jueves, 24 de noviembre de 2022

La misteriosa muerte de Alejandro Magno.

 

Josep Maria Casals
Josep Maria Casals
Director de Historia National Geographic

La misteriosa muerte de Alejandro Magno

Alejandro Magno expiró un atardecer del verano del año 323 a.C. en Babilonia. Quizá se llevó consigo, como última imagen de este mundo, el recuerdo del paisaje de su infancia: las montañas frondosas, los verdes prados y los frescos ríos de su tierra natal, Macedonia, a dos mil kilómetros de los pantanos, los mosquitos y el calor húmedo de la llanura mesopotámica. Hacía 11 años que había partido de su país al frente del mejor ejército del mundo. Con él conquistó el inmenso espacio que se extiende entre el Danubio, el Nilo y el Indo. A los 22 años, cuando dejó su patria, era el monarca de un belicoso reino tribal. A punto de cumplir los 33 años, cuando murió, se sentaba en un trono de oro para gobernar un tercio del mundo entonces conocido. 

Era el hombre más poderoso del planeta, pero ¿era querido? Seguramente era más temido y reverenciado que amado, y su desaparición debió de arrancar suspiros de alivio a sus nobles camaradas, los Compañeros, cuya vida se había transformado en una campaña militar interminable a causa del hambre de conquistas del rey, nunca saciada. De hecho, sus amigos se olvidaron de su cadáver mientras peleaban por asegurarse un puesto en la nueva era que abrió la desaparición del soberano. ¿Creyó Alejandro en los signos que anunciaban su próximo fin? ¿Murió o lo mataron? ¿De qué falleció? No tenemos respuesta a estas preguntas, aunque, tal como observamos en nuestro nuevo número de Historia National Geographic, sí podemos opinar razonablemente sobre si su muerte se debió a una enfermedad o fue un crimen. 

Claro que, para confirmar más allá de toda duda la realidad de nuestra suposición, se necesitaría estudiar el cuerpo del difunto conquistador, cuyo descubrimiento resulta improbable.

Portada de Historia National Geographic del número de diciembre de 2022.

¿Cómo se pobló la isla de Pascua?

Otras incógnitas de la historia sí pueden resolverse hoy en día con la combinación de arqueología y estudios genéticos, como es el caso del poblamiento de la isla de Pascua, que ha sido objeto de largos debates. Sus habitantes ¿venían de Polinesia o de América? La respuesta, en el artículo que le hemos dedicado en la revista.

Los tercios, las tropas de élite de la monarquía española

En nuestras páginas encontraréis también un artículo con un protagonista colectivo: los tercios, en el que os ofrecemos una completa aproximación a la vida de los miembros de esta fuerza militar de élite, que durante un siglo se impuso en los campos de batalla de Europa. A uno le viene a la memoria, a propósito de los tercios, aquel soldado que fue Cristóbal de Mondragón, a quien Carlos V ascendió a alférez en el mismo campo de batalla de Mühlberg después de que con la espada entre los dientes cruzara un río bajo una granizada de disparos de arcabuz. Murió en Amberes, al término de una vida dedicada a la guerra. Sintiendo que se acercaba su hora, mandó que lo pusieran en una ventana, a la vista de sus hombres, y allí cerró sus ojos. 

No fue menos que Alejandro, quien, a las puertas de la muerte, dejó que sus macedonios, sus soldados, desfilaran ante su lecho. Cuenta Plutarco que el rey«estaba ya sin voz, y que saludaba a cada uno de sus hombres alzando la cabeza con dificultad, fijando en cada uno de ellos sus ojos en señal de reconocimiento» hasta que el último pasó ante él. Entonces, agotado, se dejó caer para no levantarse más. No sabemos qué sucedió con la sepultura del rey en el centro de Alejandría, la ciudad que había fundado, ni qué fue de su cuerpo. Esta incertidumbre es precisamente lo que ha rodeado su figura de un halo de misterio y la ha emplazado en el brumoso espacio de la leyenda. Allí sigue reinando, para siempre joven e imberbe, con la melena partida en dos cayéndole sobre el cuello y su mágica mirada, oscuro el iris de su ojo izquierdo y claro el del derecho.

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