Domingo 2 de abril de 2023 |
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El patrimonio de La Pasión | |||
Recuerdo que mi primera Semana Santa fue la de Sevilla. Debía tener unos doce años y para un crío aquello fue una experiencia de lo más intensa: el dramatismo de algunos pasos, las saetas desde los balcones, las cascadas de pétalos de jazmín y rosas, el gentío, aquellas peinetas de equilibrio casi imposible, la madrugá… La viví junto a familiares sevillanos, así que seguimos el guión local para disfrutar al máximo de la fiesta. Después de aquello, tardé bastante tiempo hasta que de nuevo me crucé con otras celebraciones de semanas santas españolas en mis viajes. Vía crucis, tambores, salidas y procesiones de vísperas, fervor a raudales, gastronomía, religiosidad, arte... Seguramente no hay ninguna otra fiesta que levante tanta pasión en España. De hecho, veintiséis de ellas, repartidas por toda la geografía, han sido declaradas Fiestas de Interés Turístico Internacional. Ahí está incluida la singular Ruta del Tambor y el Bombo que acompaña los días de la Pasión de Jesús en la provincia de Teruel. Hay para todos los gustos. Desde el fervor religioso de Málaga y la sobriedad de Cáceres, a la espectacularidad escénica de la Procesión del Cristo de los Gitanos, en las cuevas del Sacromonte de Granada, pasando por la solemnidad y el dramatismo de la Semana Santa de Mérida o de León.
Procesión de los empalaos en Valverde de la Vera Muchas se celebran en ciudades, pero hay algunas Semanas Santas de pueblos que merecen un alto en este especial recorrido pasional. Es el caso de los empalaos de Valverde de la Vera, el silencio sobrecogedor de Ocaña o las saetas de Cabra. Hay también espacio para las versiones mucho más lúdicas, como la caramelada que tiene lugar el Domingo de Resurrección entre las diferentes hermandades de Jumilla. Fue en Lorca donde la Semana Santa volvió a sorprenderme. Llegaba yo a la ciudad sin saber mucho más de ella que mi admirado Cees Nooteboom había pasado hacía años por allí en su largo desvío a Santiago. Pero entonces alguien me habló de los blancos y de los azules, que es como se refieren los lorquinos a dos de las hermandades que protagonizan el Cortejo Bíblico Pasional. Durante esa celebración, las carrozas alegóricas y monumentales se suceden como si eso fuera una escena de Ben Hur. No hay duda de que los caballos de monta y tiro llegados de toda España llaman la atención, pero el protagonismo absoluto es para los bordados en sedas y oro que visten los jinetes y que constituyen en sí mismos valiosos patrimonios artísticos.
Bordados de la Semana Santa de Lorca A simple vista parecen una pintura, pero es la aguja la que ha ido llenando de color los huecos del dibujo casi como si fuera un pincel. El resultado es tan asombroso que son los primeros textiles declarados como Bienes de Interés Cultural en España. Desde 2014, la tradición del Bordado Lorquino en su conjunto también está declarada Bien de Interés Cultural y es una Candidata Oficial a Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Más allá de todo este valor patrimonial y artístico que concentran las celebraciones de la Semana Santa, la gastronomía es otro argumento que hay que destacar. Y es que resulta que esta especial tradición salpica el país de todo tipo de dulces. Parece ser que eran la solución para tener un aporte calórico extra a la reducción de la ingesta de carne de los ayunos de Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Hoy en día, superada la superstición, estos dulces, con las torrijas como emblema, son un escape hedonista durante los días de mayor fervor pasional. |
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