camels)“, en lugar de “se levantaron Rebeca y sus doncellas (damcels)“.
La Biblia de la impresora: es una edición publicada de 1702. En el Salmo 119, dice “Las impresoras (printers) me han perseguido sin causa“, en lugar de “los Príncipes (princes) me han perseguido sin causa“.
La Biblia del vinagre: versión publicada en Oxford en 1717, por J. Baskett. Convierte la “parábola de la vid o viñedo (vineyard)” en la “parábola del vinagre (vinegar)“.
La Biblia de los búhos: edición de 1944, se lee: “…las mujeres estaban sujetas a sus maridos búho (owl)” en lugar de “…las mujeres estaban sujetas a sus propios (own) maridos“.
La Biblia de los responsables: edición de 1562 publicada en Ginebra en el evangelio según San Mateo: “Bienaventurados los artesanos del lugar (place-makers)“, en lugar de “Bienaventurados los pacificadores (peacemakers)“.
Y terminamos con un milagro que, igual, no fue tal.
En el Evangelio de Juan, Jesús, su madre y los discípulos asistían a una boda en Caná de Galilea en la que, según parece, había más invitados de la cuenta o bebían más vino de lo normal para este tipo de celebraciones. Ante aquella crítica situación para el novio, Jesús ordenó llenar con agua seis tinajas de barro que cuando se sacaron a la mesa… se obró el milagro: el agua se convirtió en vino, y del bueno.
En las fechas en la que se escribió este evangelio -finales siglo I- ya existía un artilugio que podía convertir el agua en vino. El artista Herón de Alejandría, el Leonardo da Vinci de la Antigüedad, inventó la primera máquina vapor, la máquina expendedora, varios autómatas… y la jarra mágica.
La jarra está dividida en dos mitades horizontalmente. La pieza que divide la jarra en dos mitades tiene unos pequeños orificios (E) junto a la pared y uno mayor en el centro atravesado por un tubo que va de la parte inferior al asa con un orificio de salida a la altura del pulgar (K). Fuera de la vista de los comensales, echamos vino en la jarra que llenará la mitad inferior a través de orificios (E). Ya en la sala, decimos que vamos a convertir el agua en vino y echamos en la jarra agua asegurándonos de tapar el orificio con el pulgar. Al no tener salida el aire, el agua quedará atrapada en la parte superior. Manteniendo tapado el orificio con el pulgar, se vuelca la jarra y saldrá agua pura…decimos que es un proceso lento. Repetimos la operación pero en esta ocasión no tapamos el orificio, el agua seguirá saliendo pero ya mezclada con algo de vino que ha pasado por orificios (E)… ya va tomando color y sabor. Y rematamos volviendo a servir, ya cuando se haya terminado el agua de la parte superior, obteniendo vino. Eso sí, la calidad el vino dependerá del que hayamos echado al principio. Lógicamente, e invirtiendo el proceso, se puede convertir el vino en agua, aunque con este milagro no haríamos muchos amigos.
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