«El vidrio de Murano es un arte cuidado durante siglos, un tesoro y un oficio que aun hoy se conserva. Tradición y modernidad»
Con más de cuatro mil años de antigüedad, en Mesopotamia y Egipto aparecen los primeros restos de vidrio en forma de frascos, platos, recipientes para ungüentos, así como amuletos, cuentas de collar realizados con arena y materiales silíceos y otros adornos. Sin embargo, la naturaleza lo proporciona en forma de obsidiana, una roca volcánica que al romperse presenta unos cantos muy afilados por lo que, según restos encontrados hacia 12.500 a. C., se utilizó para fabricar herramientas ya en la prehistoria.
Los fenicios mejoraron aún más la técnica gracias a la arena fina que proporcionaba el río Bela que hacía posible un vidrio más transparente. Con la conquista romana de estos territorios, muchos artesanos del vidrio se trasladaron a Roma donde perfeccionaron la técnica y se extendieron por la península itálica y parte de Europa.
Plinio el Viejo (c.23-79) en su obra Historia Natural narra como algo que ocurrió por casualidad, el modo en el que se descubrió la fabricación del vidrio. Mercaderes sirios que transportaban un material de sosa llamado natrón, pararon en la costa para descansar descubriendo cuando se marchaban como debido al calor se fundieron la sosa y la arena formando un material brillante y duro. Plinio nos narra este hecho situándolo en el siglo I a C., fecha mucho más reciente a la de los primeros restos encontrados.
Tras excavaciones realizadas en los años setenta del siglo XX se supo que en ciudades como Tiro y Sidón existió una importante industria del vidrio aproximadamente hacia el año 1800 a C. utilizando la técnica del vidrio soplado realizada con una caña, lo que supuso una verdadera revolución en su elaboración pudiendo aumentar la producción y la distribución.
Ya implantada en Europa esta técnica artesanal, se crearon importantes centros de producción, tanto en la península itálica como en otros países como Francia, en Poitou o Normandía o en Nüremberg, Alemania, sin embargo, Venecia les hizo sombra a todos ya que gracias a sus relaciones comerciales con Oriente, donde, a diferencia de Europa, este arte había seguido creciendo tras la caída del Imperio Romano en Occidente, aprendieron técnicas como el esmaltado creando verdaderas obras de arte como copas, jarrones y otros objetos labrados a los que también aplicaron capas de oro, piezas muy preciadas y admiradas. Debido a varios incendios en los talleres instalados en el centro de la ciudad, se decidió trasladarlos a Murano para que estuvieran más aislados, por una parte por seguridad, aunque también para preservar los secretos de su arte.
Durante la Edad Media las piezas de vidrio no estaban al alcance de todos, siendo la Iglesia, la Nobleza y la Alta Burguesía quienes las demandaban, era una arte elegante y costoso. En los siglos XVI y sobre todo en el siglo XVII y XVIII estas piezas se convertirían en elementos muy demandados por parte de la monarquía y las clases más altas de la sociedad.
Con la llegada de la Revolución Industrial, uno de los acontecimientos más significativos de la historia, la producción y distribución de vidrio se extendió considerablemente con una importante reducción en los costes de fabricación.
Nicolás Appert (1749-1841) a finales del siglo XVIII aportó una solución a la demanda del gobierno de su país que buscaba encontrar una solución para conservar los alimentos con el objeto de alimentar a las tropas napoleónicas. Comprobó como en tarros de vidrio cerrados herméticamente, éstos se podían conservar sin perder sus propiedades. El gobierno galo lo premió y difundió su invención, convirtiéndose a partir de entonces en un elemento indispensable, como lo sigue siendo hoy en día en la industria alimentaria, industria que comenzó a establecerse a principios del siglo XIX. A partir de la década de los años veinte tiene lugar la mecanización automática de los envases y su producción en serie algo que se ha ido perfeccionando con los años.
El vidrio es un material fundamental para el progreso con numerosas aplicaciones en todos los campos, ciencia, tecnología, decoración, medicina, industria, construcción, arte, etc…
Murano, en la Laguna de Venecia, abarca siete islas conectadas por puentes entre canales. Ocupada en época romana, la pesca y la producción de sal fueron desde entonces la base de su economía. Será a partir de la introducción de la artesanía del vidrio cuando se especializaría en este delicado arte llegando a ser un punto de referencia en toda Europa. Los maestros vidrieros de Murano eran artesanos muy bien considerados y con buenas relaciones sociales, gozaban de privilegios como la inmunidad judicial y su arte era considerado un auténtico tesoro, sin embargo, también debían cumplir determinadas normas como la obligación de vivir en Venecia y no poder trasladar su residencia a ningún otro lugar para no difundir los conocimientos aprendidos. Las penas por incumplir este requisito eran bastante duras, incluso la pena de muerte, aun así, algunos consiguieron huir.
La técnica utilizada en Murano es la del vidrio soplado. A altísimas temperaturas el material vitreo se convierte en líquido de tal forma que se pueda moldear fácilmente creando burbujas que se consiguen introduciendo aire a través de un tubo, ya sea soplando de forma artesanal o mediante una máquina. Las técnicas se han perfeccionado cada vez más, así como la creatividad sorprende siempre, la industria del vidrio con los años se ha enfocado más hacia el arte. Hay grandes maestros del vidrio que han realizado extraordinarios trabajos a lo largo de los siglos. Actualmente, uno de los creadores más reconocidos en este arte es Césare Toffolo (1961) que ha continuado con la tradición familiar de la maestría en el trabajo del vidrio en Murano.
A principios del siglo XX con los movimientos Art Nouveau y Art Decó, que presentan una nueva estética llena de color y formas diversas, el cristal de Murano experimentó un importante auge en cuanto a su difusión, una estética innovadora y atractiva que rompía con la tradición. Grandes maestros artesanos de Murano ayudaron a artistas reconocidos internacionalmente como Pablo Picasso (1881-1973) o Marc Chagall (1887-1885) a crear sus obras en cristal.
En un edificio de estilo gótico y de notable importancia histórica-artística, el Palacio Giustiniani, se encuentra el Museo del Vidrio que debe su nombre al obispo de Torcello (isla vecina a Murano), diócesis a la que fue donado antes de pasar al Patriarcado de Venecia y posteriormente al Ayuntamiento de Murano hasta 1923 fecha en la que la localidad pasa a formar parte de la gran ciudad de los canales.
Cabe resaltar el techo de la planta principal, que se abre al Gran Canal de Murano, decorado con bonitos frescos de Francesco Zugno (1709-1787) que representan el Triunfo San Lorenzo Giustiniani, antepasado del obispo que dio nombre al edificio y primer patriarca de Venecia. Destacan en su decoración tres lámparas de cristal del Ottocento italiano (siglo XIX) de una gran belleza; el central consta de sesenta brazos y fue realizado por Lorenzo Santi y Giovanni Fuga. Esta magnífica obra de arte ganó la medalla de oro en la primera Exposición del Vidrio de Murano en 1864.
El recorrido del Museo presenta una magnífica colección que comienza con el periodo romano (siglos I-IV d. C.) y una valiosa muestra de setecientos años de historia del vidrio de Murano desde el siglo XIV hasta nuestros días, con excelentes obras maestras de reconocido valor en todo el mundo.
Aún recuerdo la visita a Murano con mi familia hace años y la expresión de un hombre amable que con ilusión nos explicaba cómo hacía su trabajo en el taller, le recuerdo soplando y moldeando el vidrio que sujetaba con unas grandes tenazas, era una tulipa para una lámpara que también nos mostró. Una bonita experiencia que queda grabada en la memoria y gusta recordar.
La belleza del cristal de Murano impacta y es un ejemplo de la artesanía italiana que combina arte, estilo y elegancia. Un arte cuidado durante siglos, un tesoro y un oficio que aun hoy se conserva. Tradición y modernidad.
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