Aquel último día del año de 1961, hace exactamente 55 años, la prensa local recogía una instantánea de Paadín. En ella, un grupo muy especial de ferrolanos se reunían en «Los Cazadores» para dar un cálido recibimiento al pintor eumés Abelardo Miguel, que volvía victorioso de sus exposiciones en Oporto y Lisboa, dónde colgó el cartel de «todo vendido» pocas horas después de la apertura.
También se celebraba que el gran proyecto de Jesús López Pita seria una realidad : La Cooperativa de Castro en Narón.
Ah, que los señoritingos del Casino tienen los frescos de Bello Piñeiro, pues los labriegos de Narón tendrán murales de Abelardo Miguel... dicen que contó al brindar levantando su copa ante el júbilo de los presentes.
Que esta improvisada celebración tuviera como marco «Los Cazadores» no era casual. Porque paradójicamente en esa época, en aquella ostentosa Ciudad Departamental de Ferrol, pletórica de vida, «surgiría un humilde y atípico lugar, único e irrepetible, en el que se darían una serie de circunstancias inexplicables que propiciaron que se desarrollara en él un ambiente artístico extraordinario, cual enxebre parnaso ferrolano». De forma naturalísima, sin artificios… simplemente surgió y brilló hasta el final de la década. El ambiente artístico del Ferrol de los 60 sería impensable sin la existencia de “Los Cazadores».
Nada más lejos de ser un elegante establecimiento como los de otras ciudades españolas, donde la tertulia va acompañada de ambientes de cierto refinamiento. Ni siquiera era un cálido y acogedor café de provincias. Era una tasca que en un principio ocupaba la parte trasera de un modesto ultramarinos de la calle Magdalena. Era tan tosca, que el suelo no estaba recubierto, era de tierra y las mesas y sillas estaban hechas de troncos de árboles sin desvastar. Al frente del establecimiento estaba Marcelino, un emigrante retornado cuyo carácter y talante un tanto violento y adusto estaba bastante reñido con el ambiente distendido, afable y cordial de los clientes que lo frecuentaban.
Marcelino, casado con la hija de un almirante, y con lo que hoy llamaríamos escasas habilidades sociales, era aficionado a la caza, de ahí el nombre de «Cazadores». Una fusta solía acompañarle como arma disuasoria de cualquier posible desmán. Pululaba por el local su perro sabueso, un setter irlandés que respondía al nombre de John. Uno de los puntos fuertes del local era en algo tan pragmático como la dispensa de buen vino y unos sencillos pinchos de embutido de calidad acompañados de pan en forma de cuerno «cornechos». No se llevaba la cuenta de lo ingerido y la forma de pago de los pinchos consistía en el recuento de los palillos que había utilizado cada cliente, algo que hoy se considera muy chic en las tabernas de diseño vasco- navarro de las capitales españolas.
El ambiente era muy variopinto formado por artistas más o menos reconocidos, periodistas, médicos, chambones, militares, músicos y todo tipo de aficionados al arte, en el que se hablaba de lo divino y de lo humano compartiendo con el buen vino espléndidos ratos de risas y charlas. Dado el talante que se respiraba en la sala, no era extraño que se hicieran críticas al régimen cuando el vino soltaba la lengua más de la cuenta y la prudencia quedaba relegada... De hecho, se contaba que había quien informaba a ciertas autoridades de lo que allí acontecía y algún contertulio fue llamado al orden.
«Cazadores» era también lugar de promoción de los pintores que carecían de marchante- lo habitual en Ferrol- y dejaban allí sus obras en exposición por si aparecían posibles compradores, convirtiendo el local en una sui géneris galería de arte. Las paredes del local se convertían en gigantescos lienzos en los que los artistas por agradecimiento y entretenimiento dejaban allí su impronta con sus dibujos y pinturas… Fernández Sánchez, Yglesias, Villaamil, González Collado, López Guntín, el eumés Abelardo Miguel entre otros decoraron estas paredes no en una sino en sucesivas ocasiones. Asimismo era habitual que se retratara al carboncillo a los clientes y tertulianos y permanecían allí los retratos en las repisas que convivían junto a piezas escultóricas. El escultor catalán Carlos Moyá, y Ramón Miraz llegaron a modelar in situ para delicia de los clientes. Adquirirá entonces el sobrenombre de «Cueva de los artistas»
¡Todo aquel que visitaba la ciudad y tenía alguna inquietud artística «paraba» por allí y siempre se sentía acogido. Tenía un atractivo especial para los extranjeros, pues en esa peculiar bohemia, había personas que sabían idiomas y estaban deseando conversar. «Los Cazadores» llegó a convertirse casi en un consulado americano, ya que los estadounidenses tenían fascinación por el local y eran clientes habituales -no olvidemos que en la base de La Graña existía una instalación norteamericana y que periódicamente había americanos empleados en el astillero ferrolano, Entre ellos destacaba Mr Archer -D. Ricardo-, un norteamericano de origen suizo, de simpatía a raudales que consiguió que muchos pintores ferrolanos vendieran sus obras al colectivo yanqui, a precios elevados. De hecho, hay constancia de la existencia de tres decenas de cuadros de mariñeiros de Abelardo Miguel entre Pasadena y Austin Texas.
Era significativo mencionar la presencia de mujeres en este ambiente, que acudían solas o acompañadas. Que fueran solas era muy inusual en los establecimientos de restauración de Ferrol, en una época en la que estaba muy mal visto que las mujeres alternaran sin compañía. Pero «Cazadores» era una especie de oasis y ellas estaban allí, tan importantes como los hombres en un espacio en el que se les daba su lugar. Fumaban libremente, llevaban pantalones y daban sus opiniones sobre todo lo que se les antojaba, entre ellas Lourdes, la modelo de Segura Torrella, la cantante Ahío, Victoria Taibo, Isabelita Casares, Begoña Muñuzuri… Pero en este ambiente destacarían dos personas que hoy ampulosamente se les llamaría «animadores socioculturales”: Manuel Luis Fidalgo y Cachita Núñez. Fidalgo y Cachita eran, en el sentido más modesto de la palabra, mecenas de artistas que presentaban su obra en Ferrol y que en la medida de sus posibilidades ayudaban con sus contactos y amistades. Cachita en la radio y Fidalgo en la prensa escrita daban impulso a nuevos pintores o no tan nuevos pero que querían hacerse un hueco en el dinámico mundo artístico ferrolano.
No podría nombrarse a todos los que por allí pululaban, aparte de los pintores citados, Segura Torrella, unos jovencísimos Siro y Juan Galdo, -dispuesto a irse a París-, el locutor Rafael Taibo, el poeta Pérez Parallé, el consignatario de buques Borrajo, Reyna de la Brena, Santiago Hernáez, los periodistas Paadín, Mario Couceiro-Marius-, Valle- Romero, Kinso, los fotógrafos Arjo y Hans Dunn, Chiro,Tomás Posse –dueño de la Academia Balmes-, los tenientes de Navío Blanco y Garcés, el capitán Aláez,... junto a ellos, los pequeños de la gran prole de Cachita Núñez que corrían entre los barriles, y una diminuta pizpireta y marisabidilla que suscribe estas líneas a la que su padre sentaba en la misma barra para disgusto del refunfuñante Marcelino.
Aquel mágico «Cazadores» se desvaneció y los dibujos y frescos de sus paredes fueron sepultados por capas de pintura.También desaparecería, víctima de oscuros entramados, la Cooperativa de Castro, modélica y pionera en la mejora de las condiciones de vida del agro gallego,Y se olvidaron los identitarios y coloristas murales de aquella Galicia arcadica que pintó el artista euéms.
Hoy medio siglo después nada los recuerda y la mayoría de los que integraron aquel espacio y aquel tiempo hace mucho que no están con nosotros.
Sin embargo, todos ellos siguen ahí, en «Cazadores», aún desde mundos remotos .Allí siguen reuniéndose.. porque sobre aquel suelo de tierra de la calle Magdalena fraguaron sueños y sueños artísticos que les unieron para la posteridad. Sin saberlo escribieron uno de los capítulos más inolvidables de la intrahistoria de la ciudad... De aquel rutilante Ferrol de «Los Cazadores» que se nos fue para nunca más volver.
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