martes, 31 de octubre de 2023

Eugenia de Montijo, del esplendor en la Corte a una triste vida en el exilio. Por Susana del Pino.


Eugenia de Montijo

«Eugenia de Montijo, “La española” como la llamaban en Francia, supo desempeñar bien su papel y dejar huella en las costumbres de la época»

     Para muchos, la figura de Eugenia de Montijo (1826-1920) ha quedado en la memoria como la española  que ocupó el trono de Francia pero no fue amada por los franceses, sin embargo fue una mujer que se involucró en los asuntos de Estado, creó numerosas instituciones en el país vecino y tuvo una gran influencia en la sociedad parisina de la segunda mitad del siglo XIX.

 

     María Eugenia Ignacia de Palafox Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick, Condesa de Teba y Montijo. granadina de nacimiento, pertenecía a una noble y rica familia y fue su madre, la malagueña María Manuela Kirkpatrick (1794-1879) quien tuvo un papel decisivo en el futuro de la joven Eugenia, ya que tras la muerte de su marido, decidió viajar con sus hijas por Europa para proporcionarles una buena formación y un brillante futuro con la intención de buscar un buen marido para ellas.

 

     María Manuela consiguió casar a su otra hija Francisca, a quien llamaban Paca, con el futuro Duque de AlbaJacobo Firtz- James Stuart y Ventimiglia (1921-1981) algo que no gustó demasiado a Eugenia que tras otro fracaso en el amor incluso pensó en entrar en un convento, sin embargo el destino guardaba algo diferente para la joven granadina. Una de las leyendas en torno  a ella es que cuando Eugenia contaba con doce años se le acercó una gitana en Granada y le leyó el futuro en las lineas de la mano diciéndole que llegaría a ser reina.

 

    Se establecieron en París en 1850,  donde entablaron interesantes relaciones con  escritores y personajes influyentes de la época. Así, un buen amigo de la familia, el escritor Prosper Merimée (1803-1870) ayudó a madre e hijas a frecuentar los salones y fiestas que tenían lugar en la capital del Sena y que reunía a lo más selecto de la sociedad del momento. Con el escritor tenían una excelente relación y según cuentan fue la misma María Manuela quien inspiró a Mérimée a escribir la novela Carmen, llevada a la ópera en  1875 por Georges Bizet (1838-1875) .

 

  María Manuela, mujer ambiciosa y amante de la ostentación, tenía como prioridad conseguir una buena posición social para sus hijas, por ello no cesó en su empeño, tras el matrimonio de su hija Francisca, de encontrar un buen candidato que pidiera la mano de su hija.

Eugenia de Montijo

    En 1849, en una de las recepciones en El Palacio del Eliseo, Eugenia fue presentada al entonces Presidente de la II República Francesa Carlos Luis Napoleón Bonaparte (1808-1873). La joven española, era culta, inteligente, refinada y hermosa lo que unido a la gran atracción que Luis Napoleón sentía por las mujeres hizo que no pudiera resistirse a sus encantos, ni tampoco Eugenia olvidara el cargo que éste ocupaba. 

 

    En 1851, Luis Napoleón III dio un Golpe  de Estado convirtiéndose en Emperador de los franceses  comenzando así el II Imperio Francés.

 

    Eugenia volvió a Madrid y Luis Napoleón no dejó de interesarse por ella. La idea de convertirse en emperatriz agradaba enormemente a la joven española que desplegó todos sus encantos para interesarle aún más; además estaba decidida, tras los desengaños amorosos que había sufrido anteriormente con el Duque de Alba y con el Marqués de Alcañices, a  formalizar su situación con el Emperador.

 

    En enero de 1853 se casaron en la iglesia de Notre Dame en París, fue una celebración fastuosa que puso de manifiesto el periodo que a partir de entonces protagonizaría Francia en el II Imperio, recuperando el esplendor perdido y teniendo un importante papel en la política europea además de llevar a cabo una política de remodelación urbanística a gran escala en ciudades cono París.

Eugenia de Montijo

     Por su carácter, sus inquietudes y su formación, Eugenia no se iba a limitar a ser simplemente la esposa de Luis Napoleón III, ella deseaba involucrarse en la política, su impulso fue decisivo para la construcción del Canal de Suez en 1869, y a la vez ocuparse activamente de cuestiones que mejoraran la sociedad francesa, de tal modo que fundó instituciones de caridad, asilos, orfanatos y hospitales, impulsó la cultura y las artes, protegiendo a escritores y artistas a los que invitaba a recepciones y tertulias en su residencia y apoyó con gran empeño la investigación, fundamentalmente a Louis Pasteur (1822-1895).

 

    Eugenia contó en todo momento con el apoyo de su marido que la nombró regente en varias ocasiones, en periodos en los que él tuvo que ausentarse, sin embargo, la emperatriz era consciente de la realidad, no era muy aceptada por el pueblo, por una parte apoyar a partidos conservadores le ocasionó problemas con otros grupos políticos ; por otro lado era considerada una mujer frívola al defender públicamente a la reina María Antonieta de Austria (1755-1793) o dedicar demasiada atención a la moda.

 

     Eugenia poseía un gusto exquisito a la hora de vestirse y pensaba que el vestuario era algo esencial para desempeñar su cargo como manifestó en varias ocasiones ante las críticas que recibía por ser ostentosa en el vestir. Su gusto por la moda fue decisivo para el desarrollo de esta industria en Francia a partir de entonces. Apostó por comprar sus joyas, vestidos y complementos en empresas que necesitaban un impulso, favoreciendo así la economía del país, algo que sería muy positivo  para Francia. Su modisto de confianza fue Charles Frederick Worth (1825-1895) que ejercería una gran influencia en grandes diseñadores franceses del siglo XX. Puso de moda  el sombrero llamado Eugenia, orientado hacia un lado y con una pluma de avestruz, muy popular en la década de los años treinta. 

Eugenia de Montijo, Napoleón III y su hijo

     Tras sufrir dos abortos dio a luz a su hijo Napoleón Eugenio Luis Bonaparte (1856-1879), lo que supuso una gran alegría para el matrimonio, sin embargo el Imperio entraba poco a poco en declive. En 1870 en la Guerra franco-prusiana, los franceses fueron derrotados en la Batalla de Sedán, Napoleón III fue capturado y hecho prisionero con gran parte del ejército francés, por lo que Eugenia y su hijo marcharon a Inglaterra exiliados. Allí, Eugenia intentó mover los hilos para que su hijo pudiera ocupar el trono pero fue imposible, la III República ya había sido proclamada estando muy afianzada en el país galo.

 

       En 1873, el Emperador murió poco después de ser liberado y en 1879 la desgracia aparecería de nuevo en la vida de Eugenia de Montijo, su único hijo murió en  África en  la guerra anglo- zulú con tan solo veintitrés años. Esto la sumió en una profunda tristeza y jamás pudo recuperarse de esta terrible pérdida, le sobrevivió cuarenta años más en los que vistió de riguroso luto.

 

      A partir de entonces abandonó los asuntos políticos y durante el resto de su vida viajó entre Inglaterra y España donde paseaba por  Madrid y compartía tiempo con sus sobrinos en el Palacio de Liria, hijos de su hermana Francisca que falleció con tan solo treinta y cinco años. Se dedicó a llevar una vida discreta, íntima y piadosa. Falleció el 11 de julio de 1920 a la edad de 94 años y fue enterrada junto a su marido y su hijo en el mausoleo que mandó construir para ellos en la Abadía benedictina de Saint Michael, en Farnborough, en el condado de Hampshire, (Inglaterra). 

 

      Atrás quedó una vida en la que gracias a su posición y a su firme formación católica pudo ayudar a los demás, supo manejarse en los asuntos políticos y aunque tuvo que soportar las infidelidades de su marido y aceptar no ser muy querida por el pueblo francés, Eugenia de Montijo, “La española” como la llamaban en Francia, supo desempeñar bien su papel y dejar huella en las costumbres de la época, gracias a su talante y personalidad.

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