«Este diccionario secreto es, solo, un pequeño anticipo o borrador, que los lectores sabrán completarlo con sus experiencias»
Diccionarios políticos hay muchos, pero, la nueva vida pública española es tan sorprendente, con la hegemonía progresista, que necesitamos glosarios un poco más imaginativos. Este es, solo, un pequeño anticipo o borrador, que los lectores sabrán completarlo con sus experiencias. Las definiciones intentan ser prácticas, atenidas a los hechos, por encima de la lógica del deber ser.
Complicado. Es un adjetivo multiuso. Proferirlo es prueba, ya, de un atinado conocimiento de la cosa pública. Realmente, quiere decir “difícil”. Los gobernantes recurren mucho a tal eufemismo para que los contribuyentes no se incomoden o agradezcan los sacrificios de los que mandan.
España. Entre nosotros, el ambiente político se halla tan enrarecido, a causa de la enorme influencia de las hordas secesionistas, que se tiende a evitar la voz “España”. En su lugar, se habla del “Estado”, “este país” o “el conjunto del territorio”, entre otras lindezas.
Españoles. Se podría recordar la broma de Antonio Cánovas en una tertulia, al tiempo de discutir la Constitución de 1876. Decía el malagueño, a propósito del artículo primero del texto constitucional: “Son españoles los que no pueden ser otra cosa”. Tal es el complejo actual ante ese gentilicio, que, hoy, en muchos discursos políticos, se evita su mención y se sustituye por “la ciudadanía” o “los ciudadanos y las ciudadanas”. Seguramente, se hace así para no molestar a los separatistas vascos o catalanes, dos elementos imprescindibles en las decisiones del Gobierno.
Los más vulnerables. Son muchos los términos políticos que exigen el comparativo. Así, “los más pequeños” (los niños), “los más mayores” (los viejos). El nuevo eufemismo de “los más vulnerables” no equivale, necesariamente, a los pobres o los ninguneados, sino a los destinatarios de las ayudas públicas. No se oculta el móvil electoral en la política de subvenciones.
Monomarental. La actual disolución de la familia (institución inveterada donde las haya) lleva a una asombrosa fragmentación de tipos y situaciones, hasta llegar a la extravagancia. Una de ellas es la del hogar constituido por una mujer (o dos) con algún hijo. Se trata de un barbarismo léxico.
Negacionismo. Es un término derogatorio, típico del progresismo, para tildar a los que se oponen a ciertas arbitrariedades, como los matrimonios entre dos personas del mismo sexo o ciertos gustos dietéticos tradicionales. Es una forma de intolerancia.
No gubernamentales. Se aplica a ciertas organizaciones voluntarias, paradójicamente, auspiciadas y sostenidas por los Gobiernos. Forman parte de la estructura clientelar del poder.
Perspectiva de género. Es la típica del feminismo rampante. Intenta eliminar el masculino genérico con el cansino recurso de “todos y todas”. El “género” sustituye al sexo clasificatorio. No es más que la intolerancia feminista.
Sostenible. Se aplica a cualquier empeño productivo. Debe sustentarse en el tiempo, aunque no, siempre, se justifique por su coste.
Resiliencia. Es un palabro de la Física (la capacidad de un sólido para volver a la primera forma después de la acción de alguna fuerza). Se aplica a la vida política para indicar la capacidad de los españoles para aguantar las adversidades y para agradecer las ayudas del Gobierno.
Verde. Es el color simbólico del ecologismo, aunque, también, el de Vox. Destaca la magia del “hidrógeno verde” como fuente óptima de energía. Se suma la ironía reciente de considerar “verde” a la energía nuclear. Es el color que aparece más en el Quijote.
Violencia de género. De todas las formas de violencia, el progresismo hegemónico aísla la que ejercen los varones sobre las mujeres (”machismo”). En España, representa una tasa inferior a la de otros países tenidos por democracias modélicas, como los Estados Unidos, el Reino Unido o los países nórdicos de Europa.
Woke. Es un barbarismo intraducible, pero, tan establecido en el mundo, como “hotel”, “stop” o “taxi”. Representa la máxima influencia ideológica del progresismo estadounidense. Equivale a entronizar “lo políticamente correcto”, es decir, la vieja censura.
Amando de Miguel para Libertad Digital.
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