El 1 de enero parece propio hablar del origen de nuestro calendario y, para ello, tenemos que irnos a las tierras bañadas por el Nilo hace casi 5000 años.
Los egipcios dividían el año en 12 meses de 30 días (360) y 3 estaciones de 4 meses (inundación del Nilo o Ajet, siembra o Peret y recolección o Shemu), comenzando el año con el inicio de las inundaciones del Nilo. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que este calendario solar estaba directamente relacionado con una sociedad eminentemente agrícola. Además, un año de 360 días hacía que las crecidas del Nilo se adelantasen unos días cada año, ya que el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol dura 365 días. Y no es un problema menor cuando tu economía se basa principalmente en las crecidas del río. Así que decidieron tirar de los dioses para «crear» cinco nuevos días a los que llamaron epagómenos:
Según la leyenda, Geb (la Tierra) y Nut (el Cielo) se habían casado sin el consentimiento de su padre Shu (el Aire). Como castigo, se interpuso entre ellos para que no pudiesen estar juntos. Pero llegó tarde, porque Nut ya estaba embarazada, así que Shu prohibió a todos los meses del año que permitiesen dar a luz a Nut. Pero Thot, el dios de la sabiduría, se apiadó de ellos y les ayudó. Para no desafiar la prohibición de Shu, retó a Khonsu (la Luna), encargado de medir el tiempo, a jugar al senet: cada partida ganada por Thot añadiría un día más al calendario. Al ganar cinco partidas seguidas se añadieron cinco días y Nut pudo dar a luz a sus hijos: Osiris, Horus el Viejo, Seth, Isis y Neftis.
Y de esta forma tan original pasó el calendario egipcio a tener 365 días. Pero todavía había un pequeño problema que iría acrecentándose con el paso del tiempo. Por su parte, los romanos tenían su propio calendario desde la fundación de Roma en el 753 a. C. compuesto por 10 meses (Martius, Aprilis, Maivs, Junius, Quintilis, Sextilis, September, October, November y December) y 304 días. Con la particularidad de comenzar el año en las calendas de Martius (1 de marzo), bajo los auspicios del dios guerrero Marte, ya que era la fecha que marcaba el inicio de las campañas militares con la designación de los cónsules con un mandato de periodicidad anual. Lógicamente, e igual que ocurría a los egipcios pero con más motivo, el año se quedaba muy corto y tanto el nombramiento de cónsules y las cosechas bailaban caprichosamente a lo largo de los años. Numa Pomplio, el segundo rey de Roma tras Rómulo, arregló parcialmente el problema añadiendo dos meses al final: Ianarius y Februarius. Hasta que llegó Julio César…
Poco antes de su muerte, el idus (15) de Martius (marzo) del 44 a. C, y ya como dictador, trajo de su retiro de Alejandría al sabio Sosígenes para que arreglase el mismo problema que tenían los egipcios, ya que un nuevo estudio reflejaba que el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol duraba no 365 días, sino 365,25. Así que, como dicen en mi tierra, «vuelta la burra al trigo». Ese pequeño margen de error determinaba que cada cuatro años el calendario solar se desviaba un día, y Sosígenes lo puso en hora añadiendo un día cada cuatro años. ¿Y por qué se llama bisiesto a este día? Son cosas de la etimología, porque bisiesto viene de bis sextus (dos veces sexto), ya que se añadió después del 24 de Februaris, que correspondía al sexto día antes de las calendas de Maivs. Para los romanos, el mes tenía tres días señalados: las calendas (de donde deriva el calendario) eran el primer día del mes, las nonas eran el día 5 (excepto en marzo, mayo, julio y octubre que eran el día 7), y los idus eran el día 13 (excepto en marzo, mayo, julio y octubre que eran el día 15); el resto de los días se nombraban sobre la base de estos tres. Por ejemplo, el 8 de julio era Ante diem septimum Idus Iulias, siete días antes de las calendas de julio. Habría que precisar que esto de añadir un día cada cuatro años ya lo habían introducido los egipcios en su calendario mediante el Decreto de Canopo, pero de no atribuir a Julio César estas modificaciones sería harto difícil poder justificar que se cambiase el nombre de Quintilis por el de Julius e incluso que desde aquel momento al calendario romano se le denominase como juliano. Lo mismo haría el emperador Augusto con el mes Sextilis…
Mientras que el emperador Augustus Caesar, en el mes de Sextilis, primero fue admitido al consulado, y tres veces entró en la ciudad en triunfo, y en el mismo mes las legiones, desde el Ianiculum [monte de Roma], se colocó bajo sus auspicios, y en el mismo mes Egipto quedó bajo autoridad del pueblo romano, y en el mismo mes se puso fin a las guerras civiles; y que por estas razones dicho mes es, y ha sido, el más afortunado de este imperio, por la presente se decretó por el Senado que dicho mes será llamado Augustus.
Este calendario funcionó correctamente hasta que en 1582 se descubrió que las apreciaciones de Sosígenes también estaban un poco desfasadas (no eran 365,25 días sino 365,2422 días el periodo de traslación). Así que, el papa Gregorio XIII organizó una comisión de sabios (entre los que estaba el español Pedro Chacón) que determinó las siguientes medidas para adaptar al calendario a la nueva realidad:
– No serían bisiestos los años terminados en dos ceros cuyas primeras cifras no fueran múltiplos de 4. Lo fueron 1600 y 2000, no lo fueron 1700, 1800, 1900. Caso curioso es 4000, que siendo múltiplo de 4, la comisión determinó que no fuera bisiesto (este último dato, personalmente, no me importa mucho).
– Saltar diez días en el calendario. Se pasó del jueves 4 de octubre al viernes 15 de octubre de 1582 (en el transcurso de la historia se perdieron estos diez días).
La pérdida de estos diez días determinó que los fallecidos el 4 de octubre no fueron enterrados hasta el 15 de octubre y que fuesen los diez días más tranquilos de toda la historia. Este calendario, llamado gregoriano, está en vigor a fecha de hoy y fue adoptado poco a poco por todos los países: primero los católicos, en 1700 los luteranos (con once días de retraso respecto al nuevo calendario), en 1752 los ingleses… y, por último, los griegos en 1927 (con trece días de retraso). La disparidad de criterios a la hora de adoptar el calendario gregoriano dio lugar a que Cervantes y Shakespeare falleciesen el mismo día (con diez días de diferencia), aunque solo nominalmente, porque España e Inglaterra se regían por diferentes calendarios, o que un mes de febrero tuviese treinta días en Suecia.
La ingeniosa idea de Suecia para ponerse a la par que los otros países que seguían el calendario gregoriano sin tener que suprimir los once días de golpe en su caso, fue adaptarse gradualmente: partiendo de 1700, y sin añadir el día extra de los próximos once años bisiestos, calcularon que en 1740 ya estaría equiparados con el nuevo calendario. Cuando comenzaron a aplicar esta brillante medida, en 1700, se dieron cuenta de que en ese momento estaban desfasados en un día con los que siguieron con el juliano y diez con los que ya aplicaban el gregoriano, con los consiguientes problemas en cualquier acuerdo comercial o político de ámbito internacional. Así que, en 1712, decidieron echar marcha atrás y volver al juliano: el día que había quitado en 1700 —en 1704 y 1708 ya no se había suprimido—, lo volvieron a poner en 1712, también bisiesto, por lo que su febrero de ese año tuvo treinta días. Así volvieron al juliano, hasta que en 1753 se adaptaron al gregoriano quitando once días… de golpe.
Y terminaremos con el año nuevo en Sumeria.
Imaginemos miles de personas en una gran ciudad haciendo el amor por las calles. ¿Estamos en el sueño de un guionista porno? Pues no. Estaremos en una ciudad sumeria durante la fiesta del Año Nuevo. Los sumerios solamente consideraban dos estaciones: el verano y el invierno. El Año Nuevo se celebraba a principios del verano coincidiendo con lo que para nosotros sería finales del mes de abril.
La fiesta del Año Nuevo era en honor de la diosa Inanna (más tarde Ishtar), diosa del amor, del sexo y la guerra. Inanna no fue jamás una diosa madre como algunos creen; de hecho, ni siquiera tuvo hijos. Era la joven rebelde del panteón sumerio. Inteligente y dispuesta a aprender de los errores; pero también con una gran ambición personal, compasión hacia los humanos y paralelamente un carácter muy vengativo. En una ocasión, tras haber sido violada por un jardinero, lanzó contra la humanidad una serie de plagas: agua que se convierte en sangre, lluvia de ranas y langostas, úlceras en la piel… ¿De qué me suena esto? ¿Dónde lo he leído antes? La fiesta conmemoraba la bajada de la diosa al infierno, donde atravesaba las siete puertas de este, dejando una prenda en cada una y entregando su propio cuerpo en la última, tras lo que moría. Sin embargo, al tercer día resucitaba y retornaba triunfante al mundo más poderosa que nunca —me suena y no sé de qué—. En las primeras versiones del mito, Inanna encuentra a su marido, Dumuzi, en medio de una fiesta y enfadada lo envía de una patada al infierno. En las más modernas, el mito se había descafeinado y ella es una esposa sumisa y enamorada que baja al infierno para salvar al marido en vez de para convertirse en una superdiosa.
Para los sumerios, el sexo era una parte fundamental de la vida, por lo que en esos días se practicaba, y mucho. Se piensa que también era una forma de conseguir sincronizar los nacimientos, pues se intentaría que gran parte de las mujeres quedasen embarazadas dando a luz en un momento del año en que, recogida la cosecha, los bebés podían ser mejor atendidos. Dependiendo de las ciudades, la fiesta duraba más o menos días —la media era de una semana—. A lo largo de esas jornadas se celebraban banquetes públicos costeados por los templos o el palacio del gobernante, y se organizaban recitales de música y procesiones solemnes durante las cuales se arrojaban regalos a la multitud. El acto central del Año Nuevo era la ceremonia de la hierogamia o matrimonio sagrado. Durante esta, el gobernante pasaba al interior del templo y, ante la estatua divina, se acostaba con la gran sacerdotisa, momento en que le eran transmitidos sus poderes de mando. En realidad, se piensa que la mayor parte de las veces el sexo era fingido, pues se sabe de casos en que dicha gran sacerdotisa era hija del gobernante y para los sumerios el incesto era un delito terrible. El hecho de que fuera real o fingido dependía de las épocas y las ciudades. Hubo casos en los que la gran sacerdotisa quedaba embarazada y al hijo se le otorgaba un carácter semidivino. Hay que tener en cuenta que no era vergonzoso ser madre soltera. De hecho, Sargón de Akhad, gran conquistador y fundador de la dinastía acadia, se jactaba en su biografía de ser hijo de una madre soltera, la cual lo había abandonado en una cesta en el río y fue adoptado por un miembro de la corte real de Kish que lo encontró (de un tal Moisés también se cuenta algo parecido).
Tras la hierogamia, todo el mundo hacía el amor, ya fuese con su media naranja o con las hieródulas (prostitutas sagradas). Tampoco estaba mal visto hacer el amor esos días con el/la amante de turno. Los hombres podían tener concubinas y amantes, y las mujeres podían tener amantes siempre que el marido les diera su permiso. Y parece que sí era habitual que lo dieran; además tampoco importaba si la mujer quedaba embarazada, pues para los sumerios los hijos eran fundamentales y el marido no tenía inconveniente alguno en adoptar al retoño, teniendo este todos los derechos de un hijo natural. En su mentalidad, el perdedor era el amante que se quedaba sin un hijo y el ganador era el marido que conseguía un descendiente más. Como eran gente muy desinhibida, no era nada extraño ver a parejas haciéndolo incluso por las calles. Se bebía cerveza, se cantaba y se hacía el amor… Y ni siquiera tenían que confesarse o sentirse culpables por ello.
¡No es de extrañar que fuera la fiesta más importante de la religión sumeria!
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