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El gran festival indio de la fecundidad | |||
Mañana lunes 23 la ciudad india de Mysore vive la novena jornada de su festival Dasera. Los festejos culminarán el martes con el desfile del elefante real, en una gran celebración que conmemora la victoria de la diosa en su combate con el demonio Mahisha, y con ello del triunfo de la fertilidad sobre la aridez. |
Cuando el viajero occidental aterriza en la India en octubre siente el manotazo de un aire todavía caliente. Pero para el indio que ha aguantado durante seis meses los embates del calor más variado y obsesivo, la brisa otoñal, sobre todo al amanecer y al crepúsculo, le produce un efecto embriagador, electrizante, que revitaliza su piel y la dispone para absorber con avidez los primeros hálitos de una frescura ya olvidada. En la India, en el mes de octubre, el aire se adelgaza hasta conseguir su transparencia más pura. De hecho, el monzón acaba de efectuar un profundo lavado de la atmósfera y permite que los cielos se desembaracen de la espesa capa de polvo que los cubre la mayor parte del año. No es pues de extrañar que sea en octubre cuando se rinde culto a la energía rejuvenecedora, cuando se adora a la diosa Durga, encarnación visible de la fuerza inmanente del universo (shakti). Uno de los festivales más importantes de la India acontece justamente con la llegada del otoño en la mitad del mes de Ashvina (septiembre/octubre). Los primeros nueve días y noches (navaratra) de la quincena creciente de ese mes lunar se consagran a la diosa Durga (Durgapuja) y el décimo día (Dasera), también llamado día de la victoria (Vijayadasami), tiene lugar el festival de Dasera, que se celebra con pompa especial en la ciudad de Mysore. Dasera y Durgapuja son en principio dos festivales distintos, aunque debido a su contigüidad tiendan a confundirse y se hable de Dasera como de un festival único que dura diez días. La etimología más popular, aunque no parece la más cierta, explica la palabra Dasera como procedente de un compuesto sánscrito (dasahara) que significaría «la destrucción» (hara) de los diez (dasa) pecados cometidos por cada uno de los diez órganos de los sentidos: los cinco órganos de la percepción, más los cinco órganos de la acción (la mano, el pie, la lengua, el sexo y el ano).
Interior del Palacio de Mysore. Mysore es una ciudad apacible que disfruta de un clima bastante benigno gracias a la altitud a que está situada (770 m). Si nos acercamos a ella en tren nos sorprenderá, tras cruzar el puente Kaveri, la verde suavidad de sus arrozales ondulantes y el domo macizo de la colina Chamundi que domina el horizonte al sur de la ciudad. Chamundi está situada a unos 10 km de Mysore, aunque quedó cercada por el crecimiento que experimentó la ciudad en los años 80. Chamundi, con una elevación de 1.060 m, alberga el palacio de verano de los maharajás de Mysore, el Rajendra Vilas o la «Morada de recreo del Rey de reyes». Al pie de la colina se encuentra otro de los antiguos palacios de maharajá: el Lalita Mahal o el «Palacio de los Juguetones», construido en 1930 para albergar a los huéspedes traviesos, aquellos que, a diferencia de los maharajás de la dinastía Wadiyar, vegetarianos y abstemios, gustaban de saborear los placeres del vino y de la carne. Pero la colina Chamundi es sobre todo famosa por el templo de Durga-Kali. Mil peldaños conducen desde la falda de la montaña hasta el corazón del templo. Mil peldaños que los fieles ascienden con especial devoción durante la festividad de Durga. A medio camino se encuentra la imagen monolítica del toro Nandi, tallada en 1659 en un solo bloque de granito negro de casi cinco metros. Nandi es la montura del dios Shiva, esposo y señor de la inaccesible Durga. Las mujeres sobre todo tocan, casi palpan con fervor, la imagen del morlaco sagrado que avivará el poder de su fecundidad.
Estatua del toro Nandi en Mysore. Mysore es una ciudad acunada por los siglos, salpicada de jardines y palacios y perfumada por el sándalo de sus barritas de incienso enrolladas a mano. Mysore se insinúa en el tacto sugerente de su seda y duerme mecida por el esplendor de la antigua dinastía Wadiyar. Su sueño la protege o la aísla de la industrialización acelerada. Para los indios, Mysore es la imagen contraria de su vecina: la poderosa Bangalore, capital política e industrial del estado de Karnataka. Pero mientras Mysore rumía lentamente el sueño del progreso, su rostro cultural se nos muestra diligente y despierto: el patronato real ha favorecido siempre el estudio de la filosofía, del sánscrito, del ayurveda y la manifestación de la arquitectura, las bellas artes y la música. Mysore es una ciudad universitaria que cuenta hoy con más de 50.000 estudiantes. Mysore y Dasera están inextricablemente unidos. Se dice que Mysore es una corrupción de Mahishoru o Mahish-uru, que significa «la ciudad del demonio Mahisha». Mahisha es el principal antagonista de la leyenda que da cuerpo al festival de Dasera. En cierta ocasión Mahisha alcanzó un poder excepcional gracias a la práctica de terribles penitencias y solicitó a Brahma una recompensa correspondiente a su esfuerzo: la inmortalidad. Brahma le contestó que no estaba en su mano concederle tal deseo, ya que ni siquiera los dioses son absolutamente inmortales, pues su existencia dura lo que dura un ciclo cósmico. Mahisha formuló entonces su deseo de una forma distinta y manifestó que, si tenía que morir, fuese a manos de una mujer, pensando que así conseguiría la inmortalidad de facto, pues no podía imaginar a ninguna hembra capaz de matarlo. A continuación, Mahisha empezó a derrotar a cada uno de los dioses. Estos, vencidos e irritados, se reunieron y la energía colérica de sus mentes creó a un guerrero superior: una hermosa mujer a la que cada dios entrega su arma distintiva: Shiva, el tridente; Vishnu, el disco; Indra, el trueno... Y así fue como Durga, con un sinfín de brazos y cabalgando sobre un tigre, aparece en el campo de batalla. Mahisha adopta la forma de un búfalo y arremete contra ella, pero la diosa hiende su tridente y decapita al monstruo.
Durga decapitando al demonio Mahisha. En el sur de la India, el mito posee fuertes connotaciones eróticas. Mahisha se ríe de las palabras amenazadoras de Durga y la solicita como amante. Cuando Durga le amenaza con tumbarlo sobre el lecho de batalla, Mahisha entiende que la diosa hace una referencia velada al coito invertido; cuando la diosa le intimida con sacarle la vida (prana), Mahisha piensa que la diosa enamorada pretende en realidad arrebatarle el semen, pues este es la esencia de la vida. Mahisha, engalanado, afirma que él es un hombre que sabe cómo hacer feliz a una mujer, pero Durga lanza una carcajada espeluznante y termina decapitándolo. La lucha entre la diosa y el demonio es la lucha entre la fertilidad y la aridez. La fuerza demoniaca es aquella que se manifiesta para desbaratar el curso de la creación, para obstruir el fluir de las aguas. La decapitación del demonio es un acto de fecundación y un sacrificio que conlleva la liberación de los fluidos vitales que el búfalo negro encierra en su cuerpo. Por eso, durante el festival de Dasera en Mysore la gente compra cierta clase de calabazas, parecidas en sus colores a la sandía, y las revienta contra el suelo para que desparramen alrededor su carga jugosa y rojiza. Se trata de liberar la sangre del demonio, la savia del mundo, el semen de la vida.
Cultivo de la cosecha kharif. No es de extrañar que el festival esté también relacionado con el ciclo agrícola, pues coincide con la época de recolección de la cosecha de verano, el kharif. En mayo y junio, ante la inminencia del monzón, empieza el año agrícola. Se labran las tierras y se reparan las acequias. Con la llegada de las lluvias se vuelve a arar y se siembra el arroz. A finales de septiembre en el sur de la India, y de octubre a noviembre en el norte, se efectúa la siega de la cosecha monzónica: el kharif. Es justamente en estas fechas cuando se celebran el Dasera y el Diwali o la Fiesta de las Luces. Los graneros están repletos y la abundancia de comida permite el despilfarro propio de las grandes festividades. A continuación, aquellos que puedan irrigar sus tierras podrán optar por una segunda cosecha de arroz, la rabi, que se recolectará entre febrero y marzo, coincidiendo una vez más con otro gran festival de la India: el Holi o la celebración de la primavera. Dasera es también una fiesta de origen castrense, ya que en estas fechas se iniciaban en la antigua India las campañas militares. Parece lógico que con el fin de las precipitaciones torrenciales, la bajada en el nivel de los ríos y con el abastecimiento asegurado por la cosecha kharif, los elefantes de los grandes maharajás emprendiesen la larga marcha hacia el campo enemigo. Como veremos, en Mysore se juntan y mezclan todos estos ingredientes.
Campaña militar en la antigua India. La plácida Mysore se entrega, furiosamente, a sus numerosos festivales: Yugadi (año nuevo), Ramanavadi, Diwali y, sobre todo, Dasera. En las vísperas de cada festival, la turba inundará la Sayyaji Rao Road y la Market Gate hasta hacerlas del todo impenetrables. La gente se apresurará a comprar los artículos indispensables para el ritual de la puja: el culto a las imágenes divinas o a los objetos y herramientas que se vuelven sagrados en determinadas ocasiones. Las ofrendas se harán sobre todo con coco, flores, incienso, frutas y dulces. La deidad degustará simbólicamente la ofrenda y el resto, que será devuelto al donante, se habrá convertido en prasada, comida bendecida. Durante Durgapuja parece que en Mysore la piedra quiera compartir la liviandad rejuvenecedora del aire. Al anochecer, la arquitectura florida del palacio del maharajá desplegará los pétalos de sus azucenas: miles de bombillas iluminarán todos los perfiles, todos los ángulos de este edificio sorprendente. El palacio de Mysore, diseñado en 1907 por Henry Irwin, es un exponente del estilo llamado indosarraceno. En realidad, Irwin materializó el sueño sincretista de un monarca oriental al mezclar en un solo edificio elementos hindúes, musulmanes y europeos. Los baldaquines arqueados de los rajputs se combinan con las cúpulas redondeadas de los mogoles tocadas por una estructura de campanario europeo. Minaretes, columnas y balcones, arcos y ventanas, puertas, claraboyas, troneras y miradores parece que quieren ofrecer su incandescencia de piedra encendida a la claridad otoñal del aire. No es solo el palacio del maharajá el que se ilumina en Dasera, también una considerable cantidad de edificios públicos. Vale la pena ascender de noche la cima de Chamundi para poder contemplar la visión de la ciudad iluminada.
El palacio de Mysore iluminado. Para los brahmanes, los diez días del festival de Dasera se articulan como una progresión espiritual que supone una purificación y un crecimiento. Se adora respectivamente a la diosa de la energía como destructora de los vicios, como diosa de la fortuna y como diosa de la sabiduría: Sarasvati. Así, en Mysore, durante el séptimo día se honra a Sarasvati mediante una puja doméstica en la que se reverencian los libros del hogar. Se saca el polvo a la biblioteca y la lectura queda prohibida durante todo el día, pues se trata de renovar el poder mágico de las letras para que estas puedan seguir derramando su sabiduría a lo largo del año. Durante el octavo día (Durgastami) se efectúa una adoración especial a la diosa Durga y en el noveno tiene lugar la más asombrosa de las celebraciones: la Ayudhapuja, que literalmente significa el culto a las armas, lo que nos recuerda el carácter originalmente militar de estas celebraciones. El culto a las armas se ha convertido hoy en un culto a la herramienta, quizá por una comprensión metafórica de la herramienta como arma de combate en la lucha cotidiana de la vida. Con las flores compradas en el mercado se engalanan los objetos más variados: utensilios de cocina, el lápiz y la pluma, la azada y el arado, los animales domésticos que ayudan en la labor, llaves inglesas, destornilladores, martillo, máquinas de todo tipo, instrumentos musicales, ordenadores y, sobre todo, los vehículos de transporte. Veremos a los taxistas y a los conductores de rickshaw construir con los troncos y las copas verdeantes de bananos cortados por la base y con cañas de azúcar una especie de pabellón que dará cobijo a los vehículos consagrados. Se trata, una vez más, de una ceremonia de regeneración en la que se invoca a la shakti para que penetre en la herramienta y renueve su efectividad.
Ofrendas durante el Durgastami, el octavo día del festival. Es en el décimo día cuando el festival de Dasera alcanza su apogeo en Mysore con la procesión que sale del palacio en dirección al Banimantap, donde se encuentra el árbol bani o shami (Prosopis cineraria). Se considera que este árbol, de una madera extraordinariamente dura e incandescente, guarda en su interior la semilla del fuego. Una leyenda muy antigua afirma que el primer fuego sobre la Tierra fue encendido por Pururavas al frotar una rama de shami con otra del árbol ašvattha: la higuera sagrada (Ficus religiosa). Como morada del fuego, el shami es también el receptáculo de la energía cósmica, la shakti. En la antigüedad, la procesión precedida por el maharajá concluía en este árbol. Se ofrecían plegarias y se terminaba disparando una flecha al aire como señal de victoria. Con el traspaso de poder, los maharajás han perdido esta prerrogativa y el festival termina hoy con un desfile de camellos y caballos, los Lanceros de Mysore, la guardia de palacio, danzarines y carrozas, escenificando retablos históricos y mitológicos, cuentos populares, tradiciones folklóricas, bandas y charangas de músicos que escupen su música inconexa, pero incongruentemente pegadiza. Y, tras ellos, el gran protagonista de la procesión: el elefante real que transporta la imagen de la diosa Durga en el houda o palanquín fijado a su espalda. Antes de la independencia, el mismo maharajá se sentaba en este houda cruzado de guirnaldas. El elefante real, ahora de hecho estatal, se nos muestra imponente con sus aparejos y adornos dorados, con sus colmillos encasquetados en fundas de bronce que terminan en sendos penachos de florecillas blancas y rojas, brazaletes de plata en sus tobillos mastodónticos, collares como cadenas, la piel graciosamente pintarrajeada con motivos florales y la gualdrapa de tonos ocres que cubre sus costados. Para añadir una nota surrealista al conjunto medieval, no hay más que fijarse en los dos guardas al lado del elefante, portando esas cestas de plástico para la compra tan populares en la India moderna. Por ellas asoma el perfil deshilachado de la paja: hierba seca para el soborno del proboscidio. El elefante estatal desfila flanqueado por dos elefantes de dimensiones más reducidas y no tan engalanados. Bajo la cinta dorada que cubre su frente cuelga sobre un fondo rojo la sílaba OM, el sonido esencial del universo.
Desfile del Elefante Real en el festival Dasera. El elefante, especialmente el blanco, ha sido siempre un símbolo y atributo del poder de los maharajás. Es asimismo un signo de fertilidad y los poetas lo comparan por su volumen y color con las nubes negruzcas, preñadas de lluvia, que cruzan los cielos monzónicos. Paralelismo entre los elefantes celestes que pasean su volumen de agua por los caminos del viento y los elefantes terrenos, militares, que se alejan para verter un chaparrón de flechas en los reinos enemigos. Visitar Mysore en octubre es apreciar todos los elementos propios del Dasera: la derrota definitiva del calor y el polvo, la renovación de la energía vital, la festividad poblada de recuerdos militares y agrícolas y el espectáculo de un palacio de piedra transfigurado en luz contra el fondo oscuro de la noche. Òscar Pujol, el autor de esta newsletter, ha escrito también el magnífico reportaje sobre la India que incluye el número 284 de Viajes National Geographic, a la venta desde el jueves 19 de octubre. Con él, viajamos por los templos de Khajuraho, con sus famosas esculturas tántricas; Benarés, la ciudad donde confluyen la vida y la muerte; y Bodh Gaya, el lugar en que Buda alcanzó el nirvana. |
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