Jueves 20 de enero de 2022 |
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Canibalismo y supervivencia: la tragedia del Essex | |||
Botado en 1799, el Essex era un barco ballenero muy veterano. Año tras año recorría los mares en busca de presas, por ello sus armadores confiaron en él para un nuevo viaje del que esperaban enormes beneficios. Como capitán eligieron al joven George Pollard Jr., de 28 años, que ya había servido como primer oficial del navío en travesías anteriores. Su segundo al mando era Owen Chase, un hombre arrogante y tiránico a quien no le sentó nada bien tener que servir con alguien tan inexperto como Pollard en su primer mando. El plan era dirigirse al Pacífico, uno de los pocos océanos del mundo en los que todavía abundaban las ballenas tras siglos de explotación. El 12 de agosto de 1819 el Essex partía, esperanzado, del puerto de Nantucket en el estado de Massachusetts, pero pronto llegaron los contratiempos. Las continuas discusiones y desacuerdos entre Owen y Pollard entorpecían la toma de decisiones. En una ocasión fueron alcanzados por una tormenta por no detenerse a tiempo y estuvieron a punto de tener que regresar a puerto, aunque finalmente continuaron con el viaje. Hacia final de año encontraron las primeras y ansiadas presas, un pequeño triunfo que devolvió los ánimos a los marineros. A continuación empezaba el viaje hacia el temible Cabo de Hornos para cruzar del Atlántico al Pacífico. Allí los vientos contrarios los detuvieron durante más de cinco semanas, pero en enero de 1820 el Essex ya se hallaba en los inexplorados Mares del Sur. Allí les aguardaba una verdadera fortuna en forma de nutridos bancos de ballenas. El nuevo año empezó de forma prometedora para ellos. Llenaron hasta 250 barriles de preciado aceite de ballena navegando por las costas peruanas, pero la ambiciosa tripulación quería más, por lo que se dirigieron hacia el interior del Pacífico. La nave alcanzó esa especie de "tierra prometida" a mediados de noviembre, y el día 20 se avistaron las tan esperadas columnas de agua que indicaban la presencia de ballenas. En un cierto momento Chase se lanzó a la caza, pero los largos meses de servicio en el mar lo habían dañado tanto que se abrió una vía en el casco. Decidido a no dejar escapar a su presa Owen clavó a toda prisa un trozo de lona para tapar el agujero, pero los golpes de su martillo atrajeron a un enorme cachalote dispuesto a defender su territorio. La enorme bestia emergió a poca distancia del Essex, asombrando a los marineros con su enorme tamaño “de cerca de 25 metros de largo” según escribiría años más tarde uno de los marineros más jóvenes. La sorpresa se convirtió en horror cuando el cachalote se dirigió a toda velocidad hacia el Essex y se estrelló contra la proa derribando a aquellos que seguían a bordo. Tras el ataque, el cetáceo se alejó unos cientos de metros, pero volvió a la carga, asestando el golpe de gracia a la desafortunada nave. El Essex estaba sentenciado. El agua empezó a anegar los compartimentos inferiores, las bombas no daban abasto y poco a poco el navío se fue hundiendo a lo largo de dos agonizantes días. La tripulación fue cargando los tres botes restantes con las pocas provisiones que pudieron recuperar de las cubiertas inundadas y, tras equiparlos con unas velas improvisadas, quedaron flotando en medio del océano a miles de millas de tierra firme.
Consultando los pocos mapas que se habían salvado del naufragio, Pollard propuso poner rumbo a las Islas Marquesas, pero Chase le disuadió argumentado que, aunque eran las más cercanas, estaban plagadas de caníbales. Su propuesta era dar media vuelta y dirigirse hacia la costa sudamericana, a nada menos que 3.700 kilómetros de distancia. Afortunadamente para estos náufragos un mes después del ataque los botes avistaron tierra, era la pequeña isla de Henderson, un promontorio coralino habitado solo por unos pocos pájaros. Tras consumir ávidamente a las pocas aves y huevos que encontraron, los balleneros se enfrentaron a un dilema: podían quedarse en la isla o partir de nuevo. Estaba claro que la comida no era suficiente para todos y además ninguna ruta comercial pasaba cerca, por lo que salvo tres hombres la mayoría optaron por volver a la mar y seguir con el plan. Los días transcurrían sin novedad, bajo un sol abrasador mientras la comida y el agua se iban reduciendo. El racionamiento fue demasiado para el enfermizo segundo oficial Matthew Joy, quien pereció el 10 de enero de 1821, sus compañeros cosieron su ropa y lanzaron su cadáver lastrado al mar. Para más desgracia al día siguiente una tormenta acabó separando el bote de Chase de los otros dos. Poco a poco la escasez y las enfermedades hacían mella en la tripulación y llegó el temido momento en el que se les terminaron las provisiones. Rodeados por agua y sin nada más que comer, los desamparados marineros recurrieron al canibalismo, devorando primero los órganos y luego la carne de sus compañeros muertos. La situación en el bote de Pollard llegó a ser tan desesperada que a principios de febrero se jugaron a suertes quien sería asesinado para alimentar al resto, el elegido fue Owen Coffin, un primo de 18 años del capitán, a quien tuvo que disparar su amigo Charles Ramsdell tras decidirlo aleatoriamente.
Pese a todo, este terrible sacrifico los mantuvo con vida el tiempo suficiente para alcanzar las costas sudamericanas y pronto fueron rescatados por las naves que recorrían esos mares. Chase y sus hombres recibieron la salvación de la mano del buque británico Indian, mientras que Pollard y Ramsdell fueron recogidos por el ballenero Dauphin de Nantucket. Tras reponerse de su infernal travesía los supervivientes informaron del paradero de los tres hombres atrapados en la isla de Henderson, que serían rescatados por el Surry a finales de año. Tras algunos meses de convalecencia tanto Owen como Pollard se hicieron de nuevo a la mar. El primero seguiría navegando durante 14 años más, mientras que su antiguo capitán naufragaría en Hawái al año siguiente y nunca más volvería a pisar una cubierta. Chase dedicó su período de recuperación a escribir un relato de la expedición y el naufragio que se convirtió en un éxito de ventas. En él se basaría Herman Melville tres décadas después para crear Moby Dick, obra que pocos saben que está basada en una tragedia real y mucho más espantosa que la historia del capitán Ahab. ¡Hasta la semana que viene! |
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