Buenas noches: Creo no exagerar si afirmo que G.K. Chesterton (1874-1936) está entre los cinco o diez mejores escritores católicos del siglo XX. Se cuentan por cientos de miles los lectores a los que han cautivado su estilo, tan fresco y ágil, sus desconcertantes paradojas y su iluminador sentido común. Esto último, lo del sentido común, es importante. Chesterton fue el escritor del hombre corriente; en cierto sentido, escribía para él. Reacio a las sofisticaciones y a esas sutilezas más propias de sofistas que de filósofos, tenía la gran virtud de disertar con sencillez y humor sobre asuntos aparentemente tediosos y complejos. Frente al esnobismo intelectual de su época, creía que las intuiciones del obrero, el maquinista y el albañil estaban más cerca de la verdad que los pretenciosos razonamientos de los intelectuales. Dada mi admiración hacia Chesterton, he acogido alborozado la publicación de Esencia de mujer, un libro en el que el autor inglés reflexiona sobre la feminidad, el matrimonio, la familia y el feminismo, y en el que resplandecen con especial fulgor esa frescura estilística y ese sentido común tan propiamente chestertonianos. A mi modo de ver, este fragmento del prólogo resume vigorosamente tanto la tesis que subyace en cada capítulo de Esencia de mujer como la visión de Chesterton sobre el problema del feminismo: No es que Chesterton se opusiera al feminismo porque detestase a la mujer, sino porque la amaba demasiado como para desear que se convirtiera en un hombre. No es que pretendiera que la mujer se ocupase de lo doméstico porque la minusvalorase, sino porque valoraba lo doméstico por encima de todo. No es que deseara mantener a la mujer al margen del mercado laboral porque la considerase incapaz de desenvolverse en él, sino porque consideraba al mercado laboral incapaz de hacer justicia a su belleza. Chesterton no despreciaba la feminidad; en cierto modo, la apreciaba demasiado. Si le podemos imputar algún crimen, no es el ninguneo, sino la idealización. |
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