Si en vez de cinco galeones españoles los protagonistas de esta historia hubieran sido ingleses, incluso franceses, este asombroso combate naval del siglo XVII no estaría recluido en el baúl de los recuerdos de unos pocos. Si el capitán al mando de la escuadra española, Francisco de Ribera, no hubiera nacido en Toledo, sino en Plymouth o en, qué se yo, Burnham Thorpe, la batalla del Cabo Celidonia habría tenido unas cuantas películas, libros y hasta algún video juego dedicado a la misma.
Por que vamos a aclarar una cosa: aquí todo el mundo conoce lo que han querido que conozcamos y lo peor de todo es ese poso de desprecio que les queda a algunos tras haberse inflado a leer o a que les cuenten las historias navales de los ingleses y demás, quedando los españoles para muchos como meros comparsas y actores secundarios que siempre han vivido de espaldas al mar.
Los marinos españoles no estuvieron sólo en Trafalgar o en 1898. Déjenme que les diga algo: hubo una época en la que el pabellón español era respetado y temido en la mar como en ningún otro periodo. Me refiero no sólo al siglo XVI, sino a principios y mediados del siglo XVII. Y no sólo en el Mediterráneo, como veremos, sino en la propia casa del enemigo de siempre: Inglaterra y Holanda. Esos corsarios de Dunkerque, de los que hablábamos hace poco, sumados a la flota de la Armada allí presente, casi arruinaron el comercio del canal.
En el Mediterráneo el enemigo era el Turco, que desde hacía más de un siglo pugnaba por hacerse dueño de la zona, teniendo como adversarios a los cristianos, encabezados por el Imperio español. Sin las fuerzas navales españolas de aquella época hoy en día el mapa de Europa sería muy distinto. No fueron los venecianos los que los frenaron, ya que estos jugaban a dos bandas y no eran precisamente de fiar. Tampoco los franceses se ocuparon de que las galeras otomanas fueran más hacia el oeste. Eso le tocó a la Armada española y a sus corsarios. Pero no nos vayamos más por las ramas, ahora quédense con una batalla naval que supuso un punto de inflexión en la lucha en el mar, en la forma en cómo los buques de vela se fueron imponiendo poco a poco a las galeras.
La escuadra del capitán Francisco de Ribera
Algún día hablaré sobre el Gran Duque de Osuna, virrey de Sicilia y Nápoles por aquella época y verdadero acicate contra los turcos y venecianos por el dominio del Mediterráneo. Osuna reorganizó la penosa flota española sita en los territorios italianos del Imperio español, y creo, con su dinero y esfuerzo, una flota poderosa y temida como nunca antes en la zona. A expensas del rey de España, equipó con su oro galeras y galeones para hacer el corso y perseguir a los otomanos en cualquier parte. El rey de España veía así cómo se libraba del pago de una escuadra que estaba bajo sus servicios y que, además, recibía parte del botín que aquella sacase del corso. Si bien la mayoría de los galeotes eran sicilianos o napolitanos, gente del país, los soldados que llevaban a bordo y sus comandantes eran todos españoles, que eran los que en definitiva daban el poder de combate a las embarcaciones.
El capitán Francisco de Ribera era el arquetipo del hombre de mar de entonces: hombre conocedor de su oficio, fogueado en mil lances (algunos poco honorables), duros y con un valor que hoy en día sería difícil de comprender.
No quiero extenderme en su biografía, así que pasaré directamente a junio de 1616, donde el capitán español estaba bajo el mando de una pequeña escuadra de buques de vela con la misión de hacer el corso por la zona y ocuparse de una posible escuadra turca que, según avisos, se disponía a invadir Calabria.
Dicha escuadra constaba de los siguientes elementos:
- Galeón Concepción (capitana) – 52 cañones. Bajo el mando del propio Ribera.
- Galeón Almiranta – 34 cañones. Al mando del alférez Serrano.
- Nao Buenaventura – 27 cañones. Al mando del alférez Iñigo de Urquiza.
- Nao Carretina – 34 cañones. Al mando del alférez Valmaseda.
- Nao San Juan Bautista – 30 cañones. Al mando de don Juan Cereceda.
- Patache Santiago – 14 cañones. Alférez Garraza.
Además hay que contar una urca de carga, que aparece en la relación de la batalla y que desconocemos el origen, aunque puede ser una de las embarcaciones apresadas y marinadas por una dotación de presa. Esta tendría una participación heroica como veremos.
Para hacer frente a esa hipotética invasión turca, se embarcaron a bordo de los buques un nutrido grupo de soldados españoles; unos mil mosqueteros. Esta fuerza sería vital en el combate.
Haciendo el corso por Celidonia
Antes de la batalla que da nombre a este artículo, merece la pena mencionar los estragos que causó la escuadra española en el área chipriota de Celidonia y Cilicia, que era una zona costera meridional de la península de Anatolia (Turquía).
Para ello me baso en esa magnifica fuente que es el libro de Cesáreo Fernández Durotitulado El Gran Duque de Osuna y su marina, donde hay un apéndice documental de todos estos hechos referidos dignos de ser leídos y, como hago yo ahora, resumidos y adaptados por mí para que os deleitéis con ello. He preferido ir a una base documental que leer refritos que desvirtúan en algunos casos lo que pasó. Este autor, por si alguien no lo sabe, es hasta la fecha el mayor erudito de historia naval de nuestro país.
Con sus cinco galeones y un patache, Ribera parte el día 15 de junio a vuelta de Chipre por recibir un aviso de que por aquella zona había cinco buques corsarios enemigos. Reconoció los puertos de Bafa y Lemaso el día 18, pero no los encontró por allí. Sin embargo, el 21 llegó a las Salinas y descubrió que allí había diez bajeles, uno muy grande flamenco. Ribera entró en el puerto con su escuadra y se puso entre medias, donde sólo dos buques lucharon, aunque poco. Se sacaron cinco buques y se quemó uno, quedando los demás encallados.
Las presas llevaban sal, algo de arroz y plomo. Como no eran gran cosa, se optó por embarcar el plomo y vender algunos por 2.100 reales de a ocho. Tuvo noticia de los corsarios enemigos por Famagusta y allí se dirigieron. Por el camino embarrancaron dos de las presas que les quedaban y las quemaron. El 24 capturaron algunas barcas griegas, en busca de información y estos les contaron que los corsarios que buscaban estaban en el puerto de Famagusta, debajo de cadena y que era imposible pasar en barca. Ribera estuvo por la zona, esperando a que salieran. Mientras tanto, tomaron dos barcas con 30 esclavos, que dieron mucha pelea, matando a un alférez y ocho soldados. A bordo encontraron a un candí con su mujer que viajaban de pasaje; aquel murió de las heridas. Los soldados españoles encontraron 550 reales de a ocho y ricos vestidos que tomaron como botín.
Estando en esas, apresando buques y cercando a los corsarios, les llegó un aviso de que una potente escuadra turca, de unas 45 galeras que se iban a unir a otras hasta juntar 60, se habían hecho a la mar con intención de ir a por su pequeña escuadra. El capitán español sabia que llevaba las de perder, así que se fue a hacer aguada a Caravana. Allí Ribera contó a pilotos y cabos que lo mejor era ir a Xio, donde se sabía que estaba fondeada la flota turca y atacarlos allí, antes de que estos lograran juntarse con otras fuerzas y ser demasiado superiores.
Pero notó que sus hombres ponían demasiados reparos a ello, aduciendo que los vientos no eran favorables y que tardarían demasiado en llegar allí. Así que se decidió esperarlos en el cabo de Celidonia, donde efectivamente, los turcos acabaron por encontrarlos.
La batalla del Cabo Celidonia
El día 14 de julio todo parecía destinado a ser un desastre inminente para los españoles, cuando vieron aparecer 55 galeras, si no fuera porque la constancia, la superioridad militar, la bravura y la determinación que aquellos hombres tendría su recompensa.
Llegaron a los españoles con una prisa terrible, según palabras del propio Ribera. A lo que este respondió con la maniobra de juntar los bajeles, para evitar así que los rodeasen individualmente y los aplastaran por simple superioridad numérica. Una vez hecho, se dio la orden de que el galeón Almiranta, la nao Carretina y la urca que comentábamos anteriormente, estuvieran siempre juntos y se asistiesen unos a otros según lo fueran necesitando. En esta ocasión el trabajo en equipo se demostraría mejor que en ninguna otra batalla naval. Si uno caía, lo harían todos.
El patache formó a proa de la capitana (el Concepción), mientras que la capitana vieja se puso a su izquierda, con la orden de que si envestían al patache (la unidad más débil de los españoles) le abrigasen en medio de las dos embarcaciones más poderosas. Con todo esto preparado, con todos los hombres listos y armados, fueron al encuentro del enemigo.
Los turcos avanzaban en formación de media luna, siendo las galeras capitanas de Caravana y Rodas las puntas de lanza en ambos cuernos de la formación. Ambas fuerzas, unas a remo y otras a vela (con todo plegado excepto el trinquete y la gavia baja) empezaron a luchar a las nueve de la mañana. Y duró hasta el anochecer, que los turcos se retiraron, de momento.
Ocho galeras turcas habían dado a la banda (escoradas) y una de ellas había quedado desarbolada. Los españoles pusieron luz a sus fanales, al igual que los turcos, esperando el amanecer para seguir luchando. Ambos bandos se tenían ganas y la lucha era claramente sin cuartel.
Con las primeras luces del día, los turcos atacaron poniéndose a tiro de mosquete, hasta las nueve de la mañana cuando el Bey de Rodas con una veintena de galeras se decidió a embestir al Concepción y al Almiranta. El alférez Valmaseda, de la naoCarretina, estuvo bien listo cuando aprovechó la ocasión para atravesarse con el enemigo y hacerles un gran estrago. Desde luego hay que ser más que valiente para cruzarse en el camino de 25 galeras a velocidad de embestida. Los turcos se fueron en masa a por el insolente buque, dejando a la Almiranta. Si los de la Carretina fueron valientes, los de la urca no se quedaron atrás. Saliendo de la banda siniestra de laAlmiranta, se atravesó al enemigo e hizo más de lo que podía esperarse de tan pequeña embarcación.
Como hemos visto, el apoyo mutuo estaba dando resultados y todos se socorrían sin distinción. Insisto: esta fue la clave de la batalla.
Mientras esto pasaba, el Concepción de Ribera no estaba quieto, ni mucho menos. Al galeón insignia acudieron la galera Real otomana con seis capitanas a sus lados y otra veintena de galeras (el resto). Y ahí fue cuando los 52 cañones y la guarnición de soldados disparando sin cesar hicieron estragos en la escuadra turca. Y todo durante poco más de media hora. Ribera dijo:
Recibieron daño tan notable que no acertaban a retirarse.
Se retiraron por fin y atacaron desde fuera hasta las dos de la tarde, pero siempre tan cerca que los cañones del patache les alcanzaban sin problema. Ese segundo día de combate dejo diez galeras a la banda y dos desarboladas. Los daños en los españoles eran más materiales que personales, y los buques estaban bastante dañados. Era normal por otra parte, tras el brutal ataque en masa recibido. Uno de los herido fue el propio capitán Ribera, que fue alcanzado en la cara, afortunadamente sin mayores consecuencias.
Así que todo lo que quedaba de día y la noche fue aprovechado para remediar averías y pasar munición y pólvora a los buques que estaban escasos de ello, igualándolos para que nadie se quedara en inferioridad de condiciones. Eso lo tenían claro.
Los turcos estaban comprobando que las ligeras galeras poco podían hacer contra los altos flancos robustos de los buques de vela cuando estos, además, estaban tan bien defendidos. Y la forma en que estos se daban apoyo mutuo cuando lo necesitaban. Eso les estaba costando muchas bajas y no pocas embarcaciones. La moral, como no, iba en picado.
Sin embargo, el día 16 los turcos volvieron a la carga, literalmente. La galera Real otomana atacó directamente al Concepción de Ribera, que logró rechazar el ataque a las tres de la tarde, retirándose la Real dos horas antes que las demás debido a los daños. Una galera turca se hundió y dos quedaron desarboladas, estando 17 a la banda.
Aquello fue el final, porque los turcos habían sufrido tantos daños y bajas que les fue imposible proseguir el combate al día siguiente, retirándose al abrigo de la noche mientras que la escuadra de Ribera permaneció a la espera en las aguas de la batalla.
Los daños y bajas de la batalla
Ribera logró un éxito que, según dijeron, dio la vuelta al orbe. Ser capaces de desmantelar toda una flota de galeras con media docena de buques de vela, era algo inaudito hasta entonces.
Las bajas españolas fueron relativamente pocas, para la intensidad de los combates: 34 muertos y 93 heridos. Eso sí, las materiales fueron cuantiosas. El Concepción tuvo que ser remolcado a Candía, ya que tenía los palos y la maniobra hechos pedazos, a parte de todo el agua que les entraba, que hasta Candía tuvieron que dar los soldados a las bombas. El Carretina también fue el otro que salió mal parado, aunque todos pudieron llegar, como digo, para repararse de nuevo y volver victoriosos a Nápoles, donde tenían su base.
Los turcos tuvieron muchísimos muertos y heridos. Ribera sólo dice que mandó al fondo del mar a una galera, aunque dejó muy maltrechas a casi todas las demás. Otras fuentes, como Matías de Novoa dice que de las 55 galeras muchas se hundieron (sin especificar) y que 23 quedaron imposibilitadas de navegar. También dice que murieron unos 1.200 genízaros y más de dos mil de chusma y marinería. En otras fuentes he leído que fueron 23 las galeras hundidas, pero seguramente tomaron el dato de Novoa de las imposibilitadas de navegar, sin saber a ciencia cierta si alguna fue puesta de nuevo en servicio.
El caso es que Ribera y su escuadra frenaron en seco a una más que potente flota turca y la desmantelaron en inferioridad de condiciones. Fernández Duro da 224 piezas de artillería (como mínimo) a los turcos, a disposición de emplearla a voluntad gracias a los remos, mientras que los españoles sólo disponían de medio centenar de cañones por banda. Si a esto le juntamos los 200 hombres de combate que, también como poco, llevaba cada galera a bordo, nos da unos 11.200 soldados turcos contra los 1.600 españoles a bordo de sus buques, vemos que fue una gesta con pocos precedentes en la historia naval.
Fernández Duro dice sobre esto último:
Los galeones quedaron destrozados, necesitando carena costosa, más en realidad a poca costa se adquirió una victoria que tuvo como dice Novoa, eco en toda Europa, porque nadie ponía mientes en otra cosa que en el combate que por tres días de seis bajeles contra 56, en que los primeros quedaron por dueños del campo, adquiriendo por consiguiente, la marina de Osuna una reputación, un prestigio moral tan glorioso, como aflictivo era el descrédito a la Puerta [los turcos].
Entre otros premios, Francisco de Ribera fue ascendido a Almirante y honrado por el Rey con el hábito de Santiago.
Fuente: Blog de Historia : Todo a Babor.
Fuente: Blog de Historia : Todo a Babor.
- Fuente: El Gran Duque de Osuna y su marina. Cesáreo Fernández Duro.
- Imagenes: National Maritime Museum, Greenwich, London, Caird Collection.
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