martes, 8 de febrero de 2022

La Leyenda Negra Española. (Parte décima). La primera globalización y el Real de a Ocho. Por José Antonio Marín Ayala.


Real de a Ocho

“Con el descubrimiento de América, España inició la primera globalización, culminada gracias a la hazaña de Elcano al dar la vuelta a la Tierra”

«El Imperio Español fue uno de los más poderosos que ha existido nunca; y en Occidente, sin duda alguna, el mayor; pero la historia del Imperio Español no es solo la historia de España, es, ante todo, historia del mundo; de la misma manera que la historia del Imperio Romano no es la historia de Roma, sino del mundo».

El párrafo anterior es de la historiadora María Elvira Roca Barea. Cuenta Barea en una entrevista que le hicieron que le sobrecogió contemplar un arco romano en honor a Adriano; pero lo curioso del caso es que el monumento en cuestión no se encontraba en Roma, sino en…Petra, Siria. Imaginar por un momento que un emperador romano, nacido en España, había ido allí a festejar una nueva provincia del Imperio Romano transitando por calzadas romanas de miles de kilómetros de largo es algo que ningún imperio en la Tierra ha logrado superar todavía.

España es actualmente una nación considerada pequeña o mediana en el concierto internacional, pero arrastra una historia tan enorme que no es posible llegar a imaginar la importancia que ha tenido en el mundo; del mismo modo que le sucede a Italia con su extinto Imperio Romano. España puso en el siglo XVI las coordenadas espacio-temporales del mundo que conocemos en la actualidad. Inglaterra iba a remolque de España, pero sin tiento alguno. Según Roca Barea, «el Reino Unido había conseguido superar el fracaso de su Primer Imperio [gestado durante la época isabelina] y, aprendiendo de sus errores, logra irradiarse por medio mundo a través de un proceso de expansión que mejora y corrige el primer intento, que tan flacos resultados dio. Acorde con la grandeza del Imperio británico se escribe una historia nacional que transforma un pasado de pobreza, intentos fallidos de expansión, intolerancia religiosa e incesantes guerras civiles en una marcha triunfal hacia el dominio del mundo (…) El nacimiento de la literatura artúrica, sin ir más lejos, está vinculado al establecimiento de los Plantagenet en Inglaterra, que quisieron dotar a sus nuevos dominios de un pasado lejano y prestigioso (…) Nada de esto es raro y no tendría mayor interés para nuestro asunto si no fuera porque en su marcha triunfal hacia el dominio universal los ingleses habían tropezado con el Imperio español, al que se habían enfrentado, pero nunca derrotado. Para más inri, los logros españoles en América del Sur habían sido espectaculares frente a una América del Norte que no pudo despegar hasta después de la independencia. Todo esto era muy molesto y había por tanto que proceder a una reacomodación de los hechos». Había, pues, que urdir una Leyenda Negra. Pero para combatir este mal endémico es preciso poner los puntos sobre las íes sobre lo que hizo España por el mundo mientras otros la injuriaban.

Desde el siglo XI, como resultado de las Cruzadas, los europeos demandaban ciertos productos a los que se habían acostumbrado por su relación con Oriente, entre ellos, las especias. El itinerario seguido para traer esos productos a Europa era conocido como la «ruta de las especias»; partía del Océano Índico, llegaba al Golfo Pérsico y de ahí se trasladaba a Alejandría, Antioquía y Constantinopla (hoy Estambul), ciudad que servía de enlace entre Oriente y Occidente y a través de la que se hacían importantes transacciones comerciales. Pero en fecha tan enigmática como 1453 Constantinopla cayó en poder de los turcos, por lo que la comunicación entre Europa y Asia quedó interrumpida; entre los europeos surgió la necesidad urgente de encontrar otras rutas hacia Oriente. La importancia de las especias radicaba en la carencia que sufría Europa para conservar frescos los alimentos, especialmente la carne, ya que se consumían a veces en un estado no muy agradable al paladar. De ahí la necesidad que había de canela, clavo, pimienta, nuez moscada, jengibre y otras muchas para aromatizar el producto y hacerlo más digerible; las especias se empleaban también para uso medicinal: gracias a sus propiedades antisépticas, como estimulantes para la digestión, etc.

Hay un relato muy divertido acerca de la supuesta importancia que tuvo la pimienta en la historia de la civilización europea, narración que se menciona en la primera parte del trabajo del prestigioso economista e historiador Carlo Maria Cipolla, «Allegro ma non troppo». Cipolla, con aparente seriedad, realiza especulaciones deliciosamente hilarantes para llegar a las más estrafalarias relaciones de causa y efecto. Cipolla especula que tras la caída del Imperio Romano, fruto por un lado de las invasiones desde el norte por vándalos y nórdicos, de hunos por el este, y posteriormente de musulmanes por el sur, la Edad Media en la que se sumió la humanidad arrastró a sus gobernantes feudales a numerosas guerras que provocaban más muertes que nacimientos. Los necios, que según Cipolla suelen ser un porcentaje importante, aunque constante, de la población vieron con bobalicona esperanza (y los ricos e inteligentes con auténtico terror) la culminación del año 999, pues las Sagradas Escrituras habían pronosticado para el año 1000 el fin de los tiempos, anunciado a su debido tiempo mediante la irrupción de sus cuatro jinetes del Apocalipsis, los cuales no permitirían a la humanidad entrar con vida en el fatídico milenio. Ante el horrible presente y el negro futuro inmediato que se les presentaba ante sus narices, la esperanza de una mejor vida tras la muerte que prometía el cristianismo era lo único que mantenía ilusionadas a las gentes, así que este hecho contribuyó a acrecentar, si cabe más, la caída de la natalidad (muchos pensarían: total, ¿para qué encargar churumbeles si todo iba a quedar en breve hecho un solar?). Sin embargo, el primero de enero del año mil no apareció en lontananza ningún caballero de ultratumba ni pasó nada reseñable. Y viendo que pasaba de largo la fatídica fecha y que la deidad no descargaba sobre la especie humana órdago divino alguno, los nobles, que a fin de cuentas eran los que hacían limpieza de la peña cuando se desatada su insaciable ambición territorial, debieron empezar a sentirse muy preocupados por la autoimpuesta infertilidad de sus subordinados, puesto que los necesitaban como el comer para extraer los frutos de sus tierras y servirles.

Y es en estas singulares circunstancias donde entra en juego la pimienta, que como todo el mundo sabe, y seguramente más de uno habrá podido experimentar, es un potente afrodisíaco. Como la población se había visto privada del consumo de esta codiciada especia, ya que habían quedado hechas trizas las rutas comerciales que desde los tiempos romanos se habían establecido con Oriente, se hizo cada vez más apremiante la búsqueda de la ansiada especia para poder estimular adecuadamente la libido humana. Primero fueron los galos los que, con el pretexto de las Cruzadas, partieron por tierra hacia Oriente, y luego italianos y españoles se afanaron en encontrar rutas por donde llegar a aquellas remotas tierras y abastecerse de la preciada pimienta.

Pero las rutas por tierra y por el Mare Nostrum estaban plagadas de bandidos y era francamente muy peligrosa. En esta tesitura, fueron muchos los navegantes que creían que para llegar a Oriente había un camino más directo atravesando el océano Atlántico, espacio insondable de agua salada que en aquellos tiempos se conocía con el bucólico nombre de «Mar Tenebroso», y que se abría a lo desconocido frente a las Columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), límite de la tierra conocido por los griegos.

Tras la lectura de ciertas obras y documentos que sugerían la posibilidad de llegar a las Indias por occidente, y en las que hacía cálculos sobre las posibles distancias a recorrer, aunque no del todo fieles a la realidad, un atrevido Cristóbal Colón empezó a madurar esta idea en su cabeza. Tras muchos tumbos por las cortes europeas para que le financiaran tan extraña expedición, fueron al fin los reyes de España quienes apostaron por él. Una vez en alta mar, y tras muchos meses de no ver más que agua, lo que le hizo temer que se desatara un motín a bordo, lo que no esperaba el almirante genovés al servicio de los Reyes Católicos era darse de bruces con un obstáculo en su ruta, como fue el continente americano, aunque en un principio creyó haber llegado a la India y como tal quedaron bautizadas para la posteridad aquellas gentes con su correspondiente gentilicio. Pero claro, una cosa es tener la fortuna de tropezarse con un inmenso territorio y otra muy distinta administrarlo durante más de 300 años (y todo apunta a que no debió de hacerse torpemente, porque de no haber sido así seguro que no hubiera perdurado tanto).

Con este descubrimiento España dio inicio a la primera globalización, pues gracias a la posterior hazaña de Elcano, en 1519, de dar la vuelta a la Tierra había demostrado al mundo no solo que era redonda, sino que los diferentes mares estaban interconectados y que se podía ir de un lado a otro en barco. Y es esta nueva vía de acceso a Oriente abierta por los españoles la que volvió a comunicar de nuevo Europa con Asia. De hecho, durante el viaje de vuelta de Elcano a España, su nao Victoria, la única que sobrevivió de las cinco que partieron de Sevilla, regresó cargada hasta las trancas de especias, flete con que rentabilizó sobradamente la inversión económica hecha en una expedición que duró la friolera de tres años.

El Imperio Español controló el incipiente mercado internacional mediante su propia moneda: el Real de a Ocho. Impulsada por el rey y emperador, Carlos I de España y V de Alemania, pero que ahonda sus orígenes en la reforma monetaria realizada por los Reyes Católicos, esta divisa se acuñó desde aproximadamente 1543 hasta 1721 (hito que no ha sido capaz de superar en longevidad todavía el dólar). El éxito de esta moneda, según los expertos, se debía a su alto contenido en metal fino (plata), pero también a la calidad de su ley, alta e invariable a lo largo del tiempo. Uno de los principales mercados para el Real de a Ocho fue precisamente China. De hecho, se llegó a considerar el único medio de pago y cambio para realizar transacciones comerciales con Oriente.

Cabe recordar en este punto que China solo aceptaba la plata extranjera para comerciar con sus productos, como eran las especias, el té o la seda. Por otra parte, China no emitió su primera moneda de plata, el tael, hasta 1899, y lo hizo según el modelo español del Real de a Ocho. Y también se propagó al resto del mundo. Como recoge Antonio Miguel Bernal en su obra «Remesas de Indias: De “Dinero político” al servicio del Imperio a indicador monetario, España fue durante casi tres siglos ininterrumpidamente la mayor fábrica de moneda del mundo. Las monedas internacionales de épocas anteriores, como las emitidas por las repúblicas italianas, se vieron sustituidas por los Reales de a Ocho españoles. Desde muy temprana época, todos los comerciantes europeos que adquirían mercancías en los países árabes o en Oriente debían necesariamente satisfacer su adquisición en moneda de plata española, por lo que tanto en las carabelas portuguesas como posteriormente en los barcos de las compañías holandesas, británicas, francesas o danesas se llevaba el Real de a Ocho como carga, y esto siguió ocurriendo hasta bien entrado el siglo XIX.

Como afirma Carlo María Cipolla, ni la India ni China mostraban ningún interés por los productos europeos, por lo que los veleros que partían hacia las Indias Orientales no llevaban más carga que víveres para la población, algunos barriles de vino y aceite y abundantes Reales de a Ocho españoles. Como afirmaba en 1843 Saint Cair Dupont, el Real de a Ocho era todavía a mediados del siglo XIX la moneda más universal, y había servido durante siglos para las grandes transacciones comerciales del mundo marítimo. Los pueblos de Oriente reconocieron durante siglos la moneda del Rey de España como garantía de un peso constante y un contenido en plata fidedigno, y tuvieron una gran repugnancia en aceptar en su lugar monedas de nuevo cuño, pues no les ofrecían el grado de seguridad que avalaba la larga experiencia del Real de a Ocho.

De hecho, cabe destacar que esta moneda sirvió de inspiración para crear el actual dólar americano. La incipiente nación americana que nacía en los albores del siglo XVIII utilizó el Real de a Ocho durante sus primeros años de historia como estado independiente de Gran Bretaña.

En el siglo XVIII, pues, se pone de moda en Europa todo lo oriental de la mano del descubrimiento español y del comercio con este remoto lugar del mundo (incluida la icónica imagen del acomodado inglés tomando el té, el que traían los españoles a Europa, a las cinco de la tarde).

Cipolla afirma que si la ruta por mar hacia las especias la hubieran abierto los holandeses, alemanes o ingleses, habrían sido citados en los manuales de historia como ejemplos admirables de ética protestante y encomiables campeones del procapitalismo. Pero como fueron los españoles los que consiguieron esta gesta, y además tratándose de sureños, este logro fue definido por estos individuos como un ejemplo deplorable de «avidez» y de «falta de escrúpulos comerciales».

Y así prosigue el humorístico relato de Cipolla sobre la prosperidad económica europea, y también de sus inevitables y periódicas recesiones, hasta límites insospechados gracias a la pimienta. Sea como fuere, no cabe duda de que las especias tuvieron su importancia en otros tiempos.

La Leyenda Negra surge no de la perspectiva de que hay buenos y malos, sino de la reacción natural de las naciones ante un imperio en expansión que adquiere la hegemonía militar y política del mundo; y ya que las armas no fueron capaces de quitársela en ninguna de las confrontaciones bélicas, usaron la guerra propagandística para atacar su prestigio.

Y lo más lamentable, según la historiadora Roca Barea, es que todavía hay historiadores hispanos que siguen, erre que erre, alimentando los tópicos nacidos en contra del Imperio Español, aun cuando hace ya más de dos siglos que dejó de existir. Según Jorge Bustos, periodista y director del diario El Mundo, la Leyenda Negra Española fue el Twitter de los siglos XVI al XVIII.

Para quebrar la moral católica, los protestantes se valieron del mantra de la tenebrosa Inquisición Española. Lo que pocos saben es que esta organización fue la precursora en el mundo de los derechos de los acusados por un delito. Tenía una estructura jerárquica y un procedimiento de garantías del acusado tan esmerado que con el tiempo se lo apropiaron los tribunales civiles de toda Europa. La Inquisición, a pesar de esos tenebrosos instrumentos de tortura que podemos ver hoy en los museos del horror de todo el mundo, solo admitía ocasionalmente el látigo y el agua. El resto de aparatos los usaban los demás. Frente a aquellos lugares del norte «civilizados», donde ejecutaban a miles de personas sin juicio previo, en el lado católico había juicios y derechos para los acusados, fruto de las innovadoras materias en derecho penal de la Inquisición Española. Cada uno de los acusados disponía de un escribano que recogía por escrito cada palabra, de un secretario y hasta de un forense. Por eso sabemos exactamente todo lo que hizo, porque lo dejaron por escrito y se conserva en la actualidad. En el resto de Europa, los miles de muertos a manos de los protestantes no dejaron huella alguna sobre su fatal destino. Los métodos usados por la Inquisición fueron la forma más suave y legal de gestionar la intolerancia religiosa; pero no solo eso, la Orden se ocupaba también de delitos tan actuales como el asesinato, el proxenetismo, la violación, la usurpación del derecho a la propiedad intelectual o la falsificación de la moneda, velando por nuestro Real de a Ocho.

Los alemanes, en cambio (hay que recordarlo, mal que les pese), fueron especialmente diestros en el empleo de esas otras tenebrosas técnicas en tiempos de la Gestapo, aunque siempre hay alguien que sale rápidamente al paso diciendo que fueron los nazis, como si aquellos criminales no fueran alemanes. (Estremece ver todavía hoy son esos vídeos en blanco y negro con miles de niños, mujeres y mayores alzando el brazo con el saludo fascista.

Esto ocasiona un preocupante agravio comparativo, porque entonces habría que decir que no es lícito que nadie nos achaque nada a los españoles de hoy – aun a sabiendas de que es una injusta acusación – por los hechos de una sociedad que dejó de existir hace más de 200 años).

Barea afirma que la Leyenda Negra prosperó debido a la inusitada libertad de expresión que había en el Imperio Español de Felipe II, monarca que tuvo que tragar mentiras como estas en vida lo indecible. Sin embargo, la Leyenda Negra cobra forma cuando la dinastía de los Habsburgo en España deja paso a Felipe Vduque de Anjou, el primero de los borbones franceses descendiente por línea directa de Luis XIV, monarca que durante su longevo reinado no hizo otra cosa que combatir militarmente…precisamente a los Habsburgo. El afrancesado Felipe V no tiene ningún interés en desmentir la Leyenda Negra, más bien viene a alimentarla; incluso se propone «reformar» el Imperio Español (que por entonces gozaba de superávit en las arcas estatales gracias al último Habsburgo, Carlos II), porque le parecía que era un desastre económico y él debía ser su salvador. Venía de una Francia en bancarrota, situación que, a la postre, fue la que condujo a la Revolución Francesa. En solo diez años, nuestro flamante monarca llevó también a España a la ruina económica.

La masonería y el liberalismo son los vectores de transmisión por los que desde Francia se inocula en España la Leyenda Negra; y no lo hace por su mera razón de ser, sino porque en España no existía, como sí había en el extranjero, una masonería y un liberalismo propios, ya que ambos fueron exportados del exterior y con ellos la hispanofobia.

Pero a pesar de estas campañas de desprestigio y difamación europeas, es importante no perder el hilo de los acontecimientos de la época, en especial la relevancia que tuvo España en la creación de los Estados Unidos de América. El historiador cubano Salvador Larrúa Guedes señala el «silencio oficial» que ha imperado desde el nacimiento de Estados Unidos sobre las importantes contribuciones españolas a su independencia. En su libro «Juan de Miralles: biografía de un padre fundador de los Estados Unidos», Guedes relata que el alicantino Juan de Miralles Trayllón viajó a Cuba en 1740. Una de las anécdotas más relevantes que cuenta Larrúa en su libro es la gran amistad que había entre Juan de Miralles y el que sería primer presidente de EEUU, George Washington. Cuando el general americano se quedó sin fondos para pagar la soldada de su ejército de patriotas voluntarios, De Miralles, junto con otros comerciantes, reunió oro por valor de 300 millones de dólares actuales y lo envió en barco hasta los territorios controlados por las tropas de Washington. Mientras aún se libraba la guerra de la Independencia Americana, Juan de Miralles murió en 1780 de una pulmonía en la propia casa de George Washington, donde recibía los cuidados médicos de su esposa, Martha. Al entierro del español asistió el Congreso de Estados Unidos al completo, como muestra de agradecimiento por la ayuda que prestó el español a su causa durante el conflicto armado.

Otro que contribuyó con su valor a la fundación de los Estados Unidos fue Bernardo de Gálvez y Madrid, militar y político español y virrey de Nueva España. Dirigió la batalla de Pensacola, (actualmente en Florida, Estados Unidos) en 1781, y marcó la culminación del esfuerzo español en la Independencia Americana. A título póstumo fue nombrado ciudadano honorífico estadounidense. Pues bien, hasta hace bien poco no figuraba su efigie junto a la de los fundadores de los Estados Unidos de América, hecho que fue denunciado y corregido. Hay una ciudad en EE. UU. que lleva precisamente su nombre en su honor: Gálvez.

Pero donde las dan las toman, y al igual que le sucedió al Imperio Español, el Estadounidense, el único de ámbito global que hay actualmente en el mundo, ha sufrido también a lo largo de su corta existencia los efectos negativos de una Leyenda Negra devastadora… E injusta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario