---- [Beethoven, con 53 años, completamente sordo y aislado de la sociedad, escribe una carta a un amigo que nunca llegaría a enviar. Esta newsletter es un texto ficcionado de la misiva. Texto: Àlex Sala] ---- Viena, 1824 Estimado amigo, Hace pocas semanas estrené la Sinfonía n.º 9 en re menor en el Teatro de la Puerta Carintia de Viena. Tal vez habrás oído noticias de mi éxito atronador. El teatro estaba lleno a rebosar. Mi música no resulta agradable para los vieneses, que prefieren las melodías armoniosas de Rossini, un genio original, pero es un chapucero, sin gusto. Era mi primera aparición en escena en 10 años y los espectadores estaban ansiosos por escuchar mi creación tanto como yo de conocer su reacción: aplausos al final del primer movimiento, una ovación interrumpió el segundo movimiento en un momento dado. Y al cabo de una hora llegó la apoteosis final. Tras el descanso que supuso la melodía del tercer movimiento, una pausa y el estruendo para introducir la música de la Alegría. Y después de unos minutos encadenando melodías, el mismo acorde disonante con que había comenzado el movimiento era la señal que esperaba el coro de 90 personas que había permanecido sentado durante toda la obra para ponerse en pie al unísono: "Oh, amigos, dejemos estos tonos. Entonemos cantos más agradables", espetó el barítono, a lo que las otras voces respondieron con los hermosos versos del poeta Friedrich Schiller: "¡Alegría, hermosa chispa celestial, / de Eliseo la hija engendrada! / ¡Traspasamos de tu divino santuario el umbral / ebrios de fuego, como una llamarada!". Nunca antes nadie había incluido un coro en una sinfonía. Los espectadores asistieron abrumados a una sucesión de adagios, prestos, fugas, melodías, contramelodías y una marcha militar que evocaban los tiempos revolucionarios. "Todos los hombres serán hermanos", "corred hermanos hacia la victoria". Los versos de la Oda a la Alegría de Schiller tal vez estén ahora pasados de moda, pero hace pocas décadas evocaban los ideales que recorrían Europa y en los que yo mismo me vi reflejado. Las ovaciones se sucedieron al final de la velada, o eso me dijeron los presentes, ya que mi sordera me impide disfrutar de mi éxito y de mi música, que solo puedo escuchar en mi mente. Los problemas de oído me acechan desde los veinte años y han ido a peor con el paso del tiempo por culpa de los médicos insensatos. Tomé medicinas reconstituyentes cuando me dijeron que la sordera derivaba de los problemas de mi vientre. He sido tratado con humo sulfúrico y vibraciones, y he llegado a tomar 75 frascos medicinales recetados por el doctor Andreas Ignaz Wawruch. Todo ha sido en vano y si algo ha hecho ha sido agravar mis males. Con gran dolor he debido renunciar a dar conciertos de piano y aceptar que otros interpreten mis composiciones. Terminados los recitales, mis ingresos se reducen a los encargos que me hacen y a las pensiones que me han ofrecido varios generosos aristócratas vieneses. Todo ello afecta, como sabes, a mi carácter, y lo ha ido agriando cada vez más. Pasarme media vida sin apenas poder escuchar tortura mis notas y compases. ¿Cómo puedo aceptar una enfermedad en el único de los sentidos que, en mi caso, debe ser más perfecto que los otros? La gente me tiene por un misántropo obcecado y no les falta razón, ¡pero no entienden la humillación cuando alguien que está junto a mí oye una flauta en la distancia y yo no oigo nada! No puedo sentirme relajado en compañía de mis semejantes. No puedo participar en las cultas conversaciones y me aparto de ellas mostrándome como alguien huraño y arisco. Corre una leyenda sobre mí que, si bien no es del todo cierta, sí muestra cómo me ve la gente y cuál es mi actitud en público. La historia habría ocurrido durante mi estancia en el balneario de Teplice en 1812 en la que conocí al gran maestro Goethe. La escena habría ocurrido mientras paseábamos juntos por la localidad y nos cruzamos con la emperatriz María Luisa de Austria y su séquito. La historia que ha hecho fortuna explica que Goethe se habría apartado y, quitándose el sombreo, habría hecho una reverencia mientras que el tosco Beethoven habría seguido caminando, disgustado con la actitud sumisa de Goethe ante la aristocracia. Aunque esta historia no sucediera exactamente como la cuentan, reconozco que refleja bien mi carácter arisco, mi aversión por las reuniones sociales y mi desdén por la aristocracia. Ciertamente me sorprendía y me irritaba la actitud de un gigante de las letras como Goethe complaciente con la atmósfera cortesana, cegado por los oropeles de la realeza Mi sordera, pues, ha acentuado mi soledad, mi mal humor y mi resentimiento contra el mundo. Solo la música ha impedido que tomara una drástica decisión sobre mi vida, que en todo lo que no está relacionado con ella, ha sido una verdadera desdicha. Mis problemas de salud no han sido pocos, además de mi galopante deficiencia auditiva he sufrido problemas digestivos que me provocan lacerantes dolores de estómago, y problemas de hígado que me causan dolorosas fiebres reumáticas e ictericia. Un tormento físico y mental que he sobrellevado a duras penas durante décadas porque sentía que debía poner mi talento al servicio de la humanidad, que mi música tenía cosas trascendentales que decir al mundo. Una música que ha sido a veces injustamente tratada y poco comprendida. De igual manera que a mí me cuesta comprender a las personas e interactuar con ellas, más allá de mi sordera, entiendo que haya muchos a quienes les cueste acercarse a mi música: audaz y enérgica. Espero ser mejor aceptado con el paso de los años. Ahora, en la recta final de mi vida, no siento que me quede mucho que aportar y mis males son menos soportables que antaño. Este estreno será para mí la última aparición en público. Ya no tengo nada que aportar ni me interesa nada de lo que el mundo pueda aportarme. Seguiré componiendo mientras pueda, recibiendo a mis visitas y comunicándome con ellas a través de notas escritas, puesto que la sordera incluso ha afectado a mi capacidad para emitir ningún sonido. «Oh, hombres, que pensáis o decís que soy malévolo, obcecado o misántropo, qué poco me comprendéis. Desconocéis la causa secreta que me hace mostrarme así ante vosotros […]. Desde hace seis años me he visto atacado por una seria dolencia que ha ido a peor por culpa de médicos insensatos […]. Me resultaba imposible decirle a la gente "hablen más alto, griten, porque estoy sordo" […]. ¡Qué humillación cuando alguien que está junto a mí oye una flauta en la distancia y yo no oigo nada! […] Incidentes como ésos me llevan a la desesperación; un poco más y habría puesto fin a mi vida». Mis males se han convertido ya en una pared infranqueable entre el mundo y yo que ya no me veo capaz de superar y que solo alivian cartas como esta. Agradecido por escuchar mis lamentos, Siempre tuyo, Ludwig van Beethoven. ---- Si te ha gustado esta newsletter no te pierdas los siguientes reportajes: |
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