Hace unos días leí que, según un estudio que analizó la programación musical de 24.000 emisoras radiofónicas procedentes de 150 países, el cantante Ed Sheeran encabezaba el listado de los artistas más radiados de todo el mundo y, por ello, era «coronado» como el rey de las ondas. Pues ya os digo yo que nada comparable con Joseph Goebbels, archiconocido ministro de Propaganda nazi, al que se podía calificar como el puto amo de las ondas. Este ministerio fue creado poco después de la toma de poder por los nacionalsocialistas como la institución central de la propaganda nazi y se encargó de regularizar y controlar los medios de comunicación y las disciplinas artísticas. Algo propio y natural de los estados autoritarios en los que se aspira a controlar a todos los individuos y moldear su pensamiento.
Hitler tenía claro que un pueblo se controla dominando la educación y los medios de comunicación. Así ha sido, es y será. Tras la propaganda desmesurada durante la Primera Guerra Mundial, basada mayormente en informaciones falsas o desvirtuadas, se había producido una ola de protestas en Europa cuando sus ciudadanos se enteraron de la verdad. El desengaño sufrido por la población británica y norteamericana tras conocer la manipulación informativa de la que habían sido objeto, influyó notablemente en la decisión de los responsables de esos países de prescindir de los cuentos de atrocidades en la época de entreguerras, que luego se repetiría en la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, a Hitler le dolió sobremanera los abusos periodísticos sufridos por Alemania y, sobre todo, los propios errores en materia de propaganda, por lo que decidió que ahora no iba a ocurrir. La propaganda se iba a convertir en un pilar fundamental de su política. Y para eso tenía al maestro de la propaganda y la confusión, Joseph Goebbels. Una vez controlados los medios de emisión (prensa, radio y televisión), había que asegurarse de que los mensajes llegasen a la población. Para ello, se destinó una importante partida para subvencionar la fabricación de receptores de radio. De esta forma, los precios de venta eran asequibles y todos los alemanes podían hacerse con un aparato de radio para poder escuchar la propaganda teledirigida de los nazis. A los Volksempfänger («receptores del pueblo»), la gente los llamaba Goebbelsschnauze («el hocico de Goebbels»)
Pero el campo de actuación de Goebbels no se limitaba al control de la información dentro de Alemania, también quiso aprovechar ese malestar europeo por las noticias apocalípticas y atroces de la Gran Guerra para controlar la información del exterior. Cuando la comunidad internacional empezó a cuestionar el tratamiento que daban a los judíos y otras minorías, además de la denuncia de lo que ocurría en los campos, Goebbels puso en marcha la maquinaria para atenuar las críticas y limpiar la imagen exterior. En el campo de Theresienstadt, un campo de tránsito para los judíos checoslovacos que luego eran llevados a Auschwitz, se rodó una película-documental titulada “El Führer regala una ciudad a los judíos”. El guion trataba de vender el campo como un reasentamiento de los judíos en el que los hombres realizaban sus correspondientes trabajos; los niños iban al colegio y practicaban deporte; cuidaban de sus animales y de sus huertos; tenían sus talleres de artesanía, una biblioteca y consulta médica; iban y venían a su antojo por el campo… una de las mayores muestras de hipocresía de la historia. Aún así, nadie se creyó aquella pantomima. Hitler forzó la situación al máximo y ordenó a Goebbels que preparase una visita al campo por una delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja. Previamente se hicieron algunos arreglos: para evitar el hacinamiento se envió a un grupo al campo de Auschwitz, los barracones se adecentaron y se pintaron, los judíos que no estaban muy presentables se escondieron, se les instruyó en lo que debían decir y hacer, se representó una obra de teatro infantil, se les permitió caminar libres… otra mascarada.
Además, la manipulación de la información le proporcionó a Goebbels éxitos militares, como la estrategia «radiofónica» ideada para tomar París. Ordenó instalar potentes emisoras de radio en Colonia, Stuttgart y Leipzig desde las que se emitían boletines durante la ofensiva en Francia. Esos boletines se emitían en francés -lógicamente por locutores alemanes que hablaban perfectamente el idioma galo-, haciéndose pasar por una emisora comunista llamada Radio Humanité -como el periódico comunista francés-. Comenzaron a hacer correr bulos sobre espías alemanes que se infiltraban entre la población vestidos de monjas, paracaidistas alemanes que utilizaban uniformes de color azul cielo que los hacían mimetizarse de tal forma que eran invisibles durante el descenso… Todos sospechaban de todos, los espías se convirtieron en una epidemia. Una vez creada la alarma social y sintiéndose amenazados, millones de franceses abandonaron sus hogares en busca de un lugar seguro. Goebbels tenía a los franceses donde quería. El siguiente paso, guiar a este “rebaño” sin pastor. Los boletines comenzaron a indicar “zonas seguras a través de caminos concretos que se encontraban libres de tropas alemanas”. Realmente, estos caminos eran los empleados por las tropas francesas para dirigirse al frente, enviar suministros y armas, y por las que los heridos franceses eran trasladados a los centros médicos. Guiando aquel éxodo civil consiguió colapsar las rutas del ejército francés y, además, evitar el congestionamiento de las vías que los tanques alemanes necesitaban para avanzar rápidamente hacia París.
Y aunque el cine, como cualquier otro medio de masas, es uno de los métodos más sencillos de hacer llegar cualquier idea al público, la verdad es que aquí el maestro de la manipulación no tuvo tanto éxito como en el mundo de las ondas. Goebbels promovió la producción de una larga lista de películas cuyo principal objetivo era el propagandístico, poniendo como ejemplo, a pesar de las diferencias ideológicas, la película El acorazado Potemkim..
hasta el más indiferente se vuelve bolchevique después de verla (Goebbels).
La película en la que más interés puso y con la que trató de cambiar el curso de la guerra fue Kolberg (Veit Harlan, 1945).
Durante las Guerras napoleónicas, la confrontación del pueblo contra el ejército francés y el propio Napoleón, así como la lucha contra las diversas ocupaciones de éste en muchos territorios, se convirtieron en la semilla de numerosos nacionalismos a lo largo y ancho de Europa. Por lo que no es de extrañar que, en ciertas ocasiones, se recurra al cine ambientado en esta época para mostrar momentos de resistencia frente al opresor napoleónico, con el fin de hacer renacer un sentimiento que se había perdido… en este contexto se enmarca la película Kolberg. En ella, se narra la ferviente resistencia del pueblo alemán de Kolberg frente al ejército francés. Opiniones artísticas aparte, la principal intención de esta película es la de transmitir al público un mensaje directamente relacionado con la situación del país, ya que Goebbels pretendía levantar el ánimo del pueblo alemán con la intención de resistir una vez más al invasor extranjero. Es interesante ver como se recoge un hecho histórico y se adapta para que transmita el mensaje apropiado. Sin ir más lejos, los sucesos acontecidos en 1806 fueron ligeramente maquillados; por ejemplo, al final de la película los habitantes de Kolberg logran que el enemigo levante el asedio, sin embargo, los franceses llegaron a entrar en el pueblo, y solo se retiraron cuando el rey de Prusia firmó el armisticio con Napoleón.
Respecto al contexto de la producción, si bien se afirma que la película se estaba preparando desde 1942, no fue hasta junio de 1943 cuando Goebbels tuvo la idea de realizarla, un momento en que la guerra había dejado de ir bien para el III Reich y los bombarderos aliados empezaban a desmoralizar al pueblo alemán. Veit Harlan, un fiel cineasta del régimen nazi, se encargó de rodar una película destinada directamente a todo el espectro de la población de Alemania, no solo a los soldados, sino a todos sus habitantes, para que hincharan el pecho de nuevo con orgullo de pertenecer a la gran nación alemana. En ningún momento hubo una intención muy clara de narrar una historia concreta, sino un único objetivo: transmitir un mensaje relacionado directamente con la situación en la que se encontraba el país. Y Goebbels estaba convencido de que aquella película podría hacer más por el desarrollo de la guerra que cualquier arma. Incluso, para demostrar todavía más sus intenciones, el estreno mundial, celebrado a finales del mes de enero de 1945, fue en la fortaleza de La Rochelle, donde un destacamento alemán estaba asediado como lo estuvieron los habitantes de Kolberg. La respuesta fue positiva, a juzgar por un mensaje del jefe de la plaza, ya que las tropas que vieron la copia —lanzada en paracaídas sobre la fortaleza— demostraron un aumento de la moral y de su confianza. A pesar de la creencia del ministro de Propaganda, el film no salvó a la Alemania nazi.
El 1 de mayo, y al igual que había hecho su querido Führer un día antes, Joseph Goebbels se quitó la vida junto a su esposa Magda. Helga Susanne, Hilde Traudel, Helmut Christian, Holde Kathrin, Hedda Johanna y Heide Elisabeth; los seis hijos del matrimonio Goebbels, marcados desde su nacimiento con la «H» de Hitler, morían poco antes por el veneno suministrado por Magda y el doctor Stumpfegger. Un pequeño cóctel somnífero o unas inyecciones de morfina adormecieron a las criaturas para calmarlas antes de partirles con su propia dentadura las cápsulas de cianuro que Hitler había regalado como prueba de su honor a los Goebbels y que ella guardaba recelosa en su bolso.
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