Vladimir Putin ha usado toda clase de recursos para mantenerse en el poder durante más de veinte años, pero su gran argumento electoralista siempre ha sido la recuperación del orgullo nacional ruso, en el que Ucrania juega un papel importante. Putin, que ya demostró en 2014 que le daban igual las fronteras y también las posibles sanciones, ha construido un relato histórico que puede justificar cualquier cosa, como lo que está ocurriendo ahora mismo. Prueba de ello es el texto Об историческом единстве русских и украинцев («Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos«) que el propio Putin publicó en julio de 2021. Así que, viendo lo cómodo que está viciando los hechos del pasado me gustaría recomendarle al señor Putin (¡qué atrevimiento el mío!) que lea este artículo y entenderá que el pueblo ucraniano ha sido a lo largo de la historia ejemplo de lucha, abnegación y resiliencia, o, en su defecto, que se apunte a cursos de historia online.
Los cosacos (de la central nuclear)
Durante los siglos XVI y XVII los cosacos de Zaporiyia (establecidos en lo que hoy son las provincias ucranianas de Kirovohrad y Zaporiyia, en cuya capital del mismo nombre está situada la central nuclear atacada por los rusos) se vieron acorralados por tres poderosos imperios: el Otomano, el Ruso y la Mancomunidad de Polonia y Lituania. Sólo con una estudiada política de alianzas con unos u otros, dependiendo de la situación, y su poderío militar apoyado en expertos jinetes, maestros en el manejo del sable y mosquete y una perfecta organización, consiguieron mantener su independencia.
Como Sultán, hijo de Mahoma; hermano del Sol y de la Luna; nieto y virrey de Dios, gobernante de los reinos de Macedonia, Babilonia, Jerusalén, Alto y Bajo Egipto, emperador de emperadores, rey de reyes, extraordinario caballero, nunca derrotado; guardián de la tumba de Jesucristo, delegado del poder divino, esperanza de los musulmanes, gran defensor de los cristianos,… Os ordeno, cosacos zaporogos, que os sometáis voluntariamente sin resistencia alguna y ceséis en vuestros ataques.
La respuesta de los cosacos no se hizo esperar y contestaron frase por frase mofándose de todos sus títulos y virtudes:
¡Cosacos zaporogos al Sultán turco!
Oh sultán, demonio turco, hermano maldito del demonio, amigo y secretario del mismo Lucifer. ¿Qué clase de caballero del demonio eres que no puedes matar un erizo con tu culo desnudo? El demonio caga y tu ejército lo come. Jamás podrás, hijo de perra, hacer presos a hijos cristianos; no tememos a tu ejército, te combatiremos por tierra y por mar, púdrete.
¡Despojo babilónico, loco macedónico, cervecero de Jerusalén, follador de cabras de Alejandría, porquero del Alto y Bajo Egipto, cerdo armenio, ladrón de Podolia, catamita tártaro, verdugo de Kamyanets, tonto de todo el mundo y el submundo, idiota ante nuestro Dios, nieto de la serpiente y calambre en nuestros penes. Morro de cerdo, culo de yegua, perro de matadero, rostro del anticristianismo, folla a tu propia madre!
¡Por esto los zaporogos declaran, basura de bajo fondo, que nunca podrás apacentar ni a los cerdos de cristianos. Concluimos, como no sabemos la fecha ni poseemos calendario; la luna está en el cielo, es el año del Señor, el mismo día es aquí que allá, así que bésanos el culo!
El genocidio ucraniano… y el premio Pulitzer
Con la Revolución rusa de 1917 caía el régimen zarista y los ucranianos creyeron ver su oportunidad para conseguir la independencia. Con la llegada de los bolcheviques al poder, encabezados por Lenin, los aires de libertad en Ucrania desaparecieron cuando el Ejército Rojo recibió órdenes de devolver la oveja descarriada al redil de la hoz y el martillo. Tras más de dos años de lucha soterrada, los bolcheviques se hicieron con el control de Ucrania. Los años de guerra, la confiscación del grano de sus fértiles tierras como tributo de guerra y una pertinaz sequía provocaron en Ucrania una terrible hambruna en 1921. Lenin, ante aquel terrible panorama, suspendió la confiscación de grano y suavizó las nuevas medidas económicas de colectivización que consiguieron aliviar temporalmente el hambre en la región. La muerte de Lenin confirmó el dicho que reza «otro vendrá que bueno te hará», y llegó Stalin.
Para Stalin, eso de la humanidad debía ser una tara de los capitalista. Aplicó su primer plan quinquenal (1928-1932) para conseguir la transformación radical de las estructuras económicas y sociales soviéticas sin ningún tipo de miramientos. Para ello, se colectivizó la agricultura expropiando las tierras, las cosechas, el ganado y la maquinaria; se reguló la producción y la mayor parte de las cosechas de cereal se destinaron a la exportación y compra de productos manufacturados para la rápida industrialización. Todas estas medidas cambiaban radicalmente la fisonomía de una sociedad mayoritariamente agrícola que debía someterse al control total del Estado. Stalin fue especialmente riguroso y estricto, al contrario que su antecesor, con la implantación de estas medidas en Ucrania, donde topó con los terratenientes ucranianos (kulak), una excusa perfecta para las futuras maniobras de Stalin en Ucrania. Los kulaks desaparecieron misteriosamente y sus tierras fueron expropiadas, las propiedades de los pequeños agricultores independientes fueron confiscadas y éstos obligados a trabajar en las granjas colectivas. Los que se negaban eran deportados a Siberia —más de ochocientos mil—, de donde la mayoría de ellos nunca regresó. Por si esto fuera poco, en 1932, Stalin ordenó incrementar la producción de las granjas colectivas de Ucrania para disponer de más grano para las exportaciones. Apenas quedaba nada para las familias e incluso se bloquearon las fronteras para que no pudiese llegar comida del exterior. El hambre y la muerte se extendieron por todo el país. Veinticinco mil personas, sobre todo niños, morían de inanición cada día. Entre 1932 y 1933, unos ocho millones de ucranianos murieron por un arma de destrucción masiva llamada hambre.
Stalin siempre negó el genocidio ucraniano (Holodomor) e incluso llegó a contar con un aliado inesperado: el corresponsal de The New York Times en Moscú, Walter Duranty. Los informes de Duranty en esta época afirmaban:
Cualquier informe de hambruna en Rusia es hoy una exageración o propaganda maligna. No hay hambre o muertes por inanición.
E ironías de la vida, Walter Duranty recibió el Pulitzer en 1932. Bajo la férrea dictadura comunista todo permaneció en silencio y solo en 1991, tras el desmembramiento de la Unión Soviética y la recuperación de independencia de Ucrania, se destapó el genocidio. En 2003, y ante las miles de voces que pedían revocar el galardón concedido a Duranty, la junta del Premio Pulitzer se reunió para estudiar el caso. La conclusión final fue que el premio se le había otorgado por una serie de artículos publicados en 1931 que nada tenían que ver con el holodomor y, por tanto, no tenían por qué revocarlo. Eso sí, queriendo dejar constancia de su sensibilidad, remataron el informe con unas hipócritas palabras:
La hambruna de 1932-1933 fue horrible y no ha recibido la atención internacional que merecía. Con esta decisión -no revocar el Pulitzer-, el Consejo de ninguna manera quiere disminuir la gravedad de lo ocurrido. La junta expresa su condolencia a los ucranianos y a todos los que todavía lloran el sufrimiento y la muerte provocados por Josef Stalin.
Lógicamente, Stalin elogiaba la labor y, sobre todo, los informes de Walter Duranty
El partido de fútbol de la muerte.
Con el genocidio sufrido todavía latente, cuando los alemanes comenzaron la invasión de la Unión Soviética, en 1941, algunos ucranianos los apoyaron al verlos como sus salvadores de las garras del tirano Stalin. Aún así, la mayoría luchó junto al Ejército rojo en la defensa de Kiev, donde tras dos meses de asedio sufrieron más de 700.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros. El brutal régimen impuesto por los alemanes en los territorios ocupados convirtió a sus inicialmente partidarios en opositores. Los alemanes, conocedores de esta situación, decidieron congraciarse con el pueblo ucraniano y crearon un campeonato de fútbol entre varios equipos locales. Uno de estos equipos, el FC Start, estaba formado por varios jugadores del Dynamo de Kiev que, tras la ocupación, trabajaban en una panadería. El FC Start derrotó a todos los equipos locales e incluso a otros compuestos por húngaros y rumanos. Y aquí vieron los alemanes su ocasión para demostrar su superioridad… deportiva. En Kiev, el 6 de agosto de 1942, se disputó un partido entre el FC Start y un equipo de pilotos de la Luftwaffe alemana. Lo que iba a ser una muestra de la supremacía de la raza aria se convirtió, para alegría de los ucranianos, en una humillación… el FC Start venció por 5-1.
Pero aquello no iba a quedar así. Se organizó la revancha tres días más tarde y se preparó todo a conciencia: se reclutaron a los mejores jugadores alemanes, el árbitro era un miembro de las SS, antes del comienzo del partido recibieron una visita en los vestuarios para indicarles qué hacer y las consecuencias de su hipotética victoria… Además, el estadio fue tomada por las SS para controlar la euforia del público. Los equipos saltaron al terreno de juego e hicieron los correspondientes saludos: los alemanes brazo en alto al grito de Heil Hitler y los ucranianos, por su parte, parecía que iban a seguir las recomendaciones cuando extendieron el brazo… pero se llevaron la mano al pecho y gritaron Larga vida al deporte para regocijo de los espectadores. A pesar del nefasto arbitraje los ucranianos llegaron al final de la primera parte ganando 3-1. Durante el descanso, volvieron a recibir otra visita recordando el peligro que corrían sus vidas si ganaban. Cuando se quedaron solos discutieron qué hacer… si no podemos luchar contra ellos con las armas, los derrotaremos en el campo de fútbol y, además, devolveremos la esperanza a nuestros compatriotas. Saltaron al terreno de juego y consiguieron la victoria por 5 a 3. El público estalló de alegría y las SS comenzaron, como ellos sabían hacer, a rebajar la euforia. ¿Qué pasaría ahora con los jugadores?
A los pocos días del partido, los jugadores fueron detenidos por la Gestapo y llevados al cuartel de la policía secreta de Korolenko Street, donde fueron interrogados y torturados. Después los deportaron al campo de exterminio de Babi Yar. En este punto hay varias versiones pero todas coinciden en asegurar que tres jugadores fueron ejecutados: Nikolai Trusevich (portero y capitán del equipo), Alexei Klimenko (el jugador que poco antes de terminar el partido y a puerta vacía se giró 180º y disparó hacia el centro del campo) e Ivan Kuzmenko. Se cuenta que las últimas palabras de Trusevich fueron «el deporte rojo no morirá jamás«. En 1971, se erigió un monumento escultórico en el estadio Zenit de Kiev en memoria de aquellos héroes.
Sobrevivir… bajo tierra
Para poder administrar los territorios ocupados, Hitler creó el Comisionado del Reich para Ucrania, entre cuyas funciones estaba la de perseguir a los judíos que habitaban la zona. Primero separándolos del resto e «invitándolos» a alojarse en los guetos, para más tarde pasar directamente a recluirlos en los campos. Y en esas estaban, cuando en 1942 los alemanes llegaron a Korolivka, un pequeño pueblo al este de Ucrania a orillas del río Tupa, donde vivía Esther Stermer, de 75 años, con su marido y sus seis hijos. Desde el primer momento, Esther no se fio de las amables invitaciones de los alemanes y optó por refugiarse en casa junto a su familia. La seguridad del hogar apenas duró un suspiro, porque los alemanes comenzaron a buscar casa por casa. Aprovechando la noche, Esther y los suyos escaparon junto a otras cinco familias judías, un total de 38 personas.
Salieron del pueblo y se ocultaron en unas cuevas subterráneas cercanas, a la espera de que los alemanes se olvidasen de ellos. Con las prisas y, sobre todo, pensando que sería cuestión de días, apenas habían llevado comida y agua, pero los días pasaban y los alemanes seguían registrando el pueblo y los alrededores. Visto lo visto, Esther comenzó a preparar la vida dentro de las cuevas. Repartió los espacios, acondicionó como pudo las estancias, ampliaron algunos tramos y organizó las salidas de la cueva. Pasaron a convertirse en familias de topos: por el día permanecían escondidos y por la noche salían en busca de agua, comida y algunos utensilios y herramientas. A pesar de las privaciones, el miedo y la oscuridad casi perpetua, la determinación y el ingenio de Esther consiguieron mantener al grupo unido y, sobre todo, esperanzado. Y buena prueba de ello fue cuando, tras unos meses escondidos, una patrulla de soldados alemanes descubrió la cueva. Cuando entraron, Esther se puso frente al oficial y les dijo en un perfecto alemán…
Ya nos habéis encontrado. ¿Y ahora qué? ¿Acaso crees que el Führer va a perder la guerra porque vivamos aquí? … Míranos, somos mujeres y niños. Todo lo que queremos es sobrevivir a la guerra. Nada más.
El oficial de la patrulla hizo oídos sordos y ordenó sacarlos de allí, pero no contaba con el ingenio de Esther que tenía previsto un plan de huida en caso de ser descubiertos. Aprovechando la oscuridad de la cueva y el conocimiento milimétrico del terreno, cuando la matriarca dio la señal todos se escabulleron por las diferentes galerías saliendo a la superficie por un sumidero. Desde allí, todos juntos escaparon a otras cuevas más apartadas que les volverían a proporcionar refugio. En este nuevo hogar también hubo un día que las cosas se complicaron en demasía, por si el día a día no fuese suficiente. Saúl, uno de los hijos de Esther enfermó y tuvo que arriesgarse a llevarlo al pueblo en busca de un médico. Consiguió llegar después de sortear la patrulla nocturna, pero no le abrían las puertas. Eran fugitivos y temían las represalias de los alemanes. Después de varios intentos, una vecina se apiadó de la anciana y le permitió entrar. Uno de los hijos de la vecina salió a buscar al médico, como si su madre fuese la enferma, y consiguió traer ayuda. Lo trató y regresaron a la seguridad de la cueva.
Cuando los rusos liberaron Ucrania en 1944, las familias pudieron salir de su escondite. Sumando los días que habían permanecido ocultos en las dos cuevas, hacían un y total de… ¡¡¡511 días!!! El coraje de Esther había conseguido que sobreviviesen a la guerra y a la persecución, en lo que es la supervivencia subterránea continuada más larga en los registros conocidos de toda la historia. Terminada la guerra, viajaron a Canadá y allí se establecieron. En 1960, Esther escribió Luchamos por sobrevivir, a caballo entre un libro de memorias y un diario del tiempo que pasaron escondidos, que pasó sin pena ni gloria y que quedó como un libro familiar. Falleció poco antes de cumplir los 96 años.
En 2013 se estrenaba No place on earth, un documental estadounidense dirigido por Janet Tobias y producido por History Channel, en el que se mostraba la investigación del espeleólogo neoyorquino Chris Nicola, quien, mientras exploraba las cuevas de Ucrania en 1993, descubrió evidencias de la historia de Esther y los suyos.
La granjera que sembró el terror entre la filas alemanas.
Yevdokiya Zavaliy nació en un pequeño pueblo de campesinos situado en la región de Mykolaiv (Ucrania) en 1924 -según otras fuentes en 1926-. Fuese un año u otro, el caso es que cuando estalló la Segunda Guerra Mundial ella era una adolescente. En julio de 1941, y mientras trabajaba en una granja, su pueblo fue bombardeado por los alemanes. Todos corrieron y buscaron algún lugar en el que protegerse. Cuando Yevdokiya llegó a la puerta de una casa, escuchó detrás de ella gritos de dolor; se dio la vuelta y vio a un soldado soviético caído en el suelo alcanzado por la metralla. Sin pensarlo dos veces, entró en la casa y se dirigió a una habitación, arrancó las sabanas de la cama y las rasgó. Volvió a salir a calle y vendó las heridas del joven soldado taponando la hemorragia. Sería el primero de los muchos heridos que atendió aquel fatídico día que iba a cambiar su vida… pidió incorporarse al destacamento militar que había desplazado en la zona. Aún sin estar convencido de su edad -ella le mintió diciendo que tenía 18 años-, el oficial había visto cómo se había desenvuelto durante el bombardeo y la aceptó como enfermera. Antes de marcharse, su abuela profetizó:
Sangrarás cuatro veces, pero los gansos blancos te traerán de vuelta…
A pesar de comenzar a servir como enfermera, Yevdokiya aprovechó el poco tiempo que tenía de descanso para aprender a disparar con pistolas y ametralladoras. En ese mismo año iba a experimentar lo que sería su vida durante los siguientes años: heridas sufridas (la primera en la isla Khortytsia en el río Dniéper) y condecoraciones (recibió la Orden de la Estrella Roja por salvar la vida de un oficial). Como enfermera no iba a poder hacer mucho más… hasta que un error le dio la oportunidad de luchar en el frente. Un oficial la confundió con un hombre -vestían mismo uniforme y se acababa de rapar la cabeza por la plaga de piojos- y le ordenó unirse a grupo de soldados de la Sexta Brigada Aerotransportada para intentar frenar al ofensiva alemana cerca de Goryachy Kluch. Sería la primera de las muchas batallas en las que participó. Incluso fue nombrado sargento -porque seguía manteniendo su «condición» de hombre- cuando capturó a un oficial alemán. Ejemplos de su valor los hubo para todos los gustos y colores: los alemanes habían sitiado la ciudad de Mozdok, en la margen izquierda del río Térek, y entre los defensores de la ciudad comenzaban a escasear los alimentos y la munición, así que Yevdokiya atravesó el río por la noche y consiguió entrar en el campamento alemán, robó alimentos y munición y los cargó en una lancha para regresar; al año siguiente, en la región de Kuban, su compañía estaba recibiendo un duro castigo y la pérdida del oficial al mando dejó a los soviéticos descabezados y sin saber qué hacer, el/la sargento Zavaliy tomó el mando y arengó a sus compañeros para lanzar un duro contraataque que rompió las filas enemigas… En este último enfrentamiento fue herida y la llevaron a la enfermería. Pensó que, cuando los médicos descubriesen que era una mujer, sería el fin de su carrera militar y que volvería a su puesto de enfermera.
Nada más lejos de la realidad, pesaron mucho más sus logros en batalla y en 1943, con menos de 20 años, fue nombrada comandante de pelotón de artilleros. Este nombramiento no fue bien visto por algunos que no entendían cómo una adolescente podía estar al frente de un batallón, pero en cuanto la vieron luchar se ganó su respeto y admiración. La valentía y la osadía de aquella adolescente también llegó a las filas alemanas, hasta el punto de que era conocida como Frau Schwarzer Tod (Señora Muerte Negra). Siempre en la vanguardia de todos los enfrentamientos, la comandante Zvaliy participó en la defensa del Cáucaso, la batalla de Crimea y en última instancia en la liberación de Yugoslavia, Rumania, Bulgaria, Hungría, Austria y Checoslovaquia. Al final de la contienda, y tal como había predicho su abuela antes de abandonar su pueblo, fue herida de gravedad en 4 ocasiones pero «los gansos blancos la trajeron de vuelta«. Lo que su abuela no sabía es que volvería después de haber recibido 40 condecoraciones y medallas. En 1947 abandonó el ejército y se instaló en Kiev, donde se casó y tuvo 2 hijos, 4 nietos y 4 bisnietos. Pasó gran parte de su vida trabajando como gerente de una tienda de comestibles, pero también recorrió muchas ciudades, bases del ejército y unidades militares en las que compartió sus historias con sus compatriotas. Yevdokiya Zvaliy falleció en Kiev el 5 de mayo de 2010.
Cuando Ucrania y Rusia estaban en la provincia de Alicante (España)
Y para terminar en un tono más distendido, una curiosa historia de las consecuencias de la Guerra Civil Española (1936-1939): los cambios toponímicos.
Algunos pueblos y ciudades que durante la Guerra Civil habían quedado en la zona controlada por la República cambiaron sus nombres por otros más acordes a sus ideales:
Ciudad Real ⇒ Ciudad Libre de la Mancha
Talavera de la Reina ⇒ Talavera del Tajo
San Lorenzo del Escorial ⇒ El Escorial de la Sierra
Albalate del Arzobispo ⇒ Albalate Luchador…
Pero hubo dos pueblos en Alicante que se llevaron la palma: San Fulgencio del Segura y San Juan de Alicante.
San Fulgencio del Segura cambió su nombre durante los tres años de la contienda por Ucrania del Segura. Curiosamente en esta población, según INE-2009, más del 75% es de nacionalidad extranjera y se trata del único municipio español donde el inglés es la lengua más hablada por parte de la población.
San Juan de Alicante cambió su nombre por Villa Rusia de Alicante. El día 16 de noviembre de 1936 se reunió el pleno del Ayuntamiento con el cambio de nombre de la localidad como único orden del día. Fueron varias las propuestas: «Villa Ascaso» (en homenaje al anarquista Francisco Ascaso, muerto el 20 de julio de 1936 mientras lideraba a los militantes de la CNT en Barcelona), «Pablo Iglesias» (por los socialistas)… pero, al final, la propuesta votada y aprobada fue Villa Rusia de Alicante «como homenaje a la Rusia Soviética que tanto favorece a España en los momentos actuales«. Los anarquistas, no muy satisfechos con el cambio, llenaron de pintadas el pueblo con su propuesta.
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