A las buhardillas ferrolanas.
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Siempre admiré las preciosas buhardillas de muchas casas, más bien antiguas, de Ferrol, a su vez denominada la Ciudad de la Ilustración (mentes ilustradas), o de las Luces (mentes iluminadas), entre otras (del Mar, Naval, de las Anclas), lo cual me traslada placenteramente a mis lembranzas casi veinteañeras desde La Departamental a París, la Ciudad de la Luz, como Centro de las Artes y la Educación, nombre adoptado también por su temprana iluminación urbana.
Y dado que las buhardillas fueron un elemento arquitectónico de origen y autor parisino, y que París era la meca del amor... Pues me desplazo con añoranzas en tiempo y lugar, del Belelle y el Eume al Sena como un pequeño homenaje a ambas ciudades.
LA BUHARDILLA
Mi vida bohemia anhelaba y apremiaba un refugio propicio para ejercitar mi intimidad,
proyectar mi vocación artística, y encontrar la paz que requería mi amor platónico.
Tenía que estar ubicado en determinado lugar por razones obvias.
Tras explorarlo, encontré cuatro opciones de mi complacencia.
Dos apartamentos y dos estudios tipo buhardilla* con terraza.
Dichas terrazas lo eran sin fin*, demasié para mis ingresos artísticos.
Cada apartamento, era un ático abuhardillado, un elemento arquitectónico denominado
"mansarda"** en honor al arquitecto parisino Francois Mansart,
El uno contaba con dos magníficos ventanales que le aportaban un sinfín de claridad y
ventilación, pero, naufragaba contra todos mis cánones, su construcción moderna.
El otro me sedujo desde el principio*, era muy antiguo, ¡Vintage!,
aunque menos luminoso, la ventana disponía de un alféizar rebosante de macetas con
flores primaverales: geranios, begonias, caléndulas, claveles, amapolas
y un florido rosal de rosas rojas en un jarrón de alabastro*, ¡Precioso!
Este desván era mi mirador privilegiado al Sena y sus riberas que sabían a pintores,
a la torre Eiffel, la Notre Dame, el Louvre, la Biblioteca....y a "Ella"
¡¡Fue el final de mi búsqueda!!,
"Ella" y los confines del Sena eran los dueños de mis pinceladas.
A su paso madrugador, camino del Conservatorio, se deseaban nuestras miradas.
¡Amor, mi diosa Diana!.
Desde el altillo, a su soledad, le regalaba un beso al vuelo de una rosa del rosal.
Mientras al tiempo meditaba el axioma*:
"La ciencia de vivir, es el arte de amar"
Fernando de Arnáiz Núñez
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