«La realidad de la crisis de subsistencias es que nos encontramos ante un fenómeno que se creía periclitado desde las cartillas de racionamiento»
Los precios de los alimentos siguen subiendo por encima del 10% anual, un tope político que las autoridades no quieren romper. Las estadísticas oficiales al respecto se ven desbordadas por la realidad. Es una curva que contradice la tendencia secular contraria. En las sociedades complejas (la nuestra, ya, lo es), el progreso a largo plazo se verifica por el sistemático descenso de los precios alimentarios. Eso es lo que ha sucedido en las tres últimas generaciones de la vida española. De ahí, lo preocupante de la actual inversión de la tendencia, que se creía imparable.
Los precios alimentarios suben porque lo hacen, previamente, los insumos de la producción: electricidad, combustibles, abonos, transporte, impuestos, salarios. Además, hay escasez de materias primas a escala mundial. Por si fuera poco, añádanse las escrupulosas regulaciones ecologistas, que son costes adicionales. En definitiva, la producción de alimentos pierde productividad. El único adelanto es el nuevo sistema de distribución de los productos a domicilio, previa solicitud onlain, aunque, todavía, está en sus comienzos.
Las salidas de emergencia que practican los hogares consumidores, ante esta anómala situación de precios disparatados, no son muy alentadoras: (1) Consumir menos. (2) Reducir la calidad. (3) En casos liminares, acudir a la caridad (Cáritas, bancos de alimentos, etc.). Como es lógico, ninguna de las tres vías consigue resolver el problema general, que afecta a productores y consumidores.
La realidad de la prepóstera “crisis de subsistencias” es que nos encontramos ante un fenómeno que se creía periclitado desde la época de las “cartillas de racionamiento”. Eso fue hace más de dos generaciones como consecuencia de una previa situación bélica (la Guerra Civil y la II Guerra Mundial). Aquella fórmula, tan necesaria como desgraciada, desató todo tipo de desigualdades, corrupciones (“estraperlo”) y miseria. Asusta pensar que podamos volver a las andadas.
Entre tanto, el Gobierno actual anda enfrascado con otros menesteres de índole ideológica. Véanse: Poner en la calle a los terroristas vascos encarcelados, desenterrar esqueletos con significación política, atender a las mesnadas de inmigrantes ilegales. Hay más: Canalizar las ayudas europeas hacia los amigos de los gobernantes, convencer a la población despistada para que cambie de sexo, entre otras menudencias. Es una política esquizofrénica, por decirlo de manera suave.
Realmente, la nueva crisis de subsistencias lo es porque afecta a medio mundo. Es tanto más grave cuando se dan pocas posibilidades de sustituir unos alimentos por otros. En el caso español, esa capacidad de sustitución es bastante elevada, al contar con una producción alimentaria muy diversa. Ya, no será necesaria la importación de trigo de la Argentina, como ocurrió hace 75 años. Por cierto, esa operación no fue un regalo de Evita Perón, como se dijo en su día, sino un trueque de trigo por barcos.
Un efecto no deseado de la actual crisis alimentaria sería la contracción del hábito de comer fuera de casa. Ello significaría un problema adicional para el sector de la restauración, un elemento fundamental de nuestra economía turística. Ahí, se ve lo frágil que resulta tal especialización. Después de todo, el hecho de la recepción de millones de turistas extranjeros equivale a una formidable corriente exportadora de alimentos y otros bienes.
Amando de Miguel para Libertad Digital.
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