Domingo Badía y Leblich
Badía y Leblich, Domingo. Alí Bey. Barcelona, 1.IV.1767 – Siria, VIII.1818. Viajero, escritor y científico.
Domingo Badía y Leblich fue hijo de Pedro Badía Castillo —secretario de Bernardo O’Connor Phaly, gobernador de la Ciudadela de Barcelona— y de Catalina Leblich Mestres, barcelonesa de ascendencia flamenca. En 1774, la familia Badía se mudó a Málaga, donde Pedro Badía Castillo sirvió de secretario al capitán general de Málaga hasta enero de 1779, cuando fue nombrado contador de guerra y teniente de tesorero del partido militar de la ciudad de Vera. Domingo pasó su niñez en este pueblo de la provincia de Almería, desde donde se aprovisionaba a las tropas españolas destinadas en Ceuta y Melilla. En aquella comarca comenzó Badía a familiarizarse con el mundo islámico, por su contacto con mercaderes moros y con renegados y por las travesías que en compañía de su padre realizó a la costa africana.
El 12 de enero de 1786, Domingo Badía se matriculó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Durante su estancia en Madrid, también estudió en las Reales Escuelas de Química y Física. En diciembre de ese mismo año sucedió a su padre como contador de guerra en la costa de Granada, cuando éste fue ascendido a factor y provisor de los presidios de África. Sin embargo, siguió estudiando en Madrid hasta finales de 1787.
En 1791, a los veinticuatro años, se casó con María Lucía de la Asunción Berruezo, de su misma edad, en Vera. En junio de 1793, Domingo fue nombrado administrador de la Real Renta de Tabacos en Córdoba, donde pronto comenzó a granjearse una modesta fama como científico por sus experimentos sobre el peso de la atmósfera y los principios que gobiernan el funcionamiento del barómetro, publicando los resultados de sus investigaciones en el Correo Literario de Murcia. Comenzó entonces a trabajar en su gran proyecto: la construcción de un globo aerostático que pensaba emplear para llevar a cabo observaciones atmosféricas (altura con relación al nivel del mar, presión atmosférica, calor, humedad, etc.). Invirtió todo su propio caudal en el proyecto, y pidió prestados 29.835 reales a cincuenta y tres “suscriptores”, a los que esperaba recompensar con las ganancias de un libro que pensaba publicar para divulgar los resultados de sus experimentos. Durante el mes de junio de 1795 hizo varias tentativas de elevar el globo, todas frustradas por fuertes temporales de lluvia y viento. En otro intento, la cúpula se quemó, y resultó necesario recomponer todo el dirigible. Todavía el 17 de julio intentó elevar el nuevo aeróstato, pero se levantó el viento, acercando el globo peligrosamente al fogón, y temiendo Badía que se quemara de nuevo, lo deshinchó. Ese mismo día, su padre, ante el temor de que Badía pereciera al subir en el globo, convenció al Consejo de Castilla de la conveniencia de que suspendieran la licencia que habían concedido a su hijo para construirlo.
Viendo destruidas así súbitamente sus esperanzas de fama y fortuna, Domingo cayó gravemente enfermo. Su mujer, que estaba encinta, malparió el hijo que esperaba. Durante los siguientes meses, fue blanco de las sátiras más crueles por parte de un canónigo de la catedral, José Muñoz y Austria, y de la risa despiadada del bajo pueblo cordobés. En marzo de 1796, viéndose imposibilitado su vida en Córdoba bajo tales circunstancias, pidió un traslado a otra parte. Se le ofreció el puesto de teniente de resguardo de rentas unidas de Puerto Real, empleo muy inferior al que había desempeñado en Córdoba. Su suegro se arruinó pagando la mayor parte de las deudas de Badía para que éste pudiera salir de la ciudad. Badía vendió casi todas sus posesiones y mandó a su mujer e hijos a Vera, donde vivirían con sus suegros. Después de sólo dos meses en Puerto Real, pidió permiso para ausentarse del cargo durante un tiempo con el fin de ir a Madrid: pretendía que el Consejo de Castilla le indemnizara por las pérdidas ocasionadas por la suspensión de la licencia para construir el globo.
En Madrid obtuvo empleo como secretario y bibliotecario de Pablo Sangro y de Merode, príncipe de Castelfranco. Pasó terribles privaciones, ya que enviaba casi todos sus ingresos a su familia en Vera. En 1799 tradujo el Dictionnaire des merveilles de la Nature (París, 1781) de Joseph Aignan Sigaud de la Fond. En febrero de 1800 solicitó que se imprimiera la traducción en la Imprenta Real, “pues aun en caso de hallarse con escasos fondos, pudiera el gasto reducirse a solo la impresión del primer tomo, con cuya venta puede suplirse a los gastos del segundo, y así sucesivamente”. La publicación del libro fue autorizada en abril, y el primer tomo salió ese mismo año.
Badía aprovechaba su tiempo libre para recorrer las bibliotecas y librerías de Madrid. Le fascinaban los libros recién publicados por autores ingleses, franceses y alemanes sobre la exploración de África. Pronto concibió la idea de solicitar fondos del Gobierno para emprender él mismo un viaje de exploración por el interior del continente africano. Comenzó a trabajar en un plan muy elaborado, que entregó a Manuel Godoy el 8 de abril de 1801. Proponía comenzar el proyecto por un viaje de preparación a Londres, donde se reuniría con los científicos y exploradores más renombrados y adquiriría los instrumentos científicos más modernos. A continuación, durante cuatro años, viajaría por Marruecos hasta el Sáhara, siguiendo por el sur hasta Costa de Oro, luego atravesaría el continente hasta Zanzíbar, y, pasando finalmente por lo que hoy son Kenia, Etiopía y Libia hasta Trípoli, volvería a España. Por donde quiera que fuera, investigaría la posibilidad de establecer alianzas políticas y comerciales con España. El aspecto científico del viaje consistiría en planimetría, cartografía, observaciones geológicas y meteorológicas, botánica (recolección de plantas), etnografía y medicina popular. Lo más novedoso de su proyecto eran las ideas de viajar solo y de hacerse pasar por árabe durante sus viajes.
A Godoy le interesaba la idea de establecer una ruta comercial al interior de África por Marruecos; no obstante, le preocupaban aún más las relaciones entre España y Marruecos. El sultán Solimán (1766-1822) había embargado el comercio con España, que tan floreciente había sido durante el reinado de su padre. A España le hacía mucha falta el trigo que llevaba años importando de Marruecos en grandes cantidades. Además, Solimán amenazaba con apoderarse de los presidios españoles de Ceuta y Melilla. Godoy estaba bien enterado de que muchos marroquíes se oponían a la política del sultán, sobre todo los rebeldes en el sur del país. Se le ocurrió que Badía podía reunirse con ellos y ofrecerles el respaldo militar de España para destronar a Solimán; España recibiría a cambio importantes concesiones comerciales. En sus Memorias, publicadas en 1836, Godoy observó: “Badía era el hombre para el caso. Valiente y arrojado como pocos, disimulado, astuto, de carácter emprendedor, amigo de aventuras, hombre de fantasía y verdadero original, de donde la poesía pudiera haber sacado muchos rasgos para sus héroes fabulosos; hasta sus mismas faltas, la violencia de sus pasiones y la genial intemperancia de su espíritu le hacían apto para aquel designio”. Godoy prometió a Badía recomendar su plan al rey Carlos IV pero, cauteloso, decidió someter el plan a la Real Academia de la Historia para su asesoramiento. Después de un examen del plan de Badía, los académicos lo rechazaron y mandaron su dictamen al Ministerio de Estado el 14 de junio de 1801. La empresa les parecía de muy dudoso éxito por lo arriesgada, su desconocimiento del árabe y la ausencia de un compañero que ratificase la veracidad de sus informaciones y recogiese sus notas y papeles si le sobrevenía una desgracia. Badía supo contestar muy eficazmente a estos reparos, y el 7 de agosto, Godoy le informó que el Rey había decidido aprobar su plan, a pesar de la oposición de la Academia. Sin embargo, durante los meses siguientes, los oficiales de las secretarías de Estado y Hacienda se negaron tenazmente a entregarle los fondos para emprender el viaje. Parece que sus enemigos en la Corte hacían todo lo posible para desacreditarle y enemistar a Godoy contra él. Tuvo que esperar hasta la primavera de 1802 para recibir el dinero y el pasaporte, pasando ocho terribles meses de estrechez y frustración.
Por fin salió de Madrid el 12 de mayo de 1802, llegando a París el 7 de junio. Durante su estancia en la capital francesa pudo reunirse con el famoso astrónomo Joseph de Lalande (1732-1807), el naturalista Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) y otros sabios.
En agosto fue a Londres, donde fue presentado a sir Joseph Banks (1743-1820), presidente de la Royal Society, y al astrónomo Nevil Maskelyne (1732- 1811), entre otros. Allí hizo construir los instrumentos científicos para el viaje, estudió más a fondo el Islam, y se hizo circuncidar.
Hay muchos indicios de que a Badía le atraía sinceramente lo que él llamaba “el deísmo puro de Mahoma” y de que sentía gran admiración por el Islam, aunque le repugnaban los obstáculos con que impedía el cultivo de la ciencia y el arte. A la vez, la prohibición musulmana de “imágenes” y “ornamentos”, que había aprobado con entusiasmo al principio, más tarde le vino a parecer una falta de civilización. Pero, al lado de estos comentarios negativos, Badía debió de encontrar en el sufismo de Marruecos una satisfacción a sus anhelos espirituales.
Domingo Badía, con la flamante identidad de Alí Bey Abd Allah, llegó a Cádiz el 26 de abril de 1803. El 29 de junio cruzó el estrecho de Gibraltar en dirección a Tánger, donde se presentó como hijo y heredero universal de un príncipe sirio fabulosamente rico —descendiente directo de los califas abasíes, por más señas— que había tenido que huir de la patria por razones políticas. Haciéndose pasar por musulmán fervoroso, Alí Bey contaba que, después de haber recibido una magnífica educación en Inglaterra, Francia e Italia, acababa de heredar el patrimonio familiar, y había decidido ir de peregrino a la Meca, visitando los países musulmanes por el camino para elegir en cuál de ellos se asentaría. El cuento fue aceptado, y muy pronto Badía fue presentado a los más altos dignatarios civiles y religiosos de Tánger, lo que le dio la oportunidad de sondar la profundidad y extensión de la oposición a Solimán. En octubre, sus planes para provocar una revolución, ya en un estado bastante avanzado, sufrieron un revés súbito cuando pasó algo totalmente inesperado: el sultán fue a Tánger, Badía le fue presentado, y Solimán se prendó de él al instante, invitándole a reunirse con su Corte en Fez, oferta que Badía difícilmente podía rehusar.
Llegó a Fez a principios de noviembre, y durante los meses siguientes iba ganando cada vez más el favor y confianza de Solimán, a la vez que seguía conspirando contra él. La Corte se mudó a la ciudad de Marruecos, hoy Marrakech, en abril, y el 11 de ese mes, Solimán le hizo el espléndido regalo de una casa de recreo llamada Semelalia con sus “tierras, palmeras, olivares, huertas, etc.”, y una casa grande en la ciudad. Para entonces, Badía había llevado a cabo negociaciones extensas con los jefes de las tribus rebeldes, manteniendo a Godoy constantemente al tanto de sus progresos. Pero cuando, ya muy tarde, Godoy informó al rey Carlos IV de la conspiración, éste quedó horrorizado al saber que Badía se había aprovechado de la hospitalidad del sultán para enemistar a sus propios sujetos contra él, y, sintiendo profunda repugnancia moral por la idea de apoyar una revolución contra otro Monarca, mandó que se pusiera fin inmediatamente al plan.
Badía se encontró entonces en un gran aprieto. Sabía que Solimán no podía tardar mucho en enterarse de la verdad sobre sus actividades en Marruecos, y temía a la vez que los revolucionarios le mataran al saber que el prometido respaldo militar de España se había cancelado. Hizo lo posible para convencer a los conspiradores de que renunciaran a sus planes, afirmando haber pasado por una profunda experiencia mística que le había hecho optar por un retiro ascético del mundo. Mientras tanto, Solimán presionaba a Badía para que aceptara una mujer de su propio harén. La única vía de escape que le quedaba abierta era proseguir con su peregrinaje a la Meca; pero en ese caso, tendría que abandonar sus planes para una expedición científica por el interior de África.
Cuando España declaró la guerra a Inglaterra, y Marruecos, a pesar de su fingida neutralidad, ayudaba en secreto a los ingleses, Carlos IV autorizó a Badía a reanudar los planes para una revolución. Pero las cosas habían cambiado y Badía ya no gozaba de la confianza de los rebeldes. Buscando otra solución, y esperando evitar el derramamiento de sangre, Badía intentó persuadir al sultán para que otorgara a Marruecos una constitución que regularizara la sucesión al trono y garantizara la propiedad privada. En febrero de 1805 cedió por fin a la presión de Solimán y se casó con Fátima Mojana. En abril, convencido de que Solimán jamás accedería a sus demandas de una constitución ni abandonaría su hostilidad hacia España, entró en una nueva conspiración con Muley l’Arabi al-Darkawi, jeque de la importante cofradía sufí darkawiyya.
Solimán, sospechando que Badía estaba metido en actividades subversivas, le mandó salir de Marruecos lo antes posible. Badía partió para Argel el 30 de mayo; en los montes cercanos a Uxda fue interceptado por las tropas de Solimán, quienes le escoltaron hasta Larache desde donde fue deportado el 13 de octubre de 1805. No se permitió ni a su mujer Mojana ni a sus criados acompañarle.
En la primavera siguiente, Badía se encontraba en Chipre, donde supo de un plan británico para quitar a Mehemet Alí e instalar a su títere Elfi Bey como bajá de Egipto. Entonces fue a Egipto, y logró frustrar ese plan. En Alejandría conoció al escritor francés Chateaubriand, quien le consideró “el turco más inteligente y cortés” que había conocido. En diciembre de 1806 salió para la Meca, llegando allí el 11 de enero. Fue el primer europeo en escribir una descripción detallada y exacta de los ritos del peregrinaje. Mientras estaba en Arabia, observó la captura de los lugares santos musulmanes por los wahhabi —antepasados de la actual casa real saudí— siendo el único testigo europeo de esos eventos. Después de volver al Cairo, pasó tres meses viajando por Palestina y Siria. En Palestina llevó a cabo un estudio de las condiciones de los monjes franciscanos que administraban los santos lugares con fondos del Gobierno español, y escribió un largo informe, recomendando que esos fondos fueran drásticamente reducidos, lo que le granjeó la hostilidad de los franciscanos. En Siria descubrió y destruyó una línea secreta que tenían los ingleses para comunicarse con la India. Por el mes de octubre de 1807 estaba en Constantinopla. Desde allí siguió su viaje por el este de Europa, llegando a París el 17 de abril de 1808.
Badía estuvo en Bayona en mayo de 1808, cuando Carlos IV cedió el trono de España a Napoleón, que luego lo ofreció a su hermano José. El 12 de mayo tuvo Badía una audiencia con Napoleón, en la que se ofreció para dirigir una invasión francesa de Marruecos. Fascinado por la descripción que le dio Badía de la situación en ese país, Napoleón decidió mandar allá al capitán Antoine Burel para investigar la posibilidad de convertirlo en colonia francesa. Le parecía que Badía sería más útil a la causa francesa en su España natal, y le recomendó a su hermano.
Badía volvió entonces a España, donde se reunió con su familia. En septiembre de 1809, José Bonaparte le nombró intendente de Segovia, y en abril del año siguiente fue nombrado prefecto de Córdoba. Desempeñó ambos cargos con gran distinción, introduciendo muchas reformas en la agricultura, la administración municipal y la educación. En Córdoba estableció una Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, que llevó a cabo muchos proyectos de investigación bajo su mecenazgo. Durante esos años en España Badía escribió su obra maestra, Voyages d’Alí Bey en Afrique et en Asie.
Cuando los franceses fueron echados de España en 1813, Badía tuvo que huir con ellos como colaborador. Una vez asentado en París, arregló la publicación de sus Voyages, que se editó en 1814. El libro causó una sensación inmediata. Salieron traducciones al inglés, alemán e italiano en 1816. Ya que Badía estaba proscrito como traidor, el libro no podía publicarse en España, y la traducción española no se editó hasta 1836, tres años después de la muerte de Fernando VII.
Badía murió en el desierto sirio en un poblado a orillas de un pequeño río, afluente del Jordán, a unas cinco jornadas de camino al sur de Damasco, en agosto de 1818, se dice que envenenado por un agente británico, mientras desempeñaba otra misión secreta en Oriente Medio, esta vez a instancia de Luis XVIII de Francia.
La vida y obras de Domingo Badía suscitan muchas preguntas. En su España natal fue despreciado por afrancesado, mientras que en Francia se le veía como a un extranjero sospechoso. Hombre polifacético, verdadero compendio de la Ilustración, sólo ahora, casi doscientos años después de su muerte, comienza a gozar de la fama que merece.
Obras de ~: Voyages d’Alí Bey el Abbassi en Afrique et en Asie pendant les années 1803, 1804, 1805, 1806 et 1807, Paris, Didot, 1814 (trad. español, 1836); Mémoire sur la colonisation de l’Afrique, 1815; Alí Bey en Marruecos. Tragedia c. 1815 (ed. moderna, con introd. de C. C. García Valdés y M. Mcgaha, Pamplona, Eunsa, 1999); Viajes de Ali Bey el Abbassi (Don Domingo Badia y Leblich) por África y Asia durante los años 1803, 1804, 1805, 1806 y 1807, P. Pérez (trad.), 3 vols., Valencia, Librería de Mallén y sobrino, 1836 [el mismo año ed. París, Librería de los SS. D. Vicente Salvá e Hijo / Méjico, Librería de Galván]; Viajes por Africa y Asia durante los años 1803-1807, 3 vols.,Valencia, José Ferrer de Orga, 1836; Viaje de Ali-Bey-el-Abassi (D. Domingo Badia y Leblich) al imperio de Marruecos escrito por él mismo, precedido de la biografía de este ilustre y sabio español por Ramón Mesonero Romanos, Puerto Rico, Imprenta de José Solves, 1860; Viajes por Africa y Asia realizados y explicados por Domingo Badia y Leblich utilizando el nombre de príncipe Alí Bey el Abbassí, G. Díaz Plaja (pról.), Barcelona, Editorial Olimpo, 1943; Viajes de Ali Bey el Abbasi, J. Romano (ed.), Madrid, CSIC-Instituto de Estudios Africanos, 1951; Viajes por Marruecos, S. Barberá (ed.), Madrid, Editora Nacional, 1984; Viajes por Marruecos, Trípoli, Grecia y Egipto, J. Goytisolo (pról.), Palma de Mallorca, J. J. de Olañeta, 1986; Viajes por Arabia, Palestina, Siria y Turquía, Palma de Mallorca, J. J. de Olañeta, 1986; Viajes por Marruecos, ed. de Salvador Barberá, Barcelona, Ediciones B, 1997; Viajes de Alí Bey por África y Asia, 3. vols., ed. de Roger Mimó, Granada, ALMED, 2012.
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Celsa Carmen García Valdés
Bibliografía:
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