Domingo 20 de noviembre de 2022 |
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Los tiempos del viaje | |||
En septiembre de 2018, en un yacimiento en la cueva de Blombos, Sudáfrica, el profesor Christopher Henshilwood y su equipo de la universidad de Witwatersrand hallaron la que, a día de hoy, es la representación artística más antigua hecha por un Homo sapiens. Se trata de un dibujo minúsculo, una creación abstracta que data de hace más de 73.000 años y que coincide con la expansión de los homínidos por el sur del continente africano. Dicho descubrimiento no solo emplazó fuera de Europa la primera obra de arte de la que se tiene constancia, también permitió vincular la necesidad de comunicarse, de trascender —tanto espiritual como temporalmente— a través de la creatividad, de nuestros tatatatatatarabuelos. Antes de que las primeras civilizaciones se asentaran en torno a los grandes ríos de Oriente Medio en pequeñas aldeas, el ser humano ya había mostrado su ímpetu por dejar huella, por comunicarse, por conectar con una deidad... Fue la naturaleza la que empujó a nuestros ancestros a ser nómadas, pero su desarrollo cognitivo trajo consigo la necesidad de expresarse. Aún se desconoce el significado de dicho dibujo. Probablemente fuera parte de un rito pagano o de una obra más grande, ya que solo se encontró un pequeño fragmento. Quizás fuera una escena real o ficticia o la mera expresión de un deseo o de un acontecimiento. Desde entonces, ya sea por motivos religiosos, divulgativos o de entretenimiento, la Humanidad se ha afanado en dejar constancia de sus peripecias, de las epopeyas de un pueblo o de las hazañas de un individuo a través de numerosos formatos. Y en el caso de los viajes, las palabras y su aplicación en la literatura, el teatro, la ópera o el cine han permitido perpetuar cualquier aventura, por muy sencilla que sea. Los viajes tienen un inicio y un final bien definidos, de ahí que sean, junto a las biografías, los relatos más orgánicos posibles, ya que comienzan en una coordenada geográfica y concluyen en otra. Y esta aparente sencillez y universalidad es lo que le exige complejidad a cada narración para huir de la vulgaridad, para ser mucho más que los verbos de una vivencia como otra cualquiera. A dicho desafío hay que sumarle la persistencia que tienen en cada ser humano sus viajes. Son recuerdos, son epifanías e, incluso, se convierten en el sino de toda una vida para aquellos nómadas contemporáneos. Se suele decir que cada viaje se vive varias veces. Está el enamoramiento previo, el éxtasis del descubrimiento y las reminiscencias experienciales que asoman a posteriori. La forma en la que cada uno nos relacionamos con esos souvenirs emocionales y de conocimiento es muy diferente. En el caso de los periodistas de viaje, como el de Josan Ruiz o el mío, es una aproximación profesional en la que lo subjetivo y lo realmente trascendental se ven obligados a equilibrarse. Cada crónica, cada ruta, cada vídeo que elaboramos en Viajes National Geographic es un juego constante entre las percepciones individuales, los datos enciclopédicos y los juicios de valor universales. Pero también es un baile entre dos líneas temporales. La primera, en la que se vivió y se exprimió un destino. La segunda, en la que se regresa, se templan las emociones y se abre el corazón y el cuaderno de anotaciones para seleccionar el qué y el cómo se cuenta.
Cuando la pandemia de la COVID-19 nos recluyó en nuestros hogares, esta convivencia entre presente y pasado fue, más que un recurso, una necesidad. El día a día de una redacción creada para inspirar escapadas y grandes viajes se vio desprovista de horizontes y de rutinas. Un clima de incertidumbre, sí, pero también de introspección que encontró su propio cauce en forma de newsletter. Tanto Ismael Nafría, por entonces director de la familia de revistas National Geographic, como yo pretendíamos hacer de un boletín periódico un vínculo total con los lectores y suscriptores. ¿Cómo? A través de una tribuna abierta en la que se explicara el porqué de cada contenido y la singularidad de cada decisión editorial. Una relación que nació para dar respuestas en un periodo lleno de preguntas, pero que se fue moldeando para resolver otras dudas y evocar otras coordenadas individuales. Fue el 26 de abril de 2020 cuando Josan se animó a trasladar sus souvenirs emocionales como viajero y sus conocimientos como director de la revista a la newsletter, un subgénero periodístico que permite fusionar lo mejor de los dos formatos. Por un lado, la periodicidad no diaria y la capacidad inspiradora del papel. Por el otro, las posibilidades multimedia y la distribución directa (mediante e-mail) de lo digital. Con Carretera al Everest, título de su primer boletín, sentó las bases de una correspondencia basada en las vivencias personales, los contenidos de cada edición impresa y la realidad del momento. Un cóctel con el que sublimó el propósito inicial de esta postal digital semanal y que los demás autores hemos seguido a nuestro modo, creando una obra coral que ya reciben más de 20.000 suscriptores cada domingo. Durante estos años me he responsabilizado de editar cada uno de los relatos y reflexiones que conforman Nómadas por naturaleza, el libro que recopila esta correspondencia y que se distribuye con la revista de este mes de diciembre en una oportunidad única para contrastar los relatos viajeros con las reflexiones que provocan. En ocasiones he teorizado sobre las intenciones de Josan en cada uno de los episodios preguntándome si se trataba de un testimonio en vida o de un gran libro de viajes experimental suministrado en fascículos. Otras veces simplemente he leído a un buen discípulo de Humboldt como es él, mientras desvelaba las casuísticas geográficas de un paisaje o describía las peculiaridades de sociedades remotas con una prosa precisa, divulgativa e inspiradora. Sea como fuere, es un conjunto de textos que merece la pena disfrutar, que se acotan en apenas dos años de escritura pero que cubren varias décadas, que tejen un viaje en el tiempo en el que las épocas se entremezclan y que, en el fondo, ejemplifican que el ser humano no solo es nómada por naturaleza. También tiene una voluntad irrefrenable de contar sus aventuras y sus viajes, ya sea en las paredes de una cueva o en una newsletter. |
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