miércoles, 7 de julio de 2010

(LOS INTENDENTES ).- LA ORGANIZACIÓN DE LA ARMADA ESPAÑOLA.POR JOSÉ YUSTY BASTARRECHE.


































































































































































































































POR SU ACTUALIDAD ,POR LA MEMORIA MARÍTIMA QUE ELLO IMPLICA,POR EL RECONOCIMIENTO AL AUTOR(POR CIERTO, PRIMO DE MI ESPOSA :Mª DE LOS ANGELES MARTIN YUSTY-PONTE)ME HE ATREVIDO TRAER ESTE ARTÍCULO A COLACIÓN , POR SER UN "BREVE" RESUMEN (DADO SU ENORME CONTENIDO EN EL TIEMPO)QUE CONSTITUYE UNA COMPLETA,INTERESANTÍSIMA Y MAGISTRAL HISTORIA DE LAS MARINAS-LA MARINA-ESPAÑOLAS.
Y LA LABOR DE SIEMPRE, DE CARA A LA MAR ,NO LO SUFICIENTE CONOCIDA Y RECONOCIDA, DE LOS "INTENDENTES" , DE LA CASA DE BORBÓN, DEL ARZOBISPO DE SANTIAGO DE COMPOSTELA "GÉLMIREZ"(S.XII) Y DEL REY "FERNANDO III EL SANTO" (S.XIII), PRECUSORES DE LA MARINA, DEL PRIMER ALMIRANTE (EL SEÑOR DE LA MAR) DE CASTILLA : "BONIFAZ" Y DE LOS INTENDENTES GENERALES :"TOFIÑO","CAMPILLO" , "ZENÓN DE SOMODEVILLA"-MARQUÉS DE LA ENSENADA,"ARRIAGA" Y EL "MARQUÉS DE CASTEJÓN"-,Y DE OTRAS MUCHOS PERSONAJES INICIALES COMO MUCHOS MARINOS,UNOS ALMIRANTES OTROS CIENTÍFICOS(COMO TOFIÑO,JORGE JUAN Y ULLOA), ETC.QUE HICIERON POSIBLE LA GLORIA DEL SIGLO 18 ILUSTRADO Y.......

GRACIAS A TÍ,POR TU TESTIMONIO, PEPE YUSTY."MAGISTRADO Y AN. DEL CUERPO GENERAL DE LA ARMADA(EC).

UN ABRAZO DE ÉSTE TU PARIENTE Y TRES VECES "INTENDENTE":DE LA FLOTA,DE LA ZONA MARÍTIMA DEL ESTRECHO Y DE SAN FERNANDO ,AMÉN DEL HONOR DE HABER DESEMPEÑADO EL CARGO,COMO CORONEL EN JEFE "LOGÍSTICO" DEL ARSENAL DE LA CARRACA,DE "JEFE DE APROVISIONAMIENTO" DE LA BAHÍA DE CÁDIZ Y DE LA FLOTA-BASADA PRINCIPALMENTE EN LA NAVAL, DE LA HERMOSA VILLA ,DE ROTA.

FERNANDO DE ARNÁIZ NÚÑEZ.
(CORONEL DEL CUERPO DE INTENDENCIA DE LA ARMADA,EN LA RESERVA)
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RESUMEN

ARTÍCULO.
Aproximación histórica a la organización de la Armada Española.

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TEXTO COMPLETO

Autor:

JOSE YUSTY BASTARRECHE
Magistrado. Alférez de Navío (EC)


A la memoria de mi padre, José Yusty Pita, Almirante de la Armada y miembro de la Sociedad Matemática Española.


De la Armada Española sabemos muchas cosas, lo cual, en una institución tan antigua, no es fácil. Pero a la vez, ignoramos otras. Por ejemplo, no sabemos, y probablemente no lo sepamos nunca, cuando nace el buque de guerra. Es más, no sabemos cuando nace el buque. En la noche de los tiempos, seguramente el primer artefacto flotante que navegó dirigido por el hombre fué una balsa o una canoa construída ahuecando un tronco de árbol. Cuando a ese artefacto se subió un individuo armado con un arco y unas flechas, una lanza, o algún objeto similar, nació el buque de guerra, esto es, un aparato que navega y porta armas que se pueden utilizar desde el mismo barco.

Curiosamente, de la Marina Española sabemos algo tan difícil como la fecha en que nació, por lo menos la fecha de nacimiento de uno de sus dos componentes esenciales, la Marina de Castilla.

Ante los continuos ataques de piratas vikingos a las costas gallegas, Don Diego Gelmírez, primer Arzobispo de Santiago de Compostela , ordena en el año 1125 que se construya una flota en Padrón, al fondo de la ría de Arosa, con el fin de combatir a dichos invasores. Gelmírez se había dado cuenta de que era más fácil combatir a los vikingos en la mar, que cuando ya habían puesto pié en tierra, y por ello se convierte en el fundador de la Marina castellana, que tuvo destacadas actuaciones contra tales enemigos, siendo de señalar los combates navales de la isla de Sálvora y en las proximidades de Ons.

Sin embargo el gran hecho de armas de la Marina de Castilla, el que le dará una solidez enorme y la convertirá en una máquina de guerra estable, y en una institución duradera, se producirá en el siglo siguiente.

Cuando el Rey de Castilla y León, Fernando III el Santo decide continuar la Reconquista, y cruzando el Tajo se aproxima a Andalucía, una vez conquistada Córdoba, se le plantea el problema de la toma de Sevilla, perla de la civilización musulmana, que tenía, desde el punto de vista militar, un gravísimo inconveniente, pues al estar dividida en dos partes por un río tan considerable como el Guadalquivir, unidas por un puente de barcas, la defensa de la plaza por los moros sitiados era muy eficaz, y casi insuperable para las armas de la época. La única solución era aislar al barrio de Triana, rompiendo el puente flotante, pero eso sólo lo podría hacer una fuerza que operase desde el mismo río, una fuerza naval.

Ello dió lugar a la construcción en Santoña (Santander) de una flota de barcos armados, de buques de guerra diríamos hoy, cuyo mando se confió a un caballero llamado Don Ramón de Bonifaz (Burgos, 1196-1252). Bonifaz no sólo dirigió la construcción de los buques, sino que también condujo la flota hasta Sevilla y, rompiendo el famoso puente flotante contribuyó decisivamente a la victoria de las armas cristianas, ganando Sevilla para Castilla.

Conviene llamar la atención acerca de la proeza náutica, y no solo militar de Bonifaz y sus hombres. Con unos barcos indudablemente pequeños y de factura no muy sólida (recordemos que la Santa María de Colón, dos siglos y medio después, tenía una eslora de sólo 22 metros), sin instrumentos de navegación, pues aunque la brújula ya era conocida, en el supuesto de que la Armada de Bonifaz la utilizase, imagino que la aguja náutica de entonces sería poco menos que un trozo de hierro imantado colocado sobre un corcho flotando en agua, que, imagino también, iría en un recipiente colgado de un bao, pues la suspensión Cardan todavía tenía siglos por delante para ser inventada; sin cartas náuticas, sin los actuales conocimientos de vientos, corrientes y mareas, salvo la experiencia personal de los marinos y marineros embarcados; sin ninguna clase de tablas ni Almanaque náutico; sin faros, balizas ni ninguna otra clase de señales marítimas instaladas en la costa; y sin embargo realizó la hazaña de circunnavegar la península Ibérica, saliendo de Santoña, recorriendo el Norte, pasar al Atlántico a la altura del Cabo Ortegal, navegar frente a las rías gallegas, seguir la costa de Portugal, doblar el Cabo de San Vicente, y, sorteando la barra de Sanlúcar, subir por el Guadalquivir y colaborar decisivamente con las tropas del Rey en la toma de Sevilla.

Tan satisfecho e impresionado quedó el Rey, que nombró a Bonifaz Almirante de Castilla (almirante, del árabe “Emir del mar”) en 1248, con grandes honores y privilegios, entre ellos, la jurisdicción plena, civil y criminal sobre todas las gentes de mar, es decir, era el juez ordinario, tanto civil como criminal para todos los individuos embarcados.

El Almirante de Castilla fué único durante algún tiempo, pero en seguida, Alfonso X el Sabio, hijo y sucesor de Fernando el Santo lo desdobló, creando dos Almirantazgos. Uno de ellos, tenía a su cargo las galeras de la Corona y la defensa del Estrecho y las operaciones del Mediterráneo, llamado Almirante de Sevilla, porque la flota se había convertido en el principal baluarte contra el enemigo, que en esta época no era tanto los reinos musulmanes existentes en la peninsula, sino los posibles invasores almorávides, almohades y benimerines, (los fundamentalistas de la época) a los que convenía frenar en el propio estrecho, antes de que llegasen a tierra.

El otro cargo de Almirante, que tenía a su cuidado la defensa de toda la costa Norte, desde el Miño al Bidasoa, con residencia en Burgos, y fué llamado, aunque no siempre, Almirante Mayor de Castilla, para diferenciarlo del primero. Así pues, el antecedente de El Ferrol como sede de la Zona Marítima del Cantábrico (que abarca hoy en día esa misma costa, desde el Miño al Bidasoa) hay que buscarlo curiosamente en la ciudad de Burgos, Cabeza de Castilla.

Durante mucho tiempo, el jefe efectivo de la flota era designado Almirante. Se trataba pues de un cargo profesional, propio de un marino, y tales fueron Jofre Tenorio, Gil de Bocanegra, y otros, aunque alguno, además, fuese poeta, como Paio Gómez Chariño, natural de la ría de Arosa. Durante siglo y medio fueron marinos los Almirantes, tanto el de Sevilla como el Mayor de Castilla.

Con Don Gilbert, Vizconde de Castellnou (1309-1312), aragonés al servicio de Castilla, vuelve a ser uno el Almirante de Castilla. Este Almirante, al mando de ambas flotas, aragonesa y castellana, impidió la llegada de socorros procedentes del moro, mientras los dos soberanos, Fernando IV y Jaime II, sitiaban Algeciras y Almeria, respectivamente. La flota castellana se distinguió también en otras acciones, como la batalla del Salado, la batalla de la Rochela (Francia, 1372), y hay que hacer constar una curiosa acción naval, muy poco conocida, que es el asalto e incendio de Gravensend, cercano a Londres, en 1380, para lo cual tuvieron que navegar aguas arriba por el Támesis, al mando del Almirante Fernán Sanchez de Tovar.

En 1405 obtuvo el Almirantazgo de Castilla, un miembro de la familia real, un Trastámara, Don Alfonso Enriquez, primo hermano del Rey Enrique III de Castilla, de cuyo hijo y sucesor, Juan II, (padre de Isabel la Católica) obtuvo la venia para dejar el cargo en herencia a su propio hijo D. Fadrique, y, a partir de este momento, 1429, el cargo se convierte en hereditario, perdiendo toda vinculación con la marina, y pasando a ser un titulo nobiliario. En 1705 falleció el último Almirante de Castilla, D. Juan Tomás Enriquez de Cabrera y Alvarez de Toledo, Duque de Medina de Rioseco, sin herederos, y como quiera que en la Guerra de Sucesión de España, había tomado partido por el Archiduque Carlos de Austria, el Rey Felipe V, el primer Borbón, no repuso la diginidad, con lo que ésta se extinguió.

Una evolución muy similar ocurre en la Marina de Aragón, cuyo primer Almirante fué el Infante D. Pedro Ferrando, hijo natural de Jaime I el Conquistador, que fué nombrado en 1263. También aquí el cargo fué de gran importancia y propio de marinos profesionales, y existieron en ocasiones más de un Almirante, pues sin duda lo hacía necesario la formidable expansión aragonesa por el Mediterráneo durante los siglos XIII y XIV, y que duró hasta comienzos del XVIII. Fruto de esta expansión fué la conquista de la isla de Cerdeña, en la cual todavía existen comarcas en las que se habla catalán, la conquista de Sicilia y Nápoles, y la creación de colonias aragonesas en Grecia, los llamados Ducados de Atenas y Neopatria, fundados por los almogávares, al mando de Roger de Flor, razón por la cual el Rey de España, entre sus títulos ostenta los de Rey de Cerdeña, de Sicilia y los de Duque de Atenas y Neopatria.

Quizá el Almirante de Aragón más conocido sea En Roger de Lauria, natural de Calabria, y vasallo por tanto del Rey de Aragón, a quien, según la leyenda, se debe la frase de que, en el Mediterráneo Occidental, hasta los peces, cuando salían a la superficie, llevaban en el lomo las barras de Aragón. En 1400, el Conde de Cardona sucede a su padre en éste cargo y en la dignidad de Almirante, pasando ésta a ser un título nobiliario y hereditario, sin relación alguna con la Marina. En la actualidad está incorporado a la Casa Ducal del Infantado.

Ahora bien, existía la Marina de Castilla y la Marina de Aragón, pero lo que no hay en toda esta época es un órgano de dirección central de las distintas Armadas. La flota, tanto en Castilla como en Aragón se autoabastece, y, en la mayor parte de los casos, no es una unidad permanente, sino que se reclutan los hombres para cada ocasión, eligiendo los que eran de profesión marinera, y completando, si hacía falta, con otros vasallos, normalmente forzosos. Y respecto de los buques, fué muy frecuente el recurso a la requisa de barcos mercantes, si bien es verdad que entonces la diferencia entre buque de guerra y mercante era prácticamente nula. No obstante, en la Corona de Aragón existieron desde muy pronto galeras, que siempre fueron buques de guerra, pero su escaso número hacía necesaria la requisa de otros.

Ya entrado el siglo XVI la Marina de Castilla recibe un fuerte impulso derivado del Descubrimiento de América. Las distintas expediciones para conocer el Nuevo Mundo, y para colonizarlo, impusieron un destacado desarrollo de la arquitectura naval, de la astronomía y de la navegación. Pero curiosamente, a pesar de la importancia que con esto adquiría la Flota, que era la encargada de mantener la comunicación con aquellas tierras, y los avatares de la politica europea, que llevan a los Reyes de la Casa de Austria a intervenir continuamente contra el Turco, contra el Inglés y contra el Francés, no existe un órgano de dirección política y técnica de la Armada. Existen flotas y marinos, naturalmente, pero no está estructurada la profesión, ni los elementos de tierra necesarios para la subsistencia de la flota responden a un plan organizado ni se rigen por unidad de criterio.

Hubo instituciones brillantes, aunque aisladas, entre las que se cuenta la Escuela de Navegación dependiente de la Casa de Contratación, en Sevilla, dirigida por el Piloto Mayor. De allí salieron marinos de talento y conocedores de su profesión . Precisamente uno de ellos, Martín Cortés, publicó en 1570 una obra titulada “Arte de Navegación”, que alcanzó más de veinte ediciones en castellano, y fué traducida al inglés, francés, alemán, sueco, holandés, ruso, árabe, italiano y polaco, entre otros idiomas, y en algunos como el inglés llegó a publicarse en siete ediciones a lo largo de los siglos XVI y XVII. Por ello, es cierta, y no es ninguna hipérbole patriotera la frase “Europa aprendió a navegar en libros españoles”.

Hubo también algunas otras actuaciones aisladas. Pero en general las cuestiones relativas a la Marina se despachan por el Consejo de Guerra o por el Consejo de Indias, según la índole de la misma, pues la política de los reyes de la Casa de Austria, durante los siglos XVI y XVII se orienta fundamentalmente a la intervención en los asuntos europeos, y más en concreto de la Europa Central. La ayuda al Imperio Alemán, bien porque el Rey de Castilla y Aragón es el propio Emperador, o bien porque este título lo ostente un pariente, es una constante durante toda la época. Lo mismo ocurre con la enemistad de Francia.

Sin embargo existieron varios factores que debían mover a la Monarquía a preocuparse más de las cuestiones navales. Uno de ellos fué la turbulenta posesión de los Paises Bajos, cuyas comunicaciones solamente el dominio del mar hubiese permitido mantenerlas. Pero la falta de mentalidad naval de la Casa de Austria, la inexistencia de órganos centrales de dirección y administración de la Armada, así como de un pensamiento estratégico auténticamente naval en la época, unido, claro es, al poderío marítimo de ingleses y holandeses, provocaron un retraimiento de estas cuestiones, empeñándose el Consejo de Estado, el de Guerra y el propio Monarca y sus ministros en hacer la guerra por tierra. Ello enriqueció el refranero español con la expresión “poner una pica en Flandes”, como sinónimo de algo difícil y costoso, pues llevar tropas de España a los Paises Bajos debía hacerse por la complicadísima ruta de Barcelona a Génova por mar, pasar por Milán, de aquí hacia el Norte por La Valtelina y los Alpes, atravesar toda Alemania y entrar en Flandes, por la espalda, diríamos desde nuestra óptica occidental, a donde por fin, tras varios meses de viaje, sufrimientos, deserciones y algún que otro escándalo llegaban con cuenta gotas los famosos Tercios que mantenían el dominio español.

Otro factor era la presencia del Turco, y sus vasallos de Argel y Túnez en el Mediterráneo, al que se creyó vencido definitivamente en Lepanto, y que sin embargo siguió obstaculizando nuestra política durante mucho tiempo después, obligando a mantener, en la Marina de Aragón, numerosas fuerzas destinadas a la protección y vigilancia de las costas, por el peligro de piratas, hasta bien entrado el siglo XVIII. También la Marina de Castilla se vió obligada a mantener flotas e instalaciones para este menester, y así Felipe II creó en Cartagena un apostadero de galeras, sin duda recordando que, según Julio César, en el Mediterráneo sólo hay dos buenos puertos: Junio y Cartagena.

Lo que ocurrió fué que la dirección y gobierno de la Marina no fué algo distinto y ajeno a la forma de gobernar de la época, sino que utilizó los mismos mecanismos de la Administración austríaca, llamada polisinodial, por basarse en la existencia de numerosos Consejos, que no era, posiblemente la más adecuada para comprender ciertas cuestiones y ponerles remedio. Baste observar que funcionaron Consejos como el de Estado , pieza fundamental de la Administración del Antiguo Régimen, dedicado a los asuntos exteriores; el de Guerra, para todo lo relacionado con el Ejército y las campañas, y el de Indias, para la gobernación del territorio americano, entre otros. Todos esos campos de actuación política exigían la colaboración de la Armada, pero sin embargo nunca existió un Consejo de Marina, que desarrollase una política naval acorde con la posición de primera potencia que ostentaba España durante la Edad Moderna.

El mecanismo de los Consejos funcionó mientras la cabeza del sistema, el Rey, estuvo atento a todas las cuestiones y pasaba largas horas resolviendo los asuntos y tomando decisiones. Pero cuando Felipe III sucede a su padre en 1598 y abandona las funciones de Gobierno, y lo mismo hacen su hijo Felipe IV y su nieto Carlos II, el sistema empieza a fallar cada vez más.

Ya antes, hombres sensatos y conscientes de sus responsabilidades, como Carlos I y Felipe II, empiezan a buscar otras fórmulas administrativas que les permita una mayor agilidad, eficacia y rapidez en la toma de decisiones.

Y esta fórmula se concretará en los Secretarios. Los Secretarios son unos empleados, normalmente pertenecientes a la hidalguía, es decir, la baja nobleza, o la burguesía ciudadana, esto es, clases sociales inferiores en aquella sociedad estamental, y con un denominador común que es su formación, conseguida a través de sus estudios universitarios y su práctica en distintas oficinas o dependencias de los Consejos o de la Corte, y su modestia. Los Secretarios, que trabajan con el Rey, físicamente a su lado, lo que en aquellos tiempos era un inmenso privilegio, ver y hablar con el Rey, hacen de su discreción y de su fidelidad una de sus armas más poderosas, pues la seguridad que proporciona el secreto, hacen que logren la confianza y estima de los Reyes.

El sistema irá entrando en decadencia, al compás de la Monarquía, con innumerables episodios de corrupción y simultáneos enriquecimientos rápidos y sospechosos tanto de Secretarios como de Validos (¡ nada nuevo bajo el Sol!), y lo que es bastante peor, disminución de la eficacia de los Consejos, que se pierden en un mar de deliberaciones, sin llegar a decisión alguna, y en conflictos de precedencia y protocolo .

A pesar del cambio de sistema de gobierno, Secretarios de Estado y del Despacho concurriendo al ejercicio del poder con los Consejos, subsiste la ausencia de un Secretario de Marina, entre otras razones por que no hay un Consejo de Marina. Si la situación naval a finales del siglo XVI, una vez pasadas las grandes exploraciones y viajes marítimos, y después del desastre de la Gran Armada es mala, en el siglo XVII la situación es aún peor. A finales de la centuria, reinando Carlos II, el último Austria, existían unos pocos buques armados para el servicio de las Indias, algunos galeones, seis galeras en Cartagena, siete en Génova, y 690 hombres, entre oficiales, contramaestres y marineros, para tripular los buques; eso era lo que quedaba del poder naval español en 1700.

La llegada del nuevo siglo, el XVIII, con la muerte de Carlos II en 1700, y la instauración de la nueva dinastía, los Borbones, hará cambiar notablemente el panorama de los órganos de gobierno de la Monarquía, y ello influirá de forma decisiva en la Marina.

Finalizada la guerra de Sucesión, y ya firmemente asentado en el trono de España Felipe V, el primer Borbón, el Decreto de 30 de Noviembre de 1714 divide la Secretaría de Despacho del Monarca en cinco: Estado, Justicia, Guerra, Hacienda, y Marina e Indias; la batalla por la supervivencia entre Secretarios y Consejos la habían ganado los primeros. No obstante, los Consejos, habida cuenta del papel que habían desempeñado, y de la categoría social de sus componentes, se resistían a morir. Pero sus funciones políticas habían sido asumidas por los propios Reyes y por los Secretarios de Despacho, y por lo tanto sus días estaban contados. Sin embargo subsistieron aquellos que tenían alguna función que cumplir. Esto es, aquellos Consejos que aparte de la dirección política, ya en manos de los Secretarios del Despacho, cumplían un papel determinado, como fue el caso del Consejo de Castilla y el Consejo de Guerra, que por constituir la última instancia de la justicia, ordinaria o militar, es decir, por ser el respectivo Tribunal Supremo, diríamos hoy, vieron su existencia garantizada. Los Borbones recelan de aquellos Consejos compuestos por grandes personajes, y vinculados a la dinastía anterior y procuran acabar con ellos.

Los Secretarios de Despacho, en esta segunda edición de la figura, ya no son aquéllos oscuros personajes cuya influencia estaba siempre en segundo plano. Se trata ahora de auténticos jefes de las grandes unidades administrativas de la Monarquía, es decir, verdaderos ministros, que acuden directamente al Rey, que es quien decide o resuelve, sin perjuicio de que la ejecución quede en manos de los propios Secretarios. Sin pertenecer a la más alta nobleza, tampoco su origen será humilde, y coinciden con sus antecesores en su buena preparación profesional en el campo de la administración. También, como aquéllos, alcanzarán poder y riqueza, y muchos, además, llegaron a ser amigos de los Reyes y fueron distinguidos por éstos. Es el caso de importantes Secretarios de Marina e Indias, como Patiño, D. Zenón de Somodevilla, luego Marqués de la Ensenada, Valdés, marino de profesión o de Estado y Hacienda, como Carvajal y otros.

Quizá uno de los grandes aciertos de la nueva dinastía, en la que se nota que ha vivido la corte de Luis XIV y la gran administración creada por el ministro Colbert, es la de estructurar de una forma más perfecta la carrera administrativa, la profesión de funcionario, diríamos hoy, de manera que si bien el ingreso dependía de los méritos, los estudios, y, en buena parte todavía, de la cuna, del linaje, las perspectivas de la profesión, aun teniendo en cuenta el grado de arbitrariedad existente, todavía grande, como durante todo el Antiguo Régimen, eran más claras y halagüeñas que en la época de los Austrias.

Ello permitió a los Reyes seleccionar, con mayor probabilidad de acierto, a los que iban a ser sus principales colaboradores, los Secretarios de Estado y del Despacho, que por regla general llegarán al cargo después de una larga preparación y experiencia administrativa. A este esquema responden los tres grandes hombres de la Armada Española de esta época, Patiño, Campillo y Ensenada. La labor de los Secretarios de Marina se configura así como el apoyo administrativo necesario para la existencia y mantenimiento de la Armada, que hasta entonces se había desarrollado de forma inconexa y sin sujeción a plan alguno. También esto es típico de la Administración borbónica del Siglo de las Luces: la pretensión de someter toda la actividad a un plan preconcebido, lo que exigía una previa toma de datos, que se intentó, en ocasiones con resultados tan interesantes como el famoso Catastro de la Ensenada.

En lo que se refiere a la organización y funcionamiento de la Marina, debemos reconocer que el nuevo sistema de gobierno, articulado en Secretarías de Despacho, produjo magníficos resultados, mérito del propio sistema, porque éste era capaz de seleccionar personajes de extraordinario valor para el puesto.

El dia 30 de Noviembre de 1714 toma posesión de su cargo el primer Secretario de Marina con los Borbones, D. Bernardo Tinajero de la Escalera. Hay que advertir que la Secretaría de Marina no fué siempre una unidad administrativa independiente, pues en ocasiones fué agregada a otra Secretaría, Hacienda, Indias o Guerra. No se había logrado romper del todo con la idea de la Armada como auxiliar de otros negocios del Estado. Lo cual sin embargo no fué contraproducente, pues la política exterior intervencionista hacía sentir la necesidad de una fuerza naval.

No obstante esta nueva forma de gobernar, Felipe V mantuvo en determinadas ocasiones algunos rasgos de la etapa anterior, y así, a la vez que estructuraba la administración en Secretarías de Estado y Despacho, tuvo en determinados momentos un Valido en el sentido clásico de la expresión, que, sin desempeñar cargo oficial alguno, era en realidad el que dirigía el gobierno, sobre todo teniendo en cuenta la enfermedad del Rey, melancolía, depresión en términos actuales, que en algunos momentos alcanzó un grado alarmante.

Uno de estos Validos, el Cardenal Alberoni, no tanto por interés por la Armada, sino para buscar un trono en Italia a los hijos del segundo matrimonio de Felipe V, Carlos (luego Carlos III de España) y Felipe, inicia el renacimiento de la Armada. Funda en 1717 un colegio naval, la Real Compañía de Guardiasmarinas en Cádiz, y, sobre todo, supo captar la inteligencia y valía de D. José Patiño y Rosales, que ya había dado pruebas de ello como Intendente de Cataluña, y lo nombró, en Enero de 1717 Intendente General de la Marina. Patiño encontró el puerto de Cádiz en un estado lamentable: Los barcos se pudrían fondeados, y en la bahía no había una sola caldera de brea para calafatear. A los tres meses, los navíos destinados al comercio con América se hallaban en la mar, la escuadra de Levante, dispuesta a levar anclas, y a finales de julio de ese mismo año de 1717, la Escuadra, con trece navíos de línea, ponía rumbo a Cerdeña .

Durante este tiempo, además de existir el cargo de Secretario de Marina e Indias, y el de Director General de la Armada, revivió, por algún tiempo el de Almirante de Castilla, o Almirante Mayor de la Mar, concedido al Infante Don Felipe, hijo de Felipe V, a título personal. Su principal función, aparte del honor que ello suponía, era presidir el Consejo del Almirantazgo , que aunque no tenía independencia, no por eso dejó de prestar algunos señalados servicios, como promover la ampliación del puerto de Cartagena, la matrícula de mar, y la Ordenanza de la Marina de 1748.

La matrícula de mar supuso un avance notable en la mentalidad naval de la España de la época. Hasta ese momento, el oficio de marinero tenía poca protección, con lo que era difícil reclutar tripulaciones expertas para los buques de guerra. La matrícula de mar cuya primera Real Orden se firmó en 18 de Octubre de 1737, redujo los impuestos a los marinos, les otorgó el monopolio de la pesca y la navegación de cabotaje y altura, sometió a los matriculados a la jurisdicción de marina, y solamente les obligaba a servir al Rey por turno, y tras un reposo entre cada campaña. No obstante, el incumplimiento por el Rey de las condiciones en que se prestaba el servicio, hizo que la matrícula generase muchas quejas, y la legislación se fué haciendo cada vez más complicada, lo que impedía que fuese bien conocida. Sin embargo el pueblo siguió dando la espalda a la mar, y razones no le faltaban. La matrícula acabó teniendo a los españoles sujetos al servicio desde los 18 hasta los 60 años, no se licenciaba a los hombres una vez cumplido el tiempo reglamentario, sino que se les retenía hasta cinco años y a bordo el trato era duro, la vida incómoda, y las pagas se atrasaban constantemente.

Muy importante fué la creación de los tres Departamentos Marítimos del Norte, Mediodía y Levante, por Real Orden de 5 de Diciembre de 1726 , siendo Intendente General de Marina el propio Patiño, con capitales en Cádiz, Ferrol y Cartagena respectivamente. Habida cuenta de las enormes dificultades que las comunicaciones tenían en la época, la autonomía de estos Departamentos, y sus respectivos Capitanes Generales, era mucho mayor que la que puede existir hoy. El Departamento se gobernaba por este Oficial General, que presidía la Junta de Departamento, que constaba de cinco o seis miembros, todos ellos militares, a excepción del Intendente, que era del cuerpo administrativo, y que podía desempeñar su función en la Marina, en el Ejército, o en una provincia.

El Capitán General del Departamento Marítimo de Cádiz, llevaba anejo, desde 1750, el cargo de Director General de la Armada, lo cual en sí mismo no quería decir gran cosa, pues las escuadras eran mandadas por el correspondiente Oficial General, que en esta época reciben las denominaciones de Brigadier, Jefe de Escuadra, y Teniente General de la Armada, equivalentes a los actuales de Contralmirante, Vicealmirante y Almirante. Como grado militar extraordinario existió el de Capitán General de la Armada, distinto de el de Capitán General de Departamento, que ostentaron entre otros, marinos tan ilustres como Valdés, Lángara, y Gravina.

Mayor importancia práctica tuvo la creación de los arsenales, que se inició por Patiño, fué seguida por Campillo, y sobre todo, halló un gran promotor en el Marqués de la Ensenada, D. Zenón de Somodevilla.

Con anterioridad a la fundación de los arsenales, existían astilleros con una cierta dedicación a los buques de guerra, como la Atarazana de Barcelona, y el astillero de Guarnizo, en la bahía de Santander. Sin embargo, en todos los casos se habían quedado anticuados.

El primero de los arsenales modernos fué el de Cartagena, construído sobre lo que en tiempos de Felipe II había sido apostadero de galeras, y después de algunas obras importantes, aunque menores, en 1744 se acometió la de más envergadura, y que colocaría a éste arsenal a la cabeza del Mediterráneo, que fué la construcción de diques secos. Feringan, el Ingeniero Director de las obras, no era partidario de ello, alegando la inexistencia de mareas en este mar. Sin embargo la intervención de un personaje tan ilustre como D. Jorge Juan y Santacilia, le convenció de lo contrario, con la enorme ventaja logística que ello supuso.

La creación del Arsenal de Ferrol tuvo una historia algo más accidentada. En 1726, siendo Intendente General Patiño, se hicieron algunas obras en La Graña, llegando a botarse dos navíos y una fragata. Sin embargo su situación, al no proteger convenientemente a los buques fondeados de los vientos de componente S, sobre todo, los vientos duros del SW, frecuentes en esta zona en ciertas épocas del año, hicieron que se trasladase al barrio de Esteiro, más o menos donde hoy se hallan las instalaciones de la E.N. BAZAN, que empezó a funcionar de manera limitada en 1740. El arsenal, que coincide aproximadamente con el emplazamiento actual, fué creado por Real Orden de 14 de Enero de 1750, siendo Secretario de Marina Ensenada, y la construcción duró desde 1752 hasta 1770, con empleo, en algunas ocasiones, de hasta 15.000 obreros de todas clases.

Como paso previo, por Real Orden de 21 de Septiembre de 1733, Ferrol y La Graña dejaban de ser señorío de los Condes de Lemos, e ingresaban en el realengo, lo que otorgaba al Rey la plena disponiblidad de los lugares públicos y de los vecinos de la ría . Paradójicamente, se oponía a que en ella se instalase el Arsenal el ilustre marino D. Juan José Navarro, Marqués de la Victoria, alegando las dificultades que presenta la boca de la ría, precisamente lo que hoy nos parece lo más interesante, boca estrecha y rada espaciosa.

De la misma época es el Arsenal de La Carraca, en la bahía de Cádiz. En ésta existían desde el siglo XVII, cuando la Casa de Contratación de las Indias se trasladó a este puerto, numerosas instalaciones marítimas, aunque sin conexión entre sí, en el caño de Sancti Petri, en Puntales, y en otras zonas de la bahía. En 1752, todos los establecimientos de marina cercanos al puerto de Cádiz fueron cerrados y trasladados a La Carraca.

Personaje destacado y a quien se debe gran parte de esta importantísima actividad fué el Marqués de la Ensenada, que en 1730 era Comisario Jefe de Marina en Ferrol, en 1737 Secretario del Almirantazgo y en 1743 Secretario de Marina , cargo que ejerció once años, hasta 1754. Fué una suerte para España y su Marina que Ensenada llegase a dicho cargo. Para dar una idea de su clarividencia, baste consignar que cuando era Secretario de Estado, en 1740, dirige al Rey un memorial que comienza diciendo ni más ni menos lo siguiente:
“Señor: Sin Marina no puede ser respetada la Monarquía Española”.
El Marqués de la Ensenada siguió con fidelidad la política iniciada por Patiño y Campillo, pero la potenció extraordinariamente.

Ensenada entendía que no se puede “creer que tenemos Marina adquiriendo barcos y personal”. Además de los barcos y las tripulaciones eran necesarias escuelas, arsenales, talleres, centros técnicos, etc... Y efectivamente, el Secretario de Marina se aplica a ello, creando el Observatorio Astronómico de la Armada en San Fernando, el Colegio de Medicina y Cirugía Naval en Cádiz, trayendo a España a expertos en la construcción de barcos, revitalizando el astillero de Guarnizo, remodelando la fábrica de artillería de La Cavada y Liérganes (todo ello en Santander), y publicando, en 1748 una Ordenanza General de la Marina. . Para asegurar el ritmo de construcciones navales, promulgó en 1748 una Ordenanza de Montes, lo que da una idea de su previsión.

Ensenada formaba parte del gobierno de Felipe V y Fernando VI, aunque esta afirmación debo matizarla. La forma de trabajo consiste en que el Rey despacha directamente con cada uno de los Secretarios, que harán realidad los deseos y decisiones de aquél. Esto se criticó duramente por D. José de Carvajal y Lancaster, emparentado con la familia real inglesa a quien no gustaba nada este sistema. . Tan notable crítico apuntaba a la necesidad, siempre sentida y difícil de conseguir, de coordinar la acción del gobierno para obtener los mejores resultados.

Esta situación se mantiene durante mucho tiempo, hasta que en 1787, la enorme valía personal y política del Conde de Floridablanca hace que, sin llegar a ser un Valido de Carlos III, ni sustraer en absoluto al Rey de las tareas de Gobierno, adquiera sin embargo una auténtica posición de supremacía respecto de los otros Secretarios de Despacho, a lo que se une su amistad con el propio Monarca. Por ello, y teniendo en cuenta que Carlos III ya es de edad avanzada, consigue la firma del Decreto de 8 de Junio de 1787, creando la Junta Suprema de Estado, con la misión de acometer todo un programa de gobierno: Examen de las relaciones internacionales y adecuación de la política española a las mismas; configuración del Ejército y la Marina según dicha política; continuación de las reformas emprendidas en Hacienda, etc...

A pesar de su corta vida, la Junta Suprema de Estado merece ser tenida como el antecedente remoto, pero directo del Consejo de Ministros, pues se da en ella, como en éste las mismas notas características: Composición por los Jefes de los grandes Departamentos, llámense Secretarías o llámense Ministerios; Función ejecutiva, decisoria y de dirección de todos los proyectos, tanto políticos como de normas jurídicas, obras y realizaciones materiales; Mando directo sobre los más importantes resortes del Estado: Ejército, Marina, Hacienda, Correos, Minas, Montes, Moneda y crédito, etc..., relación directa con el Rey, entonces Jefe del Poder Ejecutivo.

Con la vuelta a España de Fernando VII en 1814, liberado de su cautiverio en Bayona, se inicia un período de continua turbulencia en la politica española, en el que sin embargo, se irá afianzando la reunión de los Ministros con el Rey. Fernando VII, a pesar de sus ideas totalmente contrarias a todo lo que pudiese representar el nuevo estilo de gobernar instaurado por la Constitución de Cádiz, se ve obligado a crear, por Decreto de 19 de Noviembre de 1823 el Consejo de Ministros, y desde esa fecha se tiene constancia de sus reuniones, aunque en un primer momento éste tiene el carácter de órgano consultivo del Rey.

La plenitud del Consejo de Ministros se alcanzará a la muerte de Fernando VII, y se expresará en una disposición que se puede considerar como la partida de defunción del Antiguo Régimen: El Decreto de 30 de Noviembre de 1833, dividiendo España en provincias. A partir de aquí, empieza realmente la historia contemporánea de la Administración Española y por lo tanto también de su Marina.

Pero esto ya es otra historia, por cierto muy bien investigada y relatada por ilustres autores.

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