En 1910 el arqueólogo francés Louis Didon desenterró un verdadero tesoro de artefactos en la cueva de Blanchard. Entre ellos se encontraba una curiosa placa de hueso de apenas once centímetros de largo en la que se habían grabado una serie de 69 signos, que formaban una sinuosa línea de puntos y arcos. Didon y su colega Marcel Castanet vendieron gran parte de sus hallazgos a coleccionistas e instituciones, con lo que el extraño artefacto terminó en el Museo Peabody de Harvard. Allí permaneció olvidado durante casi 60 años hasta que el divulgador científico Alexander Marshacks se topó con él durante una investigación sobre los orígenes de la astronomía para la NASA. Sorprendido por la regularidad del diseño, Marshacks propuso que en vez de un patrón ornamental o mágico, los símbolos tallados en el hueso eran de hecho un calendario basado en las fases de la luna. La idea desató inmediatamente una gran polémica en el mundo académico: para unos se trataba en efecto del primer calendario de la historia (pues la pieza se había datado sobre el 30.000 a.C.), mientras que para un sector más conservador era una teoría sin fundamento alguno. La aparición y redescubrimiento en las polvorientas colecciones de los museos de muchas piezas parecidas talladas en hueso y piedra pareció confirmar la hipótesis, pero la cuestión sigue provocando disputas a día de hoy. Lo que nadie pone en duda es que el calendario lunar fue el primer sistema de organización del tiempo empleado por la humanidad. Gracias a su ciclo regular de crecimiento y mengua, la Luna era el único punto de referencia temporal que no cambiaba de estación en estación, por lo que se convirtió en la primera referencia para regular el paso de días y meses. Sus 13 lunaciones comprendían todo el año, y aparecen representadas en pinturas rupestres como las de la Sala de los Toros en la francesa cueva de Lascaux. Así, por primera vez en la historia de nuestra evolución, desarrollamos un sistema con el que predecir acontecimientos vitales para nuestra supervivencia, como la llegada de rebaños de animales para su caza o el momento idóneo para recolectar frutos silvestres de los que alimentarse. De este modo, calendarios portátiles como el de Blanchard podríamos considerarlos como la primera agenda del mundo, pues gracias a ellos se podía saber el momento del año en el que se encontraba uno, y por lo tanto, saber cuáles eran las tares a realizar en las semanas siguientes. Aunque el calendario evolucionó gradualmente hasta transformarse en uno de base solar como el que usamos hoy en día, fue en algún momento desconocido del Neolítico cuando tomamos conciencia por primera vez de la capacidad de controlar el tiempo y regular nuestra vida a través de un sistema compartido por todos. Con esta historia, hoy queremos ofrecerte la manera más "nuestra" de cuadrar el calendario y tus planes: la agenda National Geographic, que este año rinde homenaje a nuestro icónico color, el amarillo, y con la que iniciamos las celebraciones del 25 aniversario de la revista National Geographic España. Volvo nos acompaña en esta aventura, marcando en la agenda los días mundiales más importantes para el planeta y compartiendo con nosotros —y con vosotros, lectores— la #ActitudNational que nos impulsa a cuidar y conservar el entorno en que vivimos. Puedes comprarla ya mismo entrando en este enlace. ¡Hasta la semana que viene! - ¿Te han reenviado esta newsletter y quieres recibirla cada semana en tu correo? Apúntate gratis aquí.
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