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Fotografiar Dublín | |||
La fotógrafa de viajes y cultura Nuria Puentes se desplazó a la capital irlandesa para realizar el reportaje fotográfico que ilustra uno de los temas principales de la revista Viajes National Geographic de este mes: "Dublín en tres paseos". Para captar las mejores imágenes, Puentes estudió a fondo la ciudad y, siguiendo los itinerarios ya marcados, planificó una estrategia fotográfica. La crónica de aquel viaje fotográfico es una modesta y franca confesión de su "modus operandi", por decirlo de alguna manera, que quizás inspire a otros viajeros y aficionados a la fotografía.
Luz, color, río, puentes, gente pasando arriba y abajo, cientos de autobuses de dos pisos, tranvías, taxis y bicicletas. Dublín te asalta con un cóctel de impactos visuales que te tientan a fotografiarlo absolutamente todo. Pasados unos minutos, hay que centrarse y recuperar, literalmente, el Norte. Una cosa tenía clara: lo primero que debía hacer era orientarme, saber dónde quedaba el Norte y por qué lado salía y se ponía el sol. A partir de ahí, me organicé la agenda de lugares y horas en las que podía disparar mi cámara. Pronto detecté que el río Liffey, el eje central de la ciudad y de los tres paseos del reportaje, tenía una orilla encarada al sur y por lo tanto siempre soleada, y otra al norte, es decir, sin luz directa. Estaba claro que las tomas dirigidas al lado donde daba el sol conseguirían colores más vivos y nítidos. El puente de Ha'penny, construido en 1816, es totalmente peatonal. Atraviesa el río y va directo al centro histórico de Temple Bar. Es una de la tomas más buscadas de Dublín. Si tienes suerte de que el río esté en absoluta calma, se consigue el reflejo total del puente en el agua. En este caso, mi suerte fue que cruzara un equipo de remo por debajo justo cuando tomaba la imagen. Dejando el río y el puente atrás me dirigí a buscar el icono indiscutible de los pubs: Temple Bar. Una llamativa fachada roja adornada con guirnaldas de luces y situada entre calles de viejos adoquines. Una curiosa estampa en la que pocos renuncian a hacerse un selfie. La fachada es difícil de fotografiar por la cantidad de gente que se para frente a ella a todas horas. Es una cuestión de paciencia y de encontrar el momento. Por la mañana hay mucha menos afluencia e incluso se puede entrar dentro y hacer alguna toma con el local práticamente vacío, apenas cuatro valientes a los que les gusta desayunar cerveza. Caminando por las callejuelas del centro era imposible no palpar el ambiente y la música en directo. Muchos jóvenes se instalan en la ciudad y tocar en la calle se convierte en su profesión. "Me gano la vida tocando aquí y me va bien", me decía una chica de Málaga. Los corrillos de personas que se forman en medio de la calle, es una señal de que por ahí anda algún artista. Mientras la música me acompañaba por el camino, no paraba de admirar esa arquitectura georgiana de fachadas sobrias, ladrillos envejecidos, ventanas amplias y simétricas a conjunto con las puertas de colores. Una obra de arte geométrica que algunos decoran con flores para realzar aún más su belleza. Hice una gran colección de fachadas pero me quedé con esta por la textura de las raíces aún sin flor, que recorría la pared dándole un toque dramático a la imagen. Que Dublín exhala historia bien conservada te das cuenta rápido, sobre todo cuando entras en la Biblioteca Marsh. Fundada en 1701, es la biblioteca pública más antigua de Irlanda. Pequeña y acogedora, no puede competir con su hermana mayor, la del Trinity College donde se conserva el Libro de Kells, pero a mí me enamoró al instante, desde el cerezo en flor que te recibe a la entrada hasta los estantes repletos de libros antiguos cuidadosamente conservados. Apenas dos o tres personas se me cruzaron mientras le sacaba todo el jugo fotográfico. Junto a la Biblioteca Marsh encontramos otro de los grandes iconos de Dublín: la Catedral de San Patricio. Debido a la profunda reforma que se llevó a cabo en 1870 por el riesgo a un derrumbe de su estructura, posee una mezcla de arquitectura neomedieval y elementos de la tradición victoriana. Cuando entro en una catedral siempre me fijo en sus techos de gran altura, llenos de detalles y con molduras curvilíneas que usando un objetivo súper angular e inclinando la cámara hacia arriba, se consigue realzar muchísimo más esas formas. Me llamó la atención el suelo por su color, por sus líneas y por su disposición. En este caso, incliné la cámara hacia abajo para acentuar y darle más importancia al suelo en la composición de la imagen. Con un promedio de 730mm de precipitaciones anuales, superando incluso a Londres y París, era de esperar que Dublín tuviera grandes parques. El que más me atrajo fotográficamente fue el llamado Jardín Secreto: Iveagh Gardens. Es un parque poco visitado por los turistas pero que posee un gran encanto, además de la única cascada de la ciudad. Aproveché un día que estaba un poco nublado para disparar a velocidad muy baja y así conseguir el efecto sedoso en el agua que caía. Sin duda, este parque fue el mayor descubrimiento de la jornada. Rumbo a la zona del río de nuevo para hacer fotografía nocturna, me encontraba con la necesitad de plasmar la diversidad de transporte y la buena convivencia entre ellos. Trenes elevados, tranvías, autobuses, coches y bicicletas. Me puse en una isleta y esperé un buen rato hasta que coincidió una bicicleta con el paso del tren elevado. La suerte cuando uno fotografía, existe, pero hay que estar preparado para el momento porque igual esa suerte dura minutos o segundos. Es justo lo que me pasó en esta fotografía de la Custom House: coincidió que era la hora dorada -momento en que el sol está bajo y proyecta una luz muy cálida-, que había un precioso cielo despejado con algunas nubes y que el río se quedó en calma de golpe dejando un reflejo perfectamente definido del elegante edificio. Apenas puede disparar diez fotos antes de que un poco de aire borrara ese efecto espejo. Mis jornadas terminaban buscando la explosión de colores nocturnos. Esperaba la hora azul que consiste en ese momento en el que el sol se ha puesto y empieza a oscurecer mostrando un cielo azul marino intenso, ese momento dura unos quince minutos y hay que aprovecharlos al máximo. No podía ser otro lugar que O'Connell Bridge. Equipada con trípode y disparador remoto, esperaba a que pasara un tranvía o un autobús, disparaba a 2 segundos de velocidad de obturación y hacía una larga exposición para recoger toda la estela lumínica de los faros de los vehículos, consiguiendo así un efecto de movimiento y color mientras los peatones permanecían quietos. Momento creativo para acabar una jornada, descansar y coger fuerzas para las primeras luces del día siguiente. |
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