martes, 4 de enero de 2022

¿Quién fue Ana María de Souto, la primera mujer en formar parte de la Infantería de Marina, en 1793?


Se alistó como hombre en la Armada y participó con valentía y honor en varios combates hasta que fue descubierta y licenciada con pensión y con el rango de Sargento de Primero

Retrato imaginado de Ana María de Soto en el Museo Naval de San Fernando (Cádiz)
Retrato imaginado de Ana María de Soto en el Museo Naval de San Fernando (Cádiz)LA RAZÓN (CUSTOM CREDIT)

El pasado domingo, 4 de diciembre, se cumplían 223 años del día en que el rey Carlos IV concedía a Ana María de Soto, el grado de Sargento Primero de los Batallones de Marina, una noticia que, quizás hoy en día no debería tener una relevancia espacial pero que hace más de dos siglos supuso todo un acontecimiento, pues convertía, no solo en la primera mujer en llegar al grado de sargento, sino también en la primera en convertirse en infante de Marina, algo reservado, hasta hace muy poco, exclusivamente a los hombres.

¿Y cómo pudo ocurrir algo así en la España de finales del siglo XVIII? Pues, como casi siempre, porque Ana María de Soto decidió saltarse todas las reglas para alcanzar su propósito. Así, esta mujer, natural de Aguilar de la Frontera (Córdoba), nacida el 16 de agosto en 1775, se fue un día de su casa sin conocimiento de sus padres con casi 18 años con el objetivo de de vestir el uniforme del Cuerpo de Batallones, embarcarse en la aún por aquel entonces excelsa Armada española y vivir aventuras.

Pero puesto que como mujer no podía hacerlo, decidió disfrazarse de hombre y, así, el 26 de junio de 1793, sentó plaza de soldado (mintió incluso sobre su edad diciendo que tenía 16 años, para que su rostro imberbe y aniñado no levantase sospechas) en la 6ª Compañía del 11º Batallón de Marina, como Antonio María de Soto.

Tal y como refiere el coronel (R) Luis Solá Bartina en un artículo de la Revista Española de Defensa, tras un duro período de instrucción, el 4 de enero de 1794 embarcó en la que sería tristemente célebre fragata Mercedes, que resultaría hundida en un enfrentamiento contra cuatro fragatas inglesas diez años más tarde, en 1804, cuando éstas, sin previa declaración de guerra, la interceptaron a su regreso de América junto a otras tres fragatas españolas con las que navegaba en conserva, transportando caudales, personal civil y valiosas mercancías, y cuyo pecio dio lugar a la famosa disputa entre España y la empresa estadounidense Odissey.

A bordo de la “Mercedes”, Antonio (Ana María) de Soto participó en 1794 en la guerra que España mantuvo contra la Francia revolucionaria de la Convención. Igualmente participó en la defensa de Cádiz y su bahía contra los ingleses “junto a marinos de la talla de Gravina, Escaño, Churruca, Espinosa o Moyna, en las que embarcó personal de la Escuadra —tropa y marinería, entre ellos Antonio de Soto—, junto con soldados del Ejército, que hostigaron a los británicos durante todos esos meses”.

Después tomó parte también en la batalla naval del Cabo San Vicente, el 14 de febrero de 1797, “en la que se enfrentaron una escuadra española al mando del teniente general José de Córdova —entre cuyos buques figuraba la fragata Mercedes—, contra otra británica bajo las órdenes del vicealmirante John Jervis. En la escuadra española embarcaban buena parte de los batallones del Cuerpo y, aparte de nuestro soldado, se batieron el heroico Martín Álvarez y el sargento Pablo Murillo, y otros poco conocidos, pero no por ello menos valientes ni abnegados. Y la flor y nata de las dotaciones de la Real Armada. La Mercedes desempeñó satisfactoriamente las tareas que se le encomendaron y, al finalizar, convoyó hasta Cádiz al navío Santísima Trinidad, muy averiado y casi desarbolado en la batalla.

Tras estas intensas y valerosas acciones de guerra, Antonio de Soto recobró cierta normalidad a bordo de la fragata “Matilde”, aunque precisamente fue en estos tiempos de relativa calma cuando, cayendo enferma, un reconocimiento médico puso de relieve que se trataba de una mujer y que su nombre real era Ana María.

Puesto que, evidentemente, no estaba permitida la presencia de mujeres a bordo de un buque de guerra y más aún tras haber engañado a las autoridades, Ana María de Soto fue desembarcada el 7 de julio de 1798 pero, lejos de recibir castigo o escarnio, lo hizo “en medio de la admiración y respeto de sus camaradas que la habían conocido y tratado en sus más de cinco años de servicio, solicitando ella, por su parte, la licencia absoluta, la cual le fue concedida el día 1 de agosto”.

Y no solo eso, sino que, además, según Real Orden de 24 de julio de 1798, «en atención a las acciones de guerra en que participó, a su heroicidad, acrisolada conducta y singulares costumbres con que se ha comportado durante el tiempo de sus apreciables servicios, se ha dignado S.M. el Rey concederle dos reales de vellón diarios por vía de pensión, al mismo tiempo que en los trajes propios de su sexo pueda usar de los colores propios del uniforme de Marina».

Pero las autoridades españoles en esta ocasión quisieron ir un paso más allá y, ante la mala situación económica de sus padres, decidieron complementar la Real Orden anterior y el 4 de diciembre de ese mismo año, Carlos IV, «por haber servido durante cinco años y cuatro meses de soldado voluntario con particular mérito», le concede «el grado y sueldo de Sargento Primero de los Batallones de Marina, para que pueda atender a sus padres».

Pasaría el resto de sus días regentando un estanco en la localidad cordobesa de Montilla, según consta en el archivo municipal de esta localidad hasta que, el 5 de diciembre de 1833, moría a la edad de 58 años. Fue enterrada en el lugar del cementerio que tienen asignados los Hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora de la Aurora. Aunque soltera y sin descendencia, nombró heredera a Antonia Pérez de Luque, que había acogido de niña, en 1804, y la atendía en su vejez.

En 2021 se publica la historiadora asturiana Alicia Vallina publica la novela “Hija del mar”, que relata su historia a partir de documentos históricos de Archivo General de la Armada en Viso del Marqués. Vallina ha trabajado en varios museos; en los últimos años como directora técnica del Museo Naval de San Fernando, de Cádiz, donde la historia de Ana María le salió al encuentro. Actualmente es coordinadora técnica de la Unidad de Museos de la Subdirección General de Publicaciones y Patrimonio Cultura del Ministerio de Defensa.

“Ana María es nada más y nada menos que una mujer valiente que supo enfrentarse a sus miedos para lograr obtener el premio de la redención y de la libertad”, dijo la autora sobre su obra durante la presentación del libro el pasado mes de abril.

Ana María de Soto fue una precursora y modelo, por sus méritos, para las tropas de sexo femenino que nutren hoy en día el Cuerpo de Infantería de Marina, aunque no la única. Antes que ella, Isabel Barreto fue otra mujer pionera en la historia de la Armada, y se la considera la primera mujer almirante de una flota, la del Pacífico, a principios de siglo XVI.

A lo largo de la Historia se han documentado otros casos de mujeres alistadas de incógnito como soldados varones, como Catalina de Erauso, la famosa «monja alférez» o María “La Bailaora”, del tercio de Lope de Figueroa que estuvo embarcada de incógnito, y con ropas de varón, como arcabucero en una de las compañías de infantería española que guarnecían la galera real, batiéndose con notorio valor en Lepanto. Descubierta durante el combate que era mujer, Don Juan de Austria la licenció, premiándola por su valor con una plaza de por vida en su tercio, con sueldo de arcabucero.

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