miércoles, 25 de noviembre de 2015

EVOLUCIÓN DE LA ARMADA ESPAÑOLA.




EVOLUCIÓN DE LA ARMADA ESPAÑOLA (I)  (1975-2015) (General de División Juan Chicharro Ortega)
En este artículo, y en los dos siguientes, emprendo una difícil síntesis de la evolución de la Armada española que yo he vivido en los últimos 40 años. Por supuesto, es una visión personal y por tanto sujeta a criterios diferentes por parte de quien la lea.
Vamos a ello.
La vida media de un buque de guerra ronda los treinta años, lustro arriba o abajo, por lo que cabria pensar que describir 40 años de la historia de nuestra Armada sería como relatar las vicisitudes de uno de sus barcos en una extensa navegación. Una navegación en la que ha habido momentos en los que ésta se ha desarrollado con buena mar y otros surcando ésta entre fuertes marejadas, cuando no temporales.
El hombre es propenso a pensar siempre que los tiempos presentes no son buenos y que tiempos pasados fueron siempre mejores. Es por eso que se hace necesario conocer y profundizar siempre en las enseñanzas de la historia y a partir de ahí situar con mayor exactitud las características de la realidad de hoy. No son momentos, hoy, en los que reine el optimismo generalizado  pero si nos atenemos a hechos históricos como la crisis del 98  o a lo acaecido en el 36, por lo que la Armada se refiere, podemos deducir que la situación de entonces fue bastante más grave que la presente. Mucho más grave;  y recordemos que de ellas se salió con renovadas energías. Y de esta saldremos también.
Considero necesaria esta introducción antes de analizar las vicisitudes de la Armada en los últimos 40 años por la sencilla razón de que pese a los avatares acaecidos en nuestra Patria que tanta incidencia han tenido  en nuestras FAS, constato que la esencia de lo que siempre fue la Armada se mantiene incólume. A pesar de todo.
Los 40 años de la historia de nuestra Armada que se describen en este, y otros artículos que seguirán, coinciden prácticamente con mis años de servicio en la misma, por lo que cuanto yo pueda expresar aquí no será fruto del estudio histórico, sino de lo realmente vivido en primera persona; por lo tanto, y como no podía ser de otra manera, estas líneas tienen una faceta subjetiva inequívoca, si bien pretenden ser fieles a la objetividad que una obra como la presente requiere.
Parto, consecuentemente, del recuerdo de la Armada a la que yo me incorporé en el año 1969 y de la que me retiré del servicio activo en el año 2010.
La Armada constituye parte indisoluble del conjunto de las FAS y como tal se ha visto afectada por las vicisitudes a las que estas han estado sometidas en estos últimos 40 años. Esto es evidente; sin embargo La Armada tiene una personalidad propia muy acuciada derivada de las características del medio en el que  se desenvuelve, que no es otro que la mar, y a su ubicación geográfica en la periferia, y más en concreto en tres localidades como Ferrol, Cádiz o Cartagena. Quiero decir con esto que la Armada carece las más de las veces de la globalidad que puede tener el Ejército de Tierra y que consecuentemente ha sido ajena a muchos de los efectos que la política en general – que no la de defensa – ha ocasionado a ese ejército en el transcurso de estos años. Así, por ejemplo, la relación de la Armada con hechos como los que se desarrollaron en torno al 23 de febrero de 1981, y a todos sus antecedentes, fue casi nula o inexistente. La participación de oficiales de la Armada en la desaparecida "Unión Militar Democrática" fue testimonial limitándose esta a apenas cuatro o cinco personas cuya pertenencia a dicha organización se debía más a frustraciones personales que a convicciones. El impacto del conocido "manifiesto de los 100 capitanes", que se publicó en 1981, no tuvo eco en la Armada; al menos que yo recuerde. Y fue así no porque los jóvenes oficiales de marina de entonces no  coincidieran con sus postulados sino simplemente porque los propiciadores del mismo no contaron con ellos.
Esto son sólo ejemplos, claro está, pero que dan una idea de la lejanía – que no indiferencia – en la que se ha encontrado la Armada en todos estos años; algo que no es nuevo ciertamente en nuestra historia general. Lo que sí es cierto es que ha sido sufridora de todo cuanto ha acaecido después y no siempre para bien.
Mi propósito en este artículo, y los que le siguen, es dar una visión global del devenir de la Armada en esos últimos 40 años.
En 1975 la Armada contaba con unos 40000 hombres y disponía aún de barcos que procedían de nuestra guerra civil y de la segunda guerra mundial. Era una Armada en la que las  crecientes relaciones con los EEUU propiciaban un conocimiento de los procedimientos técnicos y tácticos de la misma OTAN que más tarde serían muy beneficiosos al producirse la integración de nuestro país en la Alianza. Era una Armada en la que la colaboración con la industria naval – que siempre existió – comenzaba a dar pasos de gigante en la definición de buques que con el tiempo llegarían a ser sólo de producción nacional y con capacidad exportadora. Era una Armada en la que todo el esfuerzo de de medios e instalaciones para el apoyo a la fuerza era especifico y adaptado a las verdaderas necesidades del propio ejército. Era una Armada en la que, a pesar de que nunca fueron boyantes los medios, se atendía a las necesidades especificas de su personal para propiciar que la razón de su existencia, que no era otra que la Fuerza, fuera posible: atención hospitalaria, colegios, viviendas……etc. Nadie piense que aquello era el paraíso en este sentido, ni mucho menos, pero sí es cierto, por ejemplo, que la movilidad geográfica a la que estaba sometido su  personal  estaba garantizada o al menos atendida, en líneas generales, desde luego en mayor grado que ahora. Era una Armada que, si bien circunscrita a las islas Canarias, islas Baleares y a las tres bases principales antes citadas, navegaba y se hacía presente en todo el territorio nacional. No eran tiempos en los que las operaciones en el exterior – hoy habituales – se desarrollaran, pero sí eran tiempos en los que el adiestramiento en la mar era permanente y en los que finalizados los ejercicios los barcos recalaban en cualquier puerto de nuestro territorio sin las restricciones de hoy. No miento si les digo que los puertos catalanes eran habituales y por cierto los más deseados. Por ejemplo, Barcelona, donde el trato recibido era siempre exquisito.
¡Cómo no recordar la semana naval que tuvo lugar en Barcelona en los años 60 y que aquellos que lo vivieron pueden recordar como momentos imborrables del buen trato recibido!
Era una Armada en la que el espíritu y moral de sus cuadros de  mando, oficiales y suboficiales, era alta. Unos porque siempre atentos a la honrada ambición aún estaban lejos del afán "carrerista" de nuestros días y otros porque veían como las disposiciones reglamentarias les propiciaban posibilidades que hoy les son negadas; no obstante muchos de ellos procedían de la propia marinería, de los inolvidables cabos especialistas que tantos buenos mandos subalternos le han dado a la Armada.
Esta era la Armada de 1975 en la que yo ingresé, y tal vez el lector piense que me dejo llevar por la nostalgia, pero intuyo que a pesar de ello no ando muy lejos de lo que en verdad era.
Abandoné el servicio activo a finales de 2010 y en estos 40 años transcurridos la Armada ha evolucionado – como lo ha hecho la sociedad en general – de forma muy acusada.
 Hoy nos encontramos una Armada que cuenta con unos 20000 hombres y mujeres – muy inferior a la de 1975 – pero que cuenta con buques muy avanzados tecnológicamente, todos construidos en España, y que podía considerarse equilibrada en sus capacidades, al menos hasta hace poco. Una marina de guerra moderna y que puede considerarse, por sus características, entre las más avanzadas del mundo. Una marina de guerra que ha sabido adaptarse a los rápidos cambios acaecidos en el mundo y que hoy participa con sus aliados en numerosas operaciones internacionales con gran eficacia. Es una Armada que ha dado un salto cualitativo de gran alcance que cuenta con medios otrora impensables.
Esta es la realidad y sería injusto no reconocerlo así.
Pero es una Armada que ha dejado en el camino aspectos de sus características propias, como ejército específico, que la convierten de alguna forma en un tigre de papel. Y de ello no ha sido responsable la propia Armada sino las sucesivas normas que con afán centralizador se han impartido en estos últimos 40 años. Normas que no sólo han tenido sus efectos en el personal sino también en los procedimientos de adquisición del material.
Decía la antigua doctrina del Ejército de Tierra al definir los elementos de la acción que el terreno es el escenario donde se desarrolla la acción y que condiciona el empleo y el movimiento de las armas y los medios así como la personalidad de quienes los manejan .
Para la Armada el terreno no son ni las llanuras ni los montes sino la mar. La mar condiciona por tanto todo. Marinos e infantes de marina se ven condicionados en todo su saber por este elemento y a él se tienen que adaptar siempre; este hecho  va a conformar su personalidad desde siempre. Comparten con sus compañeros de los otros ejércitos valores y virtudes militares comunes como el amor a la patria, el valor, el sacrificio, el sentimiento del honor, etc.,  pero lo han de ejercer en un medio generalmente hostil: la mar.
La Armada ha tratado de defender siempre con razonamientos profundos y de alcance que es consciente de la necesidad de la conjunción de esfuerzos entre ejércitos, especialmente en la administración de recursos, pero que esto no podía acarrear una simplificación de normas por lo que al personal se refiere, toda vez que la esencia del propio ejército era bien diferente a la de los otros y el resultado de esa uniformidad normativa sería negativa para la propia Armada.
Analicémoslo desde la perspectiva del personal y del material.
Decía antes que la Armada contaba hoy con buques y medios de última generación a la altura de las marinas más avanzadas del mundo. Cierto. Pero los medios sin el material humano no son nada. Es el hombre el que al hacerse cargo de ellos les da vida y el que en definitiva mediante su preparación, y sobre todo su moral, el que les da su verdadero valor. Las sucesivas normas y reorganizaciones a las que se ha visto supeditada han sido determinantes por lo que a la preparación de sus cuadros de mando se refiere, y desde luego a su moral. De una parte por el afán igualatorio con otros ejércitos al que normas centralizadoras la han obligado y de otra porque sucesivas leyes relativas al personal han influido notablemente sobre el devenir profesional de su componentes. No es soportable que en menos de una década sean tres las leyes que han incidido sobre las expectativas de carrera, tanto de oficiales como de suboficiales. Sin descartar algún que otro aspecto positivo de las mismas se da la circunstancia que no son pocos los casos en que lo único que han conseguido es romper la cohesión de sus componentes. Recuerdo bien cuando aún en el ejercicio del mando, y a propósito de la integración de escalas propiciada por la última Ley, asistía a reuniones de oficiales y suboficiales donde se formaban grupos diferenciados según las procedencias de cada uno de ellos para exponer sus inquietudes, cuando no quejas. Sin duda, la cohesión, tan importante en un ejército, se había visto afectada.
Una de las características más claras que definen a la Armada desde siempre es el hecho de constituir una gran familia. Algo absolutamente necesario cuando sus componentes se ven obligados a largas ausencias por motivo del servicio. Son momentos en los que el apoyo de todos sus componentes se manifiesta. Es imprescindible que al salir a navegar, de ejercicios o en operaciones, el marino o infante de marina sienta que su familia queda acompañada y protegida. La Armada siempre cultivó desde tiempo inmemorial esta actitud, con mayor o menor fortuna, entre todos sus componentes. Esta venía propiciada por la proximidad vecinal y por la concurrencia a un mismo centro escolar de todos los hijos que se desenvolvían en un ambiente similar, algo muy importante para la estabilidad emocional de niños sometidos más de lo habitual a la ausencia continuada del cabeza de familia. Son aspectos sociales como la proximidad vecinal, los centros escolares "ad hoc" y la atención hospitalaria cercana a las vicisitudes de la vida del marino los que propiciaban que sin demasiados problemas el marino pudiera sobrellevar una movilidad geográfica –la más grande entre todas las instituciones del Estado– necesaria para el buen funcionamiento de la Armada y para el perfeccionamiento profesional de sus componentes. Las sucesivas leyes de personal y asistencia a éste desarrolladas durante las últimas décadas han roto de forma traumática estos condicionantes que facilitaban el buen llevar de los asuntos familiares en una organización como la Armada. Esta situación está originando que hoy en día los oficiales y suboficiales de la Armada contemplen con grandísimo temor cualquier movimiento o cambio de destino puesto que afectan gravemente a la conciliación familiar. Hoy se dan casos en los que oficiales renuncian al mando de buques con tal de no romper las familias. Algo nunca visto hasta ahora. Problemas que se agudizan cuando el traslado se produce a comunidades autónomas donde se exige la enseñanza en lenguas distintas del castellano.
Los componentes de la Armada son ciudadanos con los mismos derechos y deberes que el resto de la sociedad pero por las características de la vida a la que están sometidos, por servir precisamente a esa misma sociedad, deben tener unos condicionantes de vida que no son privilegios sino precisamente prestaciones necesarias para el buen servicio. Cuando alguien dijo que era necesario romper "los guetos militares" o bien no sabía bien lo que decía o por el contrario lo sabía muy bien. Si lo que se pretendía era incidir directamente sobre la moral de sus componentes influyendo negativamente sobre esta lo han conseguido. Y si alguien duda sobre esto que se lo pregunten a los mandos de la Armada sometidos a estas vicisitudes; por ejemplo, a más un oficial al que se le asigna mando de buque fuera de su localidad habitual de residencia y que se ve imposibilitado de trasladar a su familia por no conseguir centro de enseñanza para sus hijos.
Lo siento, en los años 70 del pasado siglo las condiciones sociales no eran la panacea universal pero desde luego estaban a años luz de la situación presente en el buen sentido.
No hay que menospreciar tampoco el efecto que las normativas implantadas han tenido, y tienen, sobre el aspecto vocacional de una profesión como la del militar, que si bien, no descartando nunca, en uso de la honrada ambición, las aspiraciones de alcanzar los máximos empleos, aún consciente de su dificultad, se sabía al menos que el empleo de Capitán de Navío o Coronel eran metas alcanzables; y otro tanto cabría decir de los suboficiales cuyas aspiraciones de alcanzar el ansiado empleo de oficial  estaban a su alcance, posibilidad que hoy les es negada merced a las disposiciones adoptadas en los últimos años. Las consecuencias de estas medidas no son otras que la creciente desmoralización que se observa en nuestros cuadros de mando que ven mermadas sus expectativas de carrera desde el punto de vista vocacional y que está dando lugar a una visión ocupacional de sus cometidos algo que siempre fue lejano del espíritu de nuestros ejércitos y en este caso concreto de la Armada. Hoy ya es normal que las actividades en los ejércitos se ciñan a los horarios establecidos, tal que si de una oficina bancaria se tratara. Lejos están los tiempos en los que el horario no era referencia en nuestras unidades, tal y como preconizaron siempre nuestras ordenanzas cuando del servicio se trataba.
Lo expuesto, y algo más, es el efecto que las diferentes normativas que sin solución de continuidad se han ido implantando, una tras otra en los últimos 40 años, y que han conseguido establecer en nuestras Fuerzas Armadas, las más de las veces, sin que nadie constatara este hecho, al considerar que la necesidad de adaptación a las vicisitudes de una sociedad en cambio las hacían perentorias.
Me resulta difícil creer que todo responda a los dictados de  una mano negra tal que si emanadas de un hipotético "club Bilderberg" se trataran. Entraríamos en unos campos de la fantasía difícil de imaginar; sin embargo si uno atiende a los efectos que están causando en nuestros cuadros de mando desde el punto de vista de la moral, y la cohesión que sostiene un ejército, a uno le entran muchas dudas.
Vayamos ahora a observar la evolución que desde el punto de vista del material ha experimentado la Armada en los últimos 40 años.
Pero eso quedará para el siguiente artículo.
General de División de Infantería de Marina (R.) Juan Chicharro Ortega




 

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