domingo, 6 de marzo de 2022

Soy Artemisia y estoy escribiendo mi biografía... Artemisa Gentileschi. Pintora.

 

Jueves 3 de marzo de 2022
Artemisia Gentileschi
Artemisia Gentileschi
Pintora

Soy Artemisia y estoy escribiendo mi biografía...

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[A mitad del siglo XVII, la pintora Artemisia Gentileschi toma apuntes y notas sobre su vida para reivindicar su figura mediante una biografía que finalmente nadie escribirá. Esta newsletter es un relato ficticio escrito con una perspectiva de género actual que recrea los pensamientos de la artista. Texto: Àlex Sala]

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Nápoles, 1649. Mi nombre es Artemisia Gentileschi, soy pintora. Soy la única mujer con un taller propio de pintura en la ciudad y una de las artistas más importantes de la región y de la Italia de este siglo. Toda mi vida he luchado por reivindicar mi nombre y la dignidad de mi trabajo más allá de mi género. 

He hecho méritos más que sobrados para que mi vida y mi obra pasen a la posteridad en un relato como el que Giorgio Vasari escribió para glosar la vida de los más excelentes artistas del Renacimiento, todos hombres, evidentemente. Aunque haya pintado para reyes y papas, mi nombre quedará sepultado en el olvido nada más fallecer, a pesar de mi talento, por el simple hecho de no haber nacido varón.

Debo encargarme personalmente de que mi nombre no sea eclipsado por artistas mediocres, cuyo único mérito —si puede calificarse como tal un hecho azaroso— es el de haber nacido con unos genitales masculinos. Y que el recuerdo de Artemisia Gentileschi no sea denigrado por envidiosos que me vilipendian por haber osado destacar en un mundo que creían reservado a los hombres.
Si quiero que mi versión sea escuchada debo contarla yo misma antes de que se me olvide.

Apuntes para una biografía de Artemisia Gentileschi.

*Nacimiento. Mi nombre es Artemisia Lomi, más conocida como Gentileschi, hija de de Orazio Lomi. Nací en Roma una calurosa tarde del 8 de julio de 1593, o eso me han contado, porque yo, como es evidente, no puedo recordarlo. He vivido en muchas ciudades de toda Europa siguiendo a mi padre, pero siempre me he considerado orgullosamente romana, como Julio César.

*Ancestros. Mi padre, Orazio Lomi, fue un afamado pintor toscano nacido en Pisa en 1563. Trabajó para ilustres familias de Roma y Florencia y para la corte de la reina de Francia María de Médicis o la del primer ministro del rey de Inglaterra, George Villiers, primer duque de Buckingham, en Londres, donde falleció en 1639. De mi madre apenas recuerdo su nombre, Prudenzia di Ottaviano di Montone, pues murió en 1605, cuando yo tenía 12 años.

*Nombre. Artemisa, la Luna, fue una de las deidades más veneradas y antiguas de Grecia. Hija de Zeus y la ninfa Leto, y gemela de Apolo, el Sol. Ella como, yo, tuvo que luchar por imponerse en un mundo masculino y defender su virginidad, cosa que ella consiguió y yo no, pero eso será abordado más adelante. Gentileschi era el nombre de mi abuela, la madre de mi padre. Mi padre lo adoptó de un tío suyo, con el que se instaló en Roma a los 17 años.

*Infancia. Nací junto al río Tíber, en el barrio de los pintores, escultores y artesanos de Roma. Gracias a su éxito, mi padre se instaló en una casa de dos pisos. En la planta baja, situó su estudio, mientras que la familia vivía arriba. De esa época recuerdo corretear por el taller de mi padre entre lienzos y pinturas mientras posaba para él o jugueteaba con las señoras que venían para ser retratadas. Durante mi niñez comencé a interesarme por la pintura, los colores, los contrastes, el juego entre luces y sombras que todos, incluso mi padre, imitaban de Caravaggio, gran artista y pendenciero que de vez en cuando compartía charlas y confidencias con nosotros. Un personaje peculiar que siempre llevaba problemas allá donde iba pero de un talento desmesurado, a quien he intentado parecerme como artista.

*Acoso. Mi niñez fue corta, en primer lugar por la temprana muerte de mi madre. Hasta entonces no había sentido que hubiera diferencia entre ser hombre o mujer. Mi padre nunca se opuso a mi deseo de aprender los secretos de la pintura. Él mismo me hacía de maestro y fue el primero en reconocer mi talento. A la muerte de mi madre tuve que ayudar a mi padre con la crianza de mis hermanos menores, todos ellos varones. Entonces comencé a comprender el papel de la mujer en nuestra sociedad. Fui acosada por hombres mayores, que veían en mí un objeto en el que descargar sus libidinosos deseos. 

Cuántas veces he sido desde entonces la casta Susana bíblica, a la que dos viejos jueces sorprenden cuando va a tomar un baño para abusar de ella. Puedo ver la cara de asco y de miedo de ella al ser abordada y rechazarlos. El terror de convertirme en un objeto al servicio únicamente de la satisfacción masculina ha sido constante. Una sensación reflejada en el primer cuadro del que me siento verdaderamente orgullosa, Susana y los viejos, que pinté en 1610, con 17 años, y que mi padre mostraba orgulloso a todo aquel que quisiera verlo, como prueba del talento de su hija.

Muchos dudaron entonces de mi autoría. “Imposible que sea obra de una mujer. Esta pintura es obra de Orazio y se lo ha hecho firmar a su hija para aumentar la fama de ambos”, decían. Envidiosos e ignorantes, no sabrían reconocer el verdadero talento ni aunque les golpeara en el rostro.

 

Susana y los viejos, 1610.

*Violación. Fue el suceso que me hizo comprender verdaderamente lo que significa ser mujer en un mundo de hombres. El episodio más terrible que he vivido. A principios de 1611, mi padre había recibido el encargo de pintar un fresco en el palacio del cardenal Scipione Borghese al que debía dedicar gran parte de su tiempo. Así que tuvo que dejar mi enseñanza a cargo de Agostino Tassi, apodado el Bravucón, un pintor con quien mi padre había entablado cierta amistad y con el que había colaborado. Sus clases de perspectiva en nuestra casa fueron cada vez más frecuentes y su acoso, cada vez más intenso. Él tenía 44 años, yo 17. Y se creyó con todo el derecho de disponer de mí a su voluntad. Cómo no iba a hacerlo si era lo que llevan haciendo algunos hombres durante milenios.

Desde entonces, cada día de mi vida sufro la maldición de tener que recordar esa noche de mayo. Tassi me llevó a la fuerza a la habitación y la cerró con llave. Después me tiró sobre la cama, poniéndome una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos y me levantó las ropas. Me puso una mano con un pañuelo en la garganta y en la boca para que no gritara. Yo le arañé el rostro y le tiré del pelo. Pero toda mi lucha no pudo evitar que consumara su crimen.

Tardé mucho en comprender que no había sido culpa mía. Al principio pensaba que había sido demasiado amable con él, que mi comportamiento había dado lugar a malos entendidos. Prometió casarse conmigo para restituir la reputación de mi padre y de mi familia. ¡Qué ingenua fui! No tenía intención de cumplir su palabra. Más tarde supe que era un pendenciero, que había estado implicado en diversos delitos y asesinatos y que ya estaba casado.

No fue hasta un año después, animada por mi padre, que denuncié lo sucedido. El juicio contra mi violador fue otro trauma añadido al que ya arrastraba. Se puso en duda mi versión, mi castidad. Sentí que pasaba de acusadora a acusada: decían que no era virgen en el momento de la violación, que había tenido muchos amantes y las parteras me examinaron para determinar si había sido "desvirgada" recientemente o mucho tiempo atrás. Entre mis “delitos”, asomarme a las ventanas de mi casa, cosa que no era propia de una persona "decente". Varios testigos explicaron que yo era "demasiado libre", como si la libertad fuera algo malo. Bien que se la tomó el Bravucón para satisfacer su deseo. Él fue el primer hombre que se acostó conmigo y lo hizo tras forzarme. Pero aunque no hubiera sido el primero, ello no rebajaría la atrocidad de su delito.

Tras siete meses de un humillante proceso, Agostino fue condenado a cumplir cinco años de trabajos forzados o el exilio de Roma. Obviamente, eligió el exilio, y gracias a sus influencias se le permitió regresar un tiempo después, e incluso reanudó las relaciones con Orazio, algo difícil de perdonar incluso a un padre.

*Matrimonio. Tras el juicio me casé con el pintor florentino Pierantonio Stiattesi. No fue un matrimonio por amor, sino que otra vez mi destino fue decidido por los hombres, apalabrado por mi padre y mi marido para mitigar el escándalo generado por todo el juicio contra Tassi. Nos trasladamos a Florencia donde mi marido me abrió las puertas de la corte del gran duque Cosme II de Médici. Conocí a grandes hombres, como Galileo Galilei o Miguel Ángel el Joven, biznieto del gran Buonarroti para quién decoré la casa de su familia. La Alegoría de la Inclinación que pinté al fresco en la bóveda era tan realista que mi cliente se vio obligado a cubrirla con unos paños. Qué sarcasmo si pensamos en el gran enojo que provocó en su bisabuelo que se mandase cubrir las carnes desnudas de su Juicio Final.

 

Alegoría de la inclinación, 1615-1616.

En Florencia, mi fama comenzó a crecer y logré granjearme un nombre por mí misma, de lo que me siento tremendamente orgullosa. La vida no escatimó esta vez honores ni encargos. Mi estilo fue reconocido por todos en la ciudad y mis obras, cada vez más cotizadas. Fui la primera mujer admitida en la Academia de las Artes del Dibujo y ganaba tanto dinero que podía permitirme mantener yo a mi familia.

*Relación con los hombres. A pesar de las dificultades que he encontrado por ser mujer, de mi terrible experiencia en Roma y de no sentir ningún tipo de amor por mi marido, no he estado nunca resentida contra los hombres. Las dos versiones de Judit decapitando a Holofernes –un fascinante tema inspirado en Caravaggio– pueden dar a entender lo contrario y algún observador puede argüir, no sin razón, que esa Judit asesina soy yo. Acompañada de la vecina que me abandonó en la vida real, tomándome por mi mano la justicia que no me fue otorgada. Yo misma veo la cara agonizante de Tassi en el rostro degollado del general asirio, lo reconozco. Pero reducir mi obra y mis motivaciones a este episodio me parece un insulto más a mi persona. Lo que quiero expresar va mucho más allá de la venganza. Habla de mujeres con poder, capaces de sobreponerse a todas las injusticias de un mundo masculinizado.

 

Judit decapitando a Holofernes, 1620-1621.

* Amor. Francesco Maria Maringhi, mi verdadero amor. Noble que conocí en Florencia. De la apasionada historia entre ambos tenía conocimiento mi marido, que la aceptaba, por la cuenta que le traía. No en vano eran mis ingresos los que pagaban sus juergas y saldaban  las grandes deudas que contraía ese pintor mediocre. Si algo aprendí de esa época es que lo que te hace poderoso no es el sexo, sino el dinero. Si lo tienes, serás independiente y si no, siempre estarás sometida a alguien seas hombre o mujer.

*Familia. Yo no gocé de una madre, pero he intentado ser la mejor posible. De todos mis hijos, solo Prudenzia ha llegado a la edad adulta. Yo, que he vivido las dos situaciones, puedo asegurar que es mucho más angustioso perder un hijo que una madre. Mis hijos tuvieron la virtud de suavizar mi rabia interior. Si alguna vez me vi como la vengativa Judit, también lo hice como musa de la música, como Cleopatra orgullosamente desnuda o como una lánguida Magdalena o Santa Cecilia tocando el laúd

*Triunfo. Después de Florencia, vinieron Roma, Nápoles, Londres y otra vez Nápoles, donde creo que terminarán mis días. De vuelta a Roma, los salones se disputaban mi presencia y fui invitada a formar parte de la Academia de los Deseosos, que reunía a los intelectuales romanos más importantes. En Nápoles recibí encargos de Felipe IV de España, para quien pinté el Nacimiento de San Juan Bautista para decorar uno de sus palacios en Madrid.

 

Nacimiento de San Juan Bautista, 1633-1635.

*Fama. Siento que ahora he hecho cuanto debía. Ya no me quedan más retos para acometer. He triunfado en un mundo que me ha puesto toda clase de zancadillas y todos coinciden en que mi talento es comparable al de los mayores de mi época. Pero de lo que me siento más orgullosa, tal vez, y lo que desearía transmitir a mi hija es que he logrado ser independiente y he amado con pasión en un mundo de hombres siendo mujer. He vivido mi vida de forma libre y eso es lo que todavía no me han perdonado.

Nunca me he librado del todo de la fama de licenciosa. Se destaca la infidelidad a mi marido y que, incluso teniendo un amante al que quería con pasión, habría tenido otra relación con un tercer hombre en Inglaterra. Hipócritas que me recriminan a mí lo que ellos llevan haciendo durante siglos. Me niego a que mi vida privada prevalezca sobre mi obra. He vivido como he podido y he pintado lo que me han encargado, como el resto de pintores de la historia. Y, modestamente, creo que soy la única que se ha acercado mínimamente a Caravaggio.

Queda pendiente una relación de mis obras. Tarea complicada, pero imprescindible si no quiero que nadie se apropie de mi pintura como ya se han apropiado demasiadas veces de mi vida.

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