Sabores ártabros-Un cocido en tres horas y cuarenta minutos, más o menos
José Perales Garat
Pues ya llegó el frío, sí… ¡Vaya si llegó!: Por una serie de circunstancias que no vienen al caso, estuve ausente de Ferrol por unos días y el frío se me metió en los huesos de una manera que solo podía tener una solución: hacer un cocido que me lo sacase.
Yo, como todo el mundo, hago el cocido aproximadamente como me apetece, según lo que tengo y -como todos tenemos manías- con una estricta pauta y minutaje que no varío y que me supone fundamentalmente incrementar las arcas de las compañías eléctricas.
Lo primero son los ingredientes: en la medida que puedo, y no siempre puedo porque
Con el segundo café (yo no soy nadie sin dos cafés) pongo en mi olla más grande toda la carne salada, los huesos de caña y la ternera y la lleno hasta arriba con agua fría (después de haberle escurrido a la carne salada el agua del desalado) y la llevo a ebullición a fuego muy fuerte, añadiendo los garbanzos cuando empieza a hervir. Este paso es casi el más laborioso, porque la carne empieza a soltar impurezas que voy sacando con una espumadera y, además, primera hora exacta suelo estar pendiente del fuego, que intento llevar al punto justo en el que apenas hierve pero sí borbotea… cosa que no siempre es fácil conseguir con las cocinas de inducción y las vitrocerámicas.

recomendable cocerlo aparte (veinte minutos) y que si usáis grelos de lata (y queréis hacerlo como yo, claro) lo mejor es escurrir el líquido en el caldo y depositar con cierta delicadeza los grelos sobre el resto de los ingredientes que siguen conociéndose en la olla grande. Si usáis grelos frescos es que es febrero y ha helado, y no me atrevo a deciros cuánto tiempo es necesario, porque a mí las verduras me gustan muy al dente.
A partir de aquí: hay quien sala justo antes de incorporar la calabaza, hay quien no sala, hay quien deshecha las verduras, hay quien se las come e incluso la madre de mi cuñada hace una salsa con la calabaza, vinagre, ajo y aceite que es una auténtica delicia. Yo tengo dos variantes: la gallega (con grelos y sin zanahorias ni calabaza) y la madrileña (con repollo, calabaza y salsa de tomate): ambas me gustan por igual y, quitando el cordero al horno, es la receta por la que más me han felicitado mis invitados.
Pero lo importante, más allá de esas reuniones con buen vino, pan gallego y buena compañía, es comprobar como un plato humilde, sin apenas ingredientes nobles y que seguramente no ha sufrido apenas evoluciones desde que se empezaron a usar las patatas y el pimentón (¡Ay, América, qué dentro estás de España!), ha conseguido posicionarse como un referente para todos aquellos que atraviesan el Eo, los Ancares o el Miño y se deciden a visitar esa Galicia en la que, albricias, llueve en invierno.
Imagino que a medida que el resto de España se acostumbre al AVE y, si las autoridades no se ponen muy puñeteras con los pasaportes y esas conachadas, el cocido gallego se parará en el tiempo para siempre, porque hay cosas que, sencillamente, no se pueden mejorar… aunque algunos tardemos tres horas y cuarenta minutos en hacerlas.
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